Zayn.
Era muy consciente de que estaba presionando a Payne de forma peligrosa. Parecía a punto de explotar, aunque no creía que fuera a hacerlo en el mal sentido. Tal vez volviera a lanzarse sobre mí, algo que no me habría importado en absoluto. O quizá estaba equivocado y terminara sacándome a empujones de su habitación.
Lo que estaba claro era que se encontraba bordeando el límite. Y yo no podía evitar seguir empujándolo.
—Te encantó lo que te hice —señalé, dejando que mi espalda reposara contra la puerta cerrada.
Grayson y Cooper estaban en el salón, a unos pocos metros de distancia en la planta baja, pero podía oír el eco de sus gritos y risas, lo que significaba que no podía pasar nada en la habitación sin que probablemente acabaran enterándose. No era como si yo tuviera algo que esconder, pero Payne apenas si podía asumir lo de la noche anterior, así que me dije que tenía que comportarme.
Pero comportarme no se me daba bien en general, y con Payne me resultaba aún más difícil. Era demasiado excitante presionar y escarbar en su interior para comprobar hasta dónde podía llegar. Cuán lejos podía empujarlo.
No negó mi afirmación. Yo sabía que lo había disfrutado. Joder, el tipo había explotado en mi mano como un puñetero volcán en erupción. Había gemido todo el tiempo y se había mostrado tan necesitado y ansioso que estaba deseando poder contemplarlo así de nuevo. Pero esta vez lo quería sobrio y quería que rogara. Quería que suplicara para obtener lo que yo podía darle.
Me impulsé hacia delante y avancé hasta él. En cuanto comencé a moverme, dio un paso hacia atrás. Y luego otro. Y otro. Hasta que tropezó con su escritorio y ya no tuvo adónde ir. La puerta ni siquiera tenía el pestillo echado y sabía que los otros podrían irrumpir en cualquier momento en la habitación.
Pero eso solo lo hacía todo más excitante.
El pánico fue apoderándose de su expresión conforme me acercaba a él, aunque había mucho más detrás de su mirada horrorizada. Curiosidad, deseo, ansiedad y un ardor tan profundo que hizo que mi propia sangre se me calentara en las venas.
Incluso asustado, el tipo resultaba jodidamente atractivo. Y yo sabía que cuando se corría lo era aún más. La noche anterior lo había visto ceder a mis caricias y caer, y había caído con mucha fuerza; todo un espectáculo para la vista.
—¿Qué demonios haces? —preguntó con un suspiro tembloroso.
—Mmm... —Levanté la mano y dejé que mis uñas arañaran el débil rastro de barba de su mandíbula.
Podría haberme dado un manotazo, apartarme de él, detenerme con un simple «no». Yo me habría marchado, no era tan capullo. Pero no lo hizo. Sus fosas nasales se ensancharon cuando tomó aire de forma brusca y yo empujé su barbilla hacia arriba. No se resistió, y su docilidad solo espoleó aún más mi deseo de continuar empujándolo. Quería arrancarle la ropa y desmontar su cuerpo pieza a pieza hasta que no fuera más que pura necesidad. Hasta que sollozara y lloriqueara por mi polla. Hasta que se derritiera por mi causa. Por mí.
—No puedes tocarme —balbuceó con un tono débil.
Le dediqué la sonrisa más arrogante que fui capaz de conjurar, una que decía «Puedo hacer lo que quiera». Ni siquiera necesité decirlo en voz alta, y juraría que él lo comprendió perfectamente. Y que lo aceptó.
Un suave rubor ascendió por su cuello. Tragó de forma audible. El tipo que tenía frente a mí no se parecía en nada al que había visto durante las dos semanas anteriores. Liam Payne era el clásico chico californiano, todo un tópico andante, y, por regla general, cuando pensaba que yo no miraba, hacía alarde del encanto y la seguridad que se esperaba de alguien como él. Encantador y divertido, aunque frente a mí gruñera demasiado a menudo.