witch | portgas d. ace

treinta y ocho

Ace despertó con esa sensación familiar, pero siempre igual de frustrante: había tenido otro cuadro de narcolepsia, otra vez. Aunque sus episodios se habían vuelto menos frecuentes, no le sorprendía que uno lo hubiera atrapado en el peor momento posible, justo cuando debían estar alertas.

Su cuerpo siempre tenía un sentido del humor retorcido.

Abrió los ojos lentamente, sintiendo el leve dolor en su cuello por la postura incómoda. La primera imagen que captó fue confusa: el techo de roca negra del volcán, iluminado por una luz tenue y rojiza, como si estuviera atrapado dentro de un horno.

El aire en la cueva volcánica era denso y cálido, cargado con el olor metálico del magma que burbujeaba bajo la superficie. A lo lejos, se escuchaba el eco de una discusión que cortaba el silencio sofocante como un cuchillo afilado. Ace además despertó con una sensación de incomodidad en las extremidades, tratando de moverse solo para darse cuenta de que sus muñecas y tobillos estaban atados con cuerdas gruesas, probablemente de cuero trenzado. Frunció el ceño, notando el dolor punzante en su cabeza, probablemente producto de una caída torpe.

"¿Dónde diablos estamos?" Pensó, mirando alrededor para tomar conciencia de la situación. A su lado estaba Elon, tan imperturbable como siempre, con Newt en brazos. Ace notó que las muñecas de Elon también estaban atadas, aunque eso no parecía afectarle en lo más mínimo; su expresión de superioridad permanecía intacta. Newt, por otro lado, observaba el entorno con esa calma despreocupada que a veces resultaba desesperante. Algo en la tranquilidad del niño lo hizo sentir que la situación, aunque grave, no era del todo desesperada.

"Si Newt no está preocupado, quizás no estamos tan mal... ¿o sí?"—Se removió en su lugar con un poco más de tranquilidad.

—¿Qué demonios está pasando? —gruñó Ace, tratando de levantarse y tensando las cuerdas, sin éxito. Llamó la atención del niño quien le sonrió simple.

—Mamá está peleando con los hombres de fuego —respondió Newt con la misma serenidad de siempre, como si fuera lo más natural del mundo.

—¿Peleando, eh?—Ace alzó una ceja interesado  y siguió la dirección de la mirada del niño. No muy lejos, se encontraba Aroa, enfrascada en una acalorada discusión con un grupo de hombres enormes, cuya piel parecía esculpida por las mismas llamas del volcán. Eran altos, fornidos, con tatuajes que se retorcían como ríos de lava a lo largo de sus brazos y torsos. Sus ojos ámbar chispeaban con una intensidad que sugería peligro. A primera vista, parecían guerreros temibles, pero Ace conocía bien a Aroa; no estaba físicamente combatiendo, pero había en ella una tensión que lo dejaba claro: controlaba la situación a su manera.

"Hombres de fuego... "pensó Ace un poco decepcionado al notar que en realidad eran humanos casi normales. No le gustaba estar atado, le traía horribles recuerdos de la última vez que estuvo bajo el ojo publico, y menos aún en una situación como esta, pero al observar cómo Aroa manejaba la escena, no pudo evitar esbozar una media sonrisa. A pesar del peligro latente, sabía que ella tenía todo bajo control.

Claro. Ella se encargará como siempre.

Aun así, el molesto nudo de las cuerdas en sus muñecas le recordaba su impotencia. —¿Cómo terminamos atados? —preguntó, lanzando una mirada a Newt, que seguía inmutable.

—Nos atraparon —respondió su hijo con simplicidad, como si fuera la respuesta más obvia del mundo—. Cuando mamá estaba hablando con el jefe, dos tipos nos capturaron por detrás sin que ella se diera cuenta. Grité por ella y ella golpeó a los que pudo, pero el líder quería hablar con ella antes de que golpeara a todos sus hombres, así que estamos aquí esperando. Pero ya ha golpeados a otros más.