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No sabía cuanto tiempo llevaba inconsciente pero por el dolor de su cuerpo podía apostar que casi cuatro días. Sentía mucha hambre y sed, además de una sensación que no existía en el Nivel 6.

Calor.

Hacía mucho calor.

Se sentó con rapidez comprobando que nuevamente sus pies eran lo único que tenía esposado y miró a través de la celda intentando averiguar el nuevo panorama. Aquí además podía ver a los cuatro demonios guardianes que merodeaban por los niveles.

Nivel 3, era evidente. "El infierno del hambre"

—Lo que faltaba.—Murmura para si misma, sabiendo que el cambio de celda era solo para no tener una estancia amena en ese lugar, sabía definitivamente que algún prisionero del nivel 6 tuvo que delatar la estrecha amistad que había desarrollado con Puño de Fuego a alguno de los guardias a cambio de mejores condiciones.—Por suerte aún no me obligan a usar ese feo uniforme.

El lugar era desértico y las celdas no estaban organizadas en pasillos, dejando así mucho espacio entre una y otra. No había nadie con quien hablar y lo único divisible era la arena que se levantaba con alguna corriente de viento. Su compañero de celda era un esqueleto pero podía apostar que si lo tocaba de deshacería en polvo.

—Supongo que es tu momento de decir "te lo dije", papá.—Se quejó para sí misma imaginando la cara de su padre riéndose de ella exageradamente si supiera en donde estaba.

Estaba en un mal momento para estar encerrada. Sabía que la tensión en el mundo estaba latente debido al anuncio de la ejecución pública de Ace, Barbablanca no se quedaría de brazos cruzados y, además de poseer una de las flotas más grandes de piratas, la cantidad de aliados que tenía era suficiente para crear una guerra contra el Gobierno Mundial.

Aroa era una de esas aliadas.

Claro, en este espacio reducido no era de mucha ayuda, pero no era secreto para nadie que ella tenía conocidos y aliados en cualquier parte del Grand line. Fue una supernova en la generación anterior, le ofrecieron un puesto de Shichibukai, tenía algunas islas bajo su protección. Era una gran pirata a pesar de no tener una tripulación y era consciente de ello.

Su tripulación.

Se dejó caer en el caliente suelo mirando al mohoso techo, luego desvió su mirada a las pequeñas yerbas que salían desde las esquinas agrietadas. Tocó aquella flor amarilla que se acercaba y, como esperaba que pasase, se marchitó.

Murió igual que su antigua tripulación.

Suspiró ante el recuerdo, sabiendo que había sido su culpa; recuerda los gritos, el fuego, la sangre escurriendo por toda la proa. Los últimos destellos de vida en los ojos de a quienes consideraba su familia. También recuerda el shock del momento, la rabia hirviendo que subió por su espalda, la tensión de sus músculos, las lágrimas furiosas que corrían por sus mejillas.

Y por último, tal como en una secuencia, el cómo quedó de pie, sola, en medio de la masacre con el barco incendiándose sobre ella y los cuerpos de sus amigos en el Nuevo Mundo.

Recuerdos vivos que no la dejaban dormir tranquila por las noches, acechándola y recordándole en cada instancia que ella no era lo suficientemente fuerte, que ella no pertenecía a ese mundo de la piratería. Recordándole que ella no era capaz de proteger a los suyos y que por lo mismo, merecía quedarse sola.

Y se repetía la historia pero esta vez de forma anunciada. Portgas D. Ace, su rival y amigo, sería ejecutado en cuestión de días.

No quería más muertes, mucho menos a manos de la Marine. No quería llorar por la ausencia de alguien, no quería asistir a un funeral.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora