Liam.
—Dime que estás bromeando.
Caleb se encogió de hombros. Estaba fresco como una rosa y, gracias a Dios, yo tampoco tenía mucha resaca. Supongo que tener que ayudar a Maddox a desalojar la casa de la fraternidad y que la fiesta acabara de forma precipitada había contribuido a ello.
Al parecer, las cosas se habían descontrolado un poquitín. Algún incauto irresponsable le había prendido fuego, adrede o sin querer, a parte de la decoración frontal de la casa. No había sido más que un pequeño conato de incendio que enseguida habían apagado, pero eso no evitó que alguien avisara a la seguridad del campus; estos a su vez sacaron al decano de la cama y... el resto era historia.
Maddox había acabado gritándonos a todos hasta que su teléfono había sonado y el mismísimo decano había empezado a gritarle a él a través de la línea telefónica, lo cual nos dio la excusa perfecta para escaquearnos y dejar a los novatos la maravillosa tarea de la limpieza.
—No puedes ir en serio. Al menos le preguntarías el nombre antes de meterle la lengua hasta la garganta —insistí, pero Caleb parecía demasiado interesado en escarbar en su bol de cereales.
No podía creerme que mi hermano no supiera con quién demonios se había enrollado. En la fiesta había tanta gente de la propia fraternidad como otros estudiantes de la universidad, y todo lo que yo había visto del tipo en la oscuridad del jardín era una larga túnica morada. Ni siquiera sabía de qué demonios iba disfrazado y mucho menos quién era.
—Tampoco es que hiciéramos mucho.
—Ya, te aseguro que «mucho» era justo lo que parecíais estar haciendo cuando yo os vi.
Caleb se tragó una risita que me hizo sospechar, pero decidí dejarlo pasar porque al menos parecía estar bien. Y, bueno, tenía veinte años, no era ningún niño; él mismo me había dicho que no era precisamente virgen.
—No soy yo el que fue abducido por el lado oscuro de la fuerza —me reprochó—. Entiendo que ya habéis hecho las paces.
Justo en ese momento, Zayn entró en la cocina con el aspecto de un jodido rey; un rey con el pelo húmedo y despeinado, recién salido de la ducha y con una escasez de ropa que no le hizo ningún bien ni a mi corazón ni a mi polla. Llevaba uno de sus pantalones cortos de deporte y el pecho desnudo. Reprimí una maldición cuando fui consciente de que llevaba un arañazo en el costado, cortesía de la segunda ronda de sexo que habíamos tenido al regresar de la fiesta, y un chupetón en la zona de la clavícula.
Desde luego, a él no parecía importarle lo más mínimo. O tal vez no se hubiera dado cuenta de que los tenía.
Avanzó hasta situarse detrás de mí, deslizó los brazos en torno a mi cintura y apoyó la barbilla en mi hombro. Hasta entonces no nos habíamos mostrado cariñosos cuando sabíamos que Cooper o Grayson estaban en casa, o al menos no fuera de nuestras habitaciones, así que no pude evitar envararme. Pero Zayn no se dio por enterado, o fingió no hacerlo.
Me besó el cuello antes de decir:
—Buenos días. Me muero de hambre.
Mi hermano no perdía detalle del intercambio y sonreía como el maldito gato de Cheshire, resultaba un poco inquietante. Pero el delicioso aroma de Zayn se me coló por la nariz y él se apretó un poco más contra mí, así que me olvidé de cualquier inquietud o preocupación y me derretí contra su pecho.
Tanto Caleb como Cop ya sabían lo nuestro, y dudaba que supusiera un problema para Grayson. Iba a descubrirlo enseguida, porque fue el siguiente en entrar en la cocina y Zayn no hizo nada para separarse de mí.