veinticinco

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La casa estaba en completo silencio, con la excepción del crujido ocasional de la madera mientras Aroa y Ace se movían en la cocina.

Ambos estaban acostumbrados a su rutina diaria desde que Ace despertó.

Habiendo pasado días juntos después de la tormenta y la caída de Aroa. Ace, ahora mucho mejor, también se movía con más agilidad, aunque aún con algo de cuidado. Newt había estado más ocupado de lo habitual, ausentándose durante el día para estudiar para sus exámenes, por obligación más que nada, pero sin fallar en regresar por las noches para cenar con ellos, desafiando las advertencias de los mayores sobre los peligros de salir después del anochecer.

—¿Qué tal si damos una vuelta por el pueblo hoy? —propuso Aroa de repente mientras servía café en las tazas. Había estado pensando en la idea desde la noche anterior, queriendo que Ace se familiarizara con el lugar y, sobre todo, comenzara a identificar posibles rutas de escape para cuando llegara el momento de partir.

No podían quedarse demasiado tiempo, los reconocerían tarde o temprano.

Ace, sentado en la mesa con una tostada a medio morder en la mano, levantó la mirada y sonrió. —Suena bien. Me siento bastante bien hoy, así que no veo por qué no.

La coordinación entre ambos se había vuelto tan natural que casi no necesitaban palabras para completar las tareas del hogar. Mientras Aroa recogía los platos, Ace se levantó para guardar los restos del desayuno, moviéndose en perfecta sintonía. El silencio entre ellos estaba lleno de comodidad, interrumpido solo por conversaciones aleatorias que surgían al azar, como la vez en que Aroa fue atacada por una tribu desconocida en una isla por accidente.

—Eso me recuerda a un reino en el que me quedé varado una vez... —comentó Ace mientras colocaba las tazas en el fregadero.

Aroa levantó una ceja, interesada. —¿Sí? ¿Qué pasó allí?

Ace sonrió, recordando. —Era un lugar extraño, lleno de gente con atuendos tradicionales, espadas y un gran sentido del honor. Hice algunos amigos, pero también tuve que enfrentarme a varios problemas.

—¿Problemas? —preguntó Aroa, mientras terminaba de limpiar la mesa. No quería presionar demasiado, pero la curiosidad era evidente en su voz.

—Problemas, sí... —respondió Ace con un tono que indicaba que no planeaba dar más detalles. Él sabía cuándo era mejor dejar ciertos temas sin profundizar, además así dejaba con la duda a la mayor sólo para fastidiarla.

Decidieron cambiarse de ropa antes de salir. Ambos estaban aún en pijamas; un pantalón corto y una remera grande, algo inusual a esas horas pero comprensible dado que era un día libre. Ace se dirigió a su lado del armario mientras Aroa hacía lo mismo en el suyo.

Aroa eligió un conjunto sencillo: pantalones de lino color oliva y una camiseta blanca sin mangas de color marfil, acompañados de botas cómodas para caminar y la venda que cubría su hombro izquierdo. Al salir del baño, se encontró con Ace parado frente al espejo, con sus habituales pantalones cortos negros y, por supuesto, sin camisa.

—No puedes ir así —dijo Aroa, cruzando los brazos con desaprobación.

Ace, que estaba arreglando su cabello desordenado, se giró para mirarla con confusión. —¿Por qué no? Hace calor afuera, además me veo genial.

Aroa rodó los ojos.

—Porque si no te cubres el torso, todos sabrán que estás vivo, genio —respondió Aroa, señalando la gran cicatriz que atravesaba su pecho y el tatuaje que llevaba su nombre.

Ace frunció el ceño, claramente molesto. —Eso es imposible, me dijiste esta isla está lejos del Grand Line.

—Exacto, pero no hay muchas personas con una cicatriz tan notoria y mucho menos con un tatuaje con tu nombre. Sin mencionar que tu rostro podría ser reconocido porque estuviste en primera plana —replicó Aroa, su tono dejando claro que no iba a ceder en esto.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora