veintidos

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Pasaron unas cuantas semanas, y Aroa comenzó a adaptarse al pueblo con sorprendente rapidez. Había aprendido a navegar las calles traicioneras, a evitar las miradas inquisitivas y a moverse con la misma desconfianza que los habitantes. Newt, el nieto de Jack, se había convertido en su sombra, su pequeña garrapata que no se alejaba de ella. Ya se había acostumbrado a despertar en la cama que aún compartía con Ace con Newt entremedio de ambos roncando sobre Ace. Según el menor, Ace era muy calentito y cómodo.

Y por esa cercanía, no se sorprendió cuando el menor le rogó darle el permiso de que lo dejara acompañarle cuando iba a pescar más allá del arrecife límite de la isla. Una verdadera aventura, en sus propias palabras.

Llevaba días insistiendo y ya no podía seguir ignorando la petición del niño que la veía con ojos de huevo frito.

—Está bien, Newt, puedes venir a pescar conmigo, pero solo si sigues yendo a la escuela —le había dicho Aroa un día, imponiendo una condición que el niño aceptó de mala gana. Desde entonces, Newt pasaba más tiempo en la posada con ella que en su propia casa, y a Jack no parecía importarle en absoluto.

Ace seguía inconsciente, pero sus heridas mostraban signos de mejoría, palabras directas del doctor. Jack, siempre ocupado en su consulta médica, encontraba tiempo para visitar la posada y revisar a Ace. La herida estaba casi curada, aunque Ace aún no había despertado. Jack lo observaba con cuidado, teniendo mejores cuidados por el claro pago adelantado que le hacía Aroa cada vez que salía a pescar.

Elda, por otro lado, se había transformado, seguía siendo una anciana cascarrabias, pero con un corazón de oro. Había tomado bajo su ala a Aroa y, aunque refunfuñaba constantemente, la regañaba, e incluso la insultaba cuando Aroa la sacaba de sus casillas, se aseguraba siempre de que comiera bien y tuviera lo necesario para sobrevivir.

—Come, niña. No puedes seguir pescando todo el día sin alimentarte adecuadamente —le decía Elda, empujando un plato de comida hacia ella.

Aroa aceptaba la comida con gratitud, sabiendo que, aunque Elda podía ser gruñona, se preocupaba por ella. La anciana se había convertido en su jefa oficial, y aunque el trabajo era relajado al ser sólo algunos días de la semana podía ser agotador, Aroa estaba agradecida por el techo sobre su cabeza, que seguía pagando, y la comida en su plato.

Mientras tanto, Newt se había convertido en su compañero constante. Aunque podía ser un poco travieso, como cuando escondía sus cosas o cuando dibujaba en la cara de Ace, su presencia era un consuelo en ese lugar. Newt le hacía salir de sus pensamientos respecto a sus responsabilidades.

—¿Por qué siempre me sigues? —le preguntó Aroa un día mientras preparaban el pescado que habían capturado.

Newt, con su eterna sonrisa, se encogió de hombros. —Porque eres divertida y no me tratas como un niño pequeño. Y eres una pirata buena.

Aroa sonrió ante su sinceridad. —Bueno, es porque no eres solo un niño. Eres mi pequeño ayudante, ¿recuerdas?

El niño asintió con entusiasmo, feliz de tener un propósito.—¿Vamos a ir con la vieja de Elda?

—No seas tan grosero para hablar, Newt.—Le regañó Aroa mientras cortaba las verduras con facilidad.—Y lo haremos, tengo entendido de que me pidió ayuda para llevarle leña y me quería preguntar sobre algo.

—¿Te puedo esperar aquí, Ari? Me da miedo esa vieja, dicen que esta loca...—El niño se fue a sentar en la cama de un salto, aterrizando a un lado de Ace.—Cuidaré de Ace.

—De acuerdo. No tardaré mucho, así que quedarás a cargo de nuestra habitación.—Sabía que era imposible que Newt hiciera algo peligroso y estaba segura de que no tardaría más de diez u quince minutos en volver. Le entregó un plato con verduras aliñadas al menor y tomó el hacha que estaba detrás de la puerta, mañana cenarían el pescado.—Voy y vuelvo, no hagas desastres o te cortaré con esta misma hacha las manos.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora