treinta y nueve

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Ace no podía apartar la mirada de las escaleras, cada segundo que pasaba sentía cómo la inquietud se apoderaba de su pecho. Aroa aún no había bajado, y aunque intentaba calmarse, la sensación de que algo no estaba bien lo carcomía desde adentro. Tamborileó los dedos sobre la mesa, esperando que el leve sonido lo tranquilizara, pero nada lograba apagar esa creciente ansiedad. Todo en su ser le gritaba que debía ir tras ella.

Frente a él, Elon sorbía su bebida en silencio. Tras un largo suspiro, sin molestarse en levantar la vista, rompió la tensión en el aire con un comentario simple pero cargado de comprensión.

—Ve por ella —murmuró, con la misma calma que si estuviera discutiendo sobre el clima.

Ace no necesitó más. Se levantó de un salto, empujando la silla hacia atrás con tal fuerza que las patas raspaban ruidosamente el suelo de piedra. Sin perder un instante, sus pasos lo llevaron directo a las escaleras, subiendo de dos en dos. Mientras ascendía, mil pensamientos se arremolinaban en su mente, tratando de prever qué podría estar mal, qué palabras decirle para calmarla, para calmarse a sí mismo.

Al llegar frente a la puerta entreabierta, se detuvo un segundo, indeciso. Aroa estaba de pie, inmóvil como una estatua, observando un cuadro en la pared con una intensidad desconcertante. Era una fotografía de su tripulación. En el centro, sobre los hombros de un hombre, estaba ella, sonriendo, rodeada por aquellos que habían sido su familia. James, reconoció de inmediato. El peso del recuerdo cayó sobre él como un alud, aplastante.

Ace permaneció en la entrada, observándola en silencio, sabiendo que, en ese momento, las palabras podían ser tanto un consuelo como una herida. Pero no podía quedarse ahí, quieto, mientras veía cómo las sombras del pasado se cernían sobre ella. Dio un paso adelante, cruzando los brazos mientras miraba el mismo cuadro que ella.

—Me agradaban mucho los chicos de tu tripulación —su voz salió baja, pero con una honestidad desnuda. Era una verdad que sabía que Aroa necesitaba escuchar—. James, Remus, Sirius... Eran buenos tipos.

Aroa permaneció en silencio, su cabeza apenas inclinándose en un asentimiento casi imperceptible. Estaba atrapada en una marea de recuerdos, como si los momentos vividos con ellos, tan lejanos en el tiempo pero tan cercanos en su corazón, volvieran a inundarla con toda su fuerza.

—Todo me recuerda a ellos ahora —susurró al fin, con un tono tan suave que parecía que sus palabras se disolvieran en el aire antes de llegar a Ace. Intentaba sonar ligera, pero la pesadumbre en su voz era imposible de ignorar.

Ace, sin apartar la vista del cuadro, sintió el peso de sus propias pérdidas en el pecho, como si las heridas de Aroa resonaran con las suyas propias. Él también sabía lo que era estar atado a los fantasmas del pasado.

—Lo entiendo —dijo, con una quietud que contrastaba con la tormenta que sentía. Porque él también había conocido el dolor, la pérdida de aquellos que nunca regresan.

Aroa, haciendo un esfuerzo por mantener su compostura, se giró levemente hacia Ace, esbozando una sonrisa vacía, una que no alcanzaba sus ojos.

—No es nada, de verdad —dijo, intentando despejar la atmósfera—. Ya sabes cómo soy. No me preocupo por estas cosas.

Pero Ace la conocía demasiado bien. No se tragaba su mentira. Esa sonrisa, esa fachada que ella siempre mostraba al mundo, no engañaba a alguien que había visto más allá de las barreras. Con suavidad, levantó una mano, deteniéndola antes de que pudiera seguir fingiendo.

—No conmigo —sus palabras fueron firmes pero llenas de ternura, sus ojos buscando los de Aroa, deseando que ella entendiera que con él no tenía que fingir—. No tienes que pretender que todo está bien.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora