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Liam

—Creo que me has roto el culo.

Zayn soltó una carcajada oscura que fue casi como una promesa de repetir lo más pronto posible todo lo que me había hecho la noche anterior.

Sí, me molestaba un poco al andar y al sentarme, y al hacer cualquier cosa que no fuera tumbarme y no moverme en absoluto; aunque tal vez incluso así notara un ligero palpitar. Pero ese dolor era un recordatorio magnífico de lo que había sucedido en su dormitorio. Joder, no podía evocar un momento en el que hubiera disfrutado tanto nunca con una chica. Ni sentirme tan tan satisfecho o complacido. Ni haberme corrido tan duro y durante tanto tiempo. Había sido una locura, aunque el muy idiota de Zayn se lo hubiera tomado con mucha calma para llevarme hasta el orgasmo, torturándome lo indecible por el camino.

Y, sí, yo estaba deseando repetir.

—Lo sé. Lo haremos —señaló él, y comprendí que había dicho lo último en voz alta—. Cuando te recuperes —se burló a continuación.

Lo empujé contra la isla de la cocina para quitarlo de mi camino.

Capullo presuntuoso.

Solo que, después del maratón desenfrenado de perversiones, y de limpiar el desastre de mi estómago, había dormido en la cama de ese mismo capullo presuntuoso. Mierda, me había acurrucado contra él, disfrutando de su calor y del aroma a sexo —de nuestros olores mezclados para formar solo uno— que flotaba en la habitación. Había depositado un montón de besos suaves en su boca y él me los había devuelto. Y la inconsciencia me había alcanzado envuelto entre sus brazos mientras Zayn rozaba los labios contra la piel de mi nuca.

Claro que esa mañana, apenas un rato antes, me había despertado con su cabeza entre las piernas y la mejor mamada que me hubieran hecho alguna vez. Y luego yo le había devuelto el favor en la ducha.

—Me muero de hambre —comenté rebuscando en los armarios.

—Suelo tener ese efecto. —Le mostré el dedo corazón, pero tuve que reprimir la sonrisa que amenazó con desbaratar mi actitud exasperada—. Venga, vistámonos. Te invito a desayunar.

Fue lo que terminamos haciendo. Condujimos en mi coche a una cafetería que servía unos desayunos increíbles y devoramos juntos una cantidad ingente de comida: huevos, beicon, tostadas y hasta un montón de tortitas bañadas en sirope. Íbamos a tener que hacer mucho ejercicio para quemar todas esas calorías o el entrenador nos echaría una buena bronca, aunque, dada la sesión de la noche anterior, tal vez no fuera tan necesario.

Me sobresalté cuando alguien se deslizó en el asiento a mi lado. Había estado tan pendiente de Zayn mientras me hablaba de una de las asignaturas que cursaba ese semestre que ni siquiera había visto entrar a Cooper.

—Tenéis un brillito... —Agitó un dedo en círculos en el aire entre nosotros, burlón—. ¿Me he perdido algo?

—Nada que sea de tu incumbencia —replicó Zayn a la defensiva.

Él ya sabía que Cop estaba al tanto de todo, pero me dio la sensación de que aquella réplica cortante era más por mí que por él mismo. Al fin y al cabo, era yo el culpable de que nos escondiésemos.

Cooper alzó las manos y se rio, dirigiéndose a mí.

—Tu novio es muy protector.

Mi mirada voló hasta Zayn mientras la palabra «novio» flotaba alrededor de la mesa. En realidad, no habíamos hablado de lo que éramos. Hasta el día anterior yo ni siquiera había sabido muy bien lo que estaba haciendo; ahora, después de lo sucedido esa noche, lo que sí tenía claro era que no iba a poder mantenerme apartado de él nunca más ni permitiría que él se apartara de mí. Ya no porque me hubiera dado el mejor orgasmo de mi vida, y luego otro muy similar esa misma mañana, sino por cómo me había mirado después. El modo en el que sus ojos habían recorrido mi rostro con cierta ansiedad, buscando tal vez alguna señal de arrepentimiento. Había desprendido un aire vulnerable del que me parecía casi imposible que fuera capaz tratándose de él.

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