Capítulo 3: Colapso

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Me encuentro en una situación complicada. A pesar de mi dedicación al trabajo, estoy luchando por reunir el dinero necesario para ayudar a mi madre. La presión de buscar empleos adicionales y la preocupación constante me han dejado ojerosa, fatigada y con pérdida de peso. Incluso he notado que mi cabello se cae en grandes cantidades durante la ducha.

Sus compañeros de trabajo, Fiorela, Emily, Mark y Dan, han notado el cambio en Mía. Aunque no quieren incomodarla, están dispuestos a apoyarla de diversas maneras. Desde llevarle un postre, hasta despertarla cuando se queda dormida en su puesto, están ahí para ella. Aunque Mía no solía ser extrovertida, su dedicación siempre fue evidente. Ahora, su aspecto refleja la carga que lleva, y sus compañeros están decididos a ser su apoyo silencioso en este momento difícil.
Fiorela, ha notado cómo Mía se esfuerza por mantenerse a flote. A menudo, Fiorela le deja un pequeño postre en su escritorio, una dulce sorpresa para alegrar su día. No necesita palabras; el gesto dice lo suficiente.

Emily, ha notado los círculos oscuros bajo los ojos de Mía. En su camino hacia la cafetería, Emily pasa por el escritorio de Mía y deja una taza de café caliente. "Para mantenernos despiertos", bromea. Mía sonríe débilmente, agradecida por la atención.

Mark, que ha notado cómo Mía lucha contra el sueño durante las mañanas. A veces, cuando llega temprano, ve a Mía cabeceando en su silla. Con cuidado, le da un toque en el hombro y le dice: "Hora de despertar, Mía". Ella parpadea y le sonríe. Mark sabe que cada minuto cuenta para ella.

Dan, ha notado la pérdida de peso de Mía. Un día, trae una ensalada fresca y la coloca en su escritorio. "Comer bien es importante", le dice. Mía asiente, agradecida por su preocupación.

Aunque no pueden resolver todos los problemas de Mía, estos pequeños gestos hacen una gran diferencia. En silencio, sus compañeros se han convertido en su red de apoyo. No necesitan palabras grandiosas; su presencia y amabilidad son suficientes. Y así, en medio de informes y correos electrónicos, Mía encuentra consuelo en la camaradería inesperada de su equipo.

Adam, el líder del equipo, se enfrenta a una realidad que había dejado de lado: el préstamo que Mía le había pedido. A medida que los días pasan, la imagen de la Mía que conoció hace año y medio se desvanece. Ella ha cambiado, y su apariencia refleja el desgaste físico y mental. Adam nota que los informes que Mía entrega presentan errores, algo inusual para alguien tan diligente y perfeccionista como ella. Estos pequeños deslices son señales de que algo la afecta profundamente.

Por su parte para Mía los días se vuelven una lucha constante. La presión de mantener su trabajo y buscar ingresos adicionales para ayudar a su madre la agota. Un día, durante una reunión con su equipo, Mía se desmaya. Su cuerpo ya no puede soportar la fatiga acumulada. Adam, como Líder de equipo, debe permanecer a su lado en el hospital hasta que recupera el conocimiento.

Cuando Mía despierta, está aturdida. Adam se acerca a ella con cuidado:

-¿Qué sucedió?.¿Dónde estoy?. Pregunta Mía en voz baja.

-Estamos en el hospital. Se desmayó durante la reunión del equipo. No preguntaré qué sucede con usted, puesto que no quiero ser entrometido. Pero ahora que salgamos, vaya a su casa y descanse. Regrese al trabajo mañana.

-De acuerdo.

Mía no puede articular más palabras, por lo que asiente lentamente con la cabeza. El médico les informa que puede irse si se siente mejor. Juntos, salen del hospital. El viaje de regreso es silencioso y un poco incómodo. Mía tiene mil pensamientos en la cabeza. Sabe que no puede permitirse perder tiempo, pero su cuerpo le grita que necesita descansar. Se culpa y se maldice en silencio. Si sigue exigiéndose de esa manera, terminará igual que su madre, y eso no le servirá de ayuda a nadie.

Adam, por su parte, reflexiona sobre su relación con Mía. ¿Debería interferir para ayudarla? O ¿Fingir que no sabe nada acerca de su situación y seguir con su vida?, Finalmente, llegan a la casa de la madre de Mía. Mía agradece con voz baja y entra en la casa. Adam la observa un momento antes de retirarse.

Nada más entrar en la casa Mía se queda dormida en su sillón, recordando su infancia cuando su familia aún era feliz y estaban unidos, con esos pensamientos derrama unas lágrimas y duerme durante toda la tarde, Mía se encuentra soñando con su madre, ambas están felices en la cocina tomando café mientras hablan de cualquier cosa, al despertar vuelve a la realidad y se da cuenta de que todo ha sido un simple y dulce sueño, que contrasta con la amarga realidad en la que se encuentra ahora.

(Fin del capítulo 3)

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