uno

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i. Acto uno


   Aroa se sentía inquieta y aburrida, prisionera en aquel sombrío lugar. Reconocía que su audaz plan quizás no había sido tan brillante como había imaginado. Había creído que dejarse atrapar por la Marina, prácticamente entregándose de forma voluntaria, robar su propia recompensa y escapar, daría buenos resultados.

Pero no había anticipado que justo en esa sede de la Marina, en una isla cuyo nombre ni siquiera recordaba, estarían de visita el Almirante Kizaru y Kuzan. No había tenido ni la oportunidad de concluir su plan de escape cuando, a mitad de su huida, ambos marines se pararon frente a ella con miradas amenazadoras. El siguiente recuerdo de Aroa fue el de ser arrojada a un caldero de agua hirviendo, condenada a la impenetrable prisión submarina Impel Down.

Agradecía que, al menos, durante sus primeros días en la cárcel, no tenía compañeros de celda. Eso le permitía mantener cierta cordura ante el bullicio de lamentos y desesperación que reinaba en el lugar. La soledad le daba tiempo para pensar, para planear su escape.

Se sentó en una esquina de la celda, sobre una cama tan dura como el suelo, dejando mucho que desear. El ambiente lúgubre, con luces bajas y casi inexistentes, era lo que cabría esperar en una prisión de máxima seguridad. Aroa se esforzó en olvidar la comodidad de su cama, el sentir las pequeñas gotas de agua del mar en su rostro cuando estaba en la cubierta de un barco. Ahora solo tenía esa celda, y la realidad era cruda y desoladora.

Suspiró con fuerza, luchando contra la desesperación y los pensamientos intrusivos que la atormentaban. Cerró los ojos con la esperanza de dormirse, pero el sueño era esquivo. Nadaba entre la soledad y el agotamiento, sin tener consciencia del paso del tiempo. No sabía si era de día o de noche, ni cuántos días o semanas habían transcurrido. Su ansiedad era asfixiante.

A veces, podía estimar el tiempo según el guardia que le llevaba la comida, pero había días en que no recibía nada y debía resignarse a la situación. Al fin y al cabo, era una prisionera clasificada como peligrosa.

El Nivel 6 de Impel Down era el último piso y albergaba a los criminales más temibles. Aroa sabía que entre ellos se encontraba el antiguo Shichibukai Crocodile, a quien había visto en una celda mientras era llevada a ese piso. Escuchaba sus quejas y amenazas dirigidas a los demás prisioneros.

Finalmente, mientras intentaba encontrar la forma a unas manchas de moho que estaban en el techo de su celda, el agotamiento se apoderó de ella y cayó dormida en su incómoda posición, con las cadenas y esposas pesadas atadas a sus tobillos.

En medio de su ligero sueño, siempre alerta ante la posibilidad de que los guardias la llevaran a algún castigo en Impel Down, Aroa escuchó que alguien se quejaba y tiraba de las cadenas que estaban incrustadas en la pared, justo en el lado derecho de su celda. Fingió dormir, esperando a que los guardias se marcharan después de dejar a su compañero esposado.

Una vez que el ruido cesó y la celda quedó en silencio, Aroa se incorporó en la cama y miró con desinterés a su nuevo compañero.

Abrió los ojos con impresión pero lo disimuló de forma rápida.

—Lo veo y no lo creo. —Comentó en voz alta al reconocer al prisionero esposado. Cabello azabache que caía sobre su rostro, pecas salpicadas y esa costumbre de mantener el torso descubierto.

El muchacho alzó la cabeza con una mirada casi resignada y luego se sorprendió al ver a Aroa, aunque rápidamente también lo disimuló con una sonrisa cansina.

—Vaya Aroa, nunca pensé que te vería en este lugar. La vida de prisionera te queda de maravilla, resalta esa personalidad tuya tan... extraña. —Era obvio que ya se conocían.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora