veintiuno

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Al día siguiente, Aroa se levantó temprano, antes de que el sol estuviera completamente en el cielo. Sabía que hoy debía cumplir con el trato que había hecho con Jack, así que se preparó con determinación. Revolvió entre la ropa que había encontrado en la posada y seleccionó un conjunto práctico para el trabajo: unos pantalones resistentes, una camiseta vieja y una chaqueta impermeable que le había dado Jack el día anterior. Se recogió el cabello en una cola de caballo alta y se aseguró de que sus botas estuvieran bien atadas.

Después, se dirigió a la pequeña cocina de la posada, que estaba dentro de la misma habitación, y preparó un desayuno sencillo para ella: un poco de pan y algo de fruta que había conseguido en el mercado. Luego, se acercó a Ace. Intentó darle algo de papilla, pero su esfuerzo no tuvo mucho éxito, así que se conformó con hacerle tomar un poco de agua, vertiéndola con cuidado en su boca.

Le limpió la cara antes de suspirar resignada.—Vamos, Ace, tienes que hidratarte... —le susurró, aunque él no podía oírla—. Necesito que te pongas mejor pronto, antes de que nos asesinen.

Con todo listo, se dirigió al muelle con pasos seguros. Aroa se sentía ansiosa pero decidida. Al llegar, vio a Jack esperándola junto a una señora muy anciana y bajita que, por su actitud, Aroa asumió que debía ser Elda, la dueña del bote.

Se acercó a ellos trotando con facilidad.

—¡Ahí estás! —exclamó Jack, alzando una mano en señal de saludo—. Aroa, te presento a Elda.

Elda, con una expresión severa, la miró de arriba abajo. Sus ojos eran agudos, como los de un águila, y aunque su estatura no era intimidante, su actitud definitivamente lo era. Su cara estaba cubierta por arrugas que marcaban fuertemente su expresión.

—Entonces tú eres la niña que se supone nos ayudará hoy —dijo Elda, con voz ronca, definitivamente no era una abuelita tierna—. No tengo tiempo para tonterías, así que escucha bien. No lo repetiré otra vez.

Aroa asintió, manteniendo la calma por su bien.

—Claro, dígame qué debo hacer.

Elda señaló el bote que tenían frente a ellos, un pequeño bote pesquero con un motor.

—Este es el bote. Tiene motor, así que no tendrás que remar, gracias a Dios. El límite es donde el agua comienza a ponerse más oscura. No cruces esa línea, o los Reyes del Mar te devorarán antes de que puedas pestañear. ¿Entendido?

—Entendido —respondió Aroa, con firmeza.

Elda le entregó una caja con carnadas y una red.

—Usa estas carnadas para los peces más grandes. La red es para atrapar los más pequeños que se acerquen a la superficie. No me traigas cualquier cosa; necesito peces buenos. Aunque no esperaré mucho de ti, es tu primer día.

Aroa sonrió sin expresión, notando la impaciencia de Elda pero sin dejarse intimidar.

—Lo haré lo mejor que pueda.

Jack, que había estado observando la interacción con una sonrisa, intervino. Ya conociendo a ambas mujeres con un fuerte carácter.

—Buena suerte, niña. Nos veremos aquí cuando regreses.

Aroa se despidió de los dos ancianos y subió al bote. Encendió el motor, agradecida de no tener que remar, y comenzó a avanzar hacia el límite del área segura. No miró al par de ancianos cuando se fue, se sentía segura.

El mar era su fuerte. Mientras el bote se movía por el agua, Aroa se sentía familiarmente tranquila. El viento fresco del mar y el sonido del agua eran casi reconfortantes, un cambio bienvenido después de los últimos días llenos de tensión.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora