cuarenta y cinco

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El mundo se detuvo.

Aroa no supo si fue por el roce de sus labios contra los de Ace, el calor que parecía irradiar desde él y envolverla, o simplemente por el silencio que de repente se apoderó de la cocina. Todo ruido desapareció. Ya no estaban el chisporroteo de la sartén, ni el leve zumbido de fondo de la casa, ni siquiera el ritmo de sus propios pensamientos, siempre tan caóticos.

Ace dejó caer la espátula, el sonido del utensilio golpeando el suelo fue seco, rápido, pero ni siquiera ese ruido logró romper el momento. Sus brazos cayeron a los costados, y por un instante, todo lo que hizo fue quedarse completamente quieto, como si su cuerpo necesitara unos segundos para procesar lo que estaba sucediendo.

Para Aroa, en cambio, era como si todo en su mente hubiera encontrado, por fin, calma. No pensaba. No analizaba. Por primera vez en mucho tiempo, todo su ser estaba enfocado en una sola cosa: el contacto entre ellos. Los labios de Ace eran suaves, cálidos, con un leve temblor que la hacía pensar que, quizás, no era la única afectada por el momento.

Ace, sin embargo, no reaccionaba. Y eso, tras el primer instante de audacia, empezó a despertar en Aroa una marea de nervios e inseguridad que le comenzaban a gritar que esto era un error, que se había equivocado. Sus ojos seguían cerrados, pero podía sentir cómo el calor subía desde su cuello hasta sus mejillas como si ya no hubiera estado antes sonrojada, encendiéndolas. Cuando finalmente abrió los ojos, lo vio ahí, con la misma expresión atónita, como si el mundo se hubiera detenido para él también.

Aroa retrocedió un paso, apartándose de él de golpe como si acabara de darse cuenta de lo que había hecho. Pisó la espátula sin querer casi cayéndose pero se recompuso con rapidez.

—Lo siento... —murmuró, bajando la mirada mientras el sonrojo en sus mejillas se intensificaba. Se sentía tan fuera de sí misma que no podía evitar querer escapar. —Perdón, no debí... Me dejé llevar. Yo... lo siento.

Portgas seguía inmóvil, con los ojos muy abiertos mirándola detenidamente y las mejillas ligeramente teñidas de rojo. Su boca estaba apenas entreabierta, como si quisiera decir algo, pero las palabras simplemente no llegaban.

Aroa, viendo su expresión, sintió que no podía quedarse ahí ni un segundo más; estaba avergonzada. Dio un paso hacia atrás, con la intención de escapar de la cocina, de esa situación que ahora parecía aplastarla con su intensidad, su corazón latía con demasiada fuerza. Pero antes de que pudiera moverse más, sintió cómo la mano de Ace se cerraba alrededor de su muñeca.

—Aroa... espera.—La voz de Ace sonaba baja, apenas un susurro, pero había algo en su tono que la detuvo en seco. Giró hacia él, y al encontrarse con sus ojos, tan intensos y llenos de algo que no podía descifrar, sintió que todo el calor en su cuerpo se concentraba en su pecho, sentía que podía vomitar.

—Ace, en serio perdón, yo...—Antes de que pudiera terminar, Ace tiró suavemente de su muñeca, acercándola de nuevo hacia él. Sus miradas se cruzaron, y el tiempo pareció detenerse otra vez. Entonces, sin previo aviso, Ace inclinó un poco la cabeza y la besó otra vez.

Este beso fue diferente. Ace no dudó ni un segundo. Sus labios se movieron con suavidad, con una calidez que contrastaba con la sorpresa inicial de Aroa. Sus manos subieron lentamente desde su muñeca hasta su rostro, sujetándola con cuidado, como si tuviera miedo de que se rompiera. Aroa sintió cómo su corazón latía con fuerza, su respiración se aceleraba, pero no retrocedió esta vez.

Cuando Ace se apartó, lo hizo despacio, como si quisiera prolongar el momento un poco más. Sus ojos buscaban los de Aroa mientras sostenía su rostro, y cuando finalmente habló, su voz era baja pero firme.—¿Qué fue eso?

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora