Las lágrimas empañaban mi visión mientras corría hacia el baño de chicas, una huida desesperada de la multitud que celebraba el anuncio que había destrozado mi mundo. En mi prisa, mi hombro chocó contra algo sólido.El hombre con quien tropecé, me siguió con una expresión de preocupación dibujada en su rostro. No lo noté hasta que salí del baño, intentando recomponerme. Me extendió un pañuelo, sus ojos verdes brillantes mostrando una calidez que contrastaba con la frialdad que acababa de experimentar.
-Por favor, tómelo. Dijo con una voz suave que llevaba un matiz de genuina preocupación.
Era alto, guapo, con un estilo casual que no parecía encajar con la formalidad del evento. Su cabello castaño claro estaba despeinado de una manera que sugería que no le importaba demasiado la apariencia, pero aún así, se veía impecable, por alguna razón sentí que lo había visto antes.
-No, está bien, gracias. Respondí, rechazando su amabilidad con una sonrisa temblorosa. -De verdad, estoy bien.
-No parece que esté "bien". Insistió él, dando un paso hacia adelante. -Si hay algo que pueda hacer.
Corté su oferta con un gesto de mi mano. -Es solo que ha sido un día difícil. Gracias por su preocupación.Me retiré rápidamente, dejando al hombre con una mirada de preocupación que no pude corresponder. No podía permitirme ser consolada por un extraño cuando cada fibra de mi ser aún sentía una tristeza aparentemente inexplicable.
Mientras me alejaba, podía oír los murmullos de mis compañeros, sus voces llenas de sorpresa y confusión. "¿Desde cuándo Lynch tiene novia?, preguntaba uno. "Pensé que era soltero", comentaba otro. Sus palabras eran un zumbido lejano, irrelevante ante la tormenta de emociones que me consumía.
No podía quedarme allí ni un segundo más. Necesitaba aire, espacio, necesitaba estar sola. Salí del edificio y la brisa fresca de la tarde acarició mi rostro, ofreciendo un pequeño consuelo.
-¡Espera!. Escuché detrás de mí. La voz era firme, pero no exigente. Me detuve, pero no me di la vuelta. -No tienes que hablar conmigo si no quieres, pero al menos déjame asegurarme de que llegues a casa sana y salva. No parece seguro que estés sola en este estado.
La oferta me tentó por un momento.
La idea de no estar sola con mis pensamientos era un alivio tentador, pero negué con la cabeza.
-No puedo. Dije, finalmente girando para enfrentarlo. -No te conozco.
-Me llamo Sebastián. Dijo, y algo en la forma en que pronunció su nombre me hizo dudar. -Y tienes razón, apenas nos conocemos. Solo te he visto una vez antes, en la fiesta por el cumpleaños del presidente.
-Mi nombre es Mía. Fruncí el ceño, tratando de recordar. -¿En la fiesta de hace unos meses?.
-Sí, pero no espero que me recuerdes. Estabas ocupada con tus amigos.
Una memoria borrosa comenzó a tomar forma. -¿Eras tú el dueño del teléfono que encontré en aquella ocasión?-Sí, ese era yo, dijo con una sonrisa. Y parece que las cosas han cambiado mucho desde entonces. ¿Quieres hablar de ello?, preguntó Sebastián con un tono suave y acogedor, invitándome a confiar sin presionar.
-No hay mucho que decir, respondí, y mis palabras salieron más amargas de lo que pretendía. "Confías en alguien, crees que conoces a esa persona, y luego...". Sebastián completó mi frase: "Y luego te sorprenden".
-Lo sé. Pero a veces las sorpresas pueden ser buenas. Como encontrarse con alguien en un momento inesperado que puede ofrecerse a escucharte y darte su hombro para llorar.
No pude evitar sonreír ante su persistencia.
"Está bien", cedí. "Pero solo hasta la parada del autobús". Sebastián repitió: "Solo hasta la parada del autobús", y algo en su sonrisa me hizo pensar que tal vez no todas las sorpresas eran malas.
(Fin del capítulo 11)
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Duelo de destinos
RomanceMía, una diligente asistente de una renombrada corporación, ve su serenidad trastocada cuando una urgencia médica amenaza la vida de su madre. La solución yace en una operación de alto costo, un monto que escapa de sus posibilidades. Desesperada, Mí...