treinta y cinco

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Aroa fue la primera en despertar.

El sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las cortinas, arrojando tenues rayos de luz sobre la habitación. Se desperezó lentamente, abriendo los ojos con pereza, acostumbrándose al nuevo día. Estaba de espaldas al borde de la cama, la cabeza apoyada sobre una almohada, mientras sentía un calor familiar rodeándola. Suspiró con resignación y dejó que su mirada descendiera por el contorno de su propio cuerpo. Ahí estaban: dos brazos enroscados firmemente a su alrededor.

Newt, a su derecha, se aferraba a su ropa con sus pequeños dedos, su rostro oculto en el hueco de su cuello, respirando de manera tranquila y rítmica. Ace, a su izquierda, estaba más cerca de lo que había imaginado, el rostro enterrado en el otro lado de su cuello, un brazo firmemente apretado alrededor de su cintura, con una respiración más pesada y profunda. Aroa reprimió una sonrisa burlona ante el parecido casi infantil de ambos, como si estuvieran enredados en un nudo de sueños, o como si estuvieran realmente emparentado biológicamente.

Decidió no interrumpir la quietud del momento y, con suavidad, deslizó sus dedos a través del cabello claro de Newt, acariciándolo con ternura. Su mano luego se movió hacia Ace, quien dormía con esa expresión de serenidad que rara vez mostraba. Sus dedos recorrieron las hebras oscuras del cabello de Ace, y notó con sorpresa que había pequeñas pecas en sus pómulos, casi imperceptibles de color café, tan tenues que solo podían ser vistas de cerca, con la luz adecuada. Esa observación le provocó una sonrisa suave, pero lo mantuvo como un pequeño secreto para ella misma.

Ace se removió ligeramente, aún medio dormido, y murmuró con voz ronca, entre la consciencia y el sueño. —Si me vas a despertar así cada vez que hablo de mis sentimientos, lo haré más seguido —susurró, con una sonrisa dibujada en los labios mientras se acomodaba más cerca de su cuello.

Aroa dejó de acariciarle el cabello con fastidio fingido y escuchó el quejido del pecoso, quien frotó su nariz contra el cuello de ella con una risa suave. —Sigue, me gusta —añadió, su voz aún adormecida. Tomó la mano de la chica y la dejó sobre sus cabellos.

—Deberías avergonzarte, Portgas —replicó Aroa, aunque había una nota de diversión en su voz. Continuó acariciándole el cabello, obedeciendo su petición sin protestar—. ¿Te sientes mejor?

Ace cerró los ojos, apoyando su frente en el hueco de su cuello, y asintió lentamente, como si las palabras fueran demasiado pesadas para formar.

—Mucho mejor —admitió en un susurro—. Realmente no puedo ocultar lo que siento... me quité un peso de los hombros.

—Así veo, muy cómodo estás abrazándome —respondió Aroa con una ligera risa.

Ace se sonrojó levemente, pero no soltó su agarre, manteniendo su rostro aún en el cuello de ella. —Bueno, hemos dormido así desde antes de que supiera que me gustas... no esperes que cambie.

—¿En eso habíamos quedado, o no?

Ace sonrió, pero su expresión se volvió un poco más seria, una sombra de melancolía pasando por sus ojos. —Aroa... —dijo, su voz bajando de tono—, sé que no he dicho mucho sobre... lo que pasó en Marineford.

Aroa lo observó de reojo, sintiendo la tensión en su voz. Quiso ser cuidadosa, no querer invadir, pero tampoco quería que él se cerrara en sí mismo. —¿Cómo te sientes con todo eso? —preguntó con suavidad.

Ace se tomó un momento, como si pesara cada palabra. —Si no es una molestia para ti... hablar de ello, digo. Sé que puede ser tedioso escucharme, pero hay algo, mmh... no lo sé.

Aroa dejó escapar un suspiro de exasperación y le dio un tirón leve en el cabello para que dejara de divagar. —No es malo hablar de lo que sientes, Ace —dijo, con firmeza pero con un dejo de comprensión—. Es mejor sacarlo. Además, ¿qué clase de amiga sería si no quiero escucharte?

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora