treinta y dos

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acto cuatro.





















Aroa avanzaba lentamente por el bosque, su respiración pesada y su cuerpo agotado después de todo lo que había pasado. La brisa nocturna acariciaba su piel, pero el aire parecía denso, cargado de una energía que no podía identificar. Cada paso que daba parecía llevarla más lejos del mundo conocido, adentrándola en un lugar donde las leyes de la realidad se disolvían y solo quedaba la esencia pura del bosque.

El silencio la rodeaba, pero no era un silencio tranquilizador. Había algo en él que la ponía en alerta, una sensación de que no estaba sola, de que algo la observaba desde la penumbra. Aroa se detuvo, su instinto de supervivencia aflorando, y alzó sus puños dispuesta a atacar si era necesario.

Entonces, lo sintió.

Una presencia antigua y poderosa, diferente a cualquier cosa que hubiera encontrado antes. Aroa giró la cabeza, sus ojos buscando entre las sombras hasta que finalmente lo vio. Emergiendo de entre los árboles, un enorme oso de pelaje oscuro, cuyos ojos brillaban con una luz que parecía venir de otro mundo.

Aroa se quedó paralizada, no por miedo, sino por algo más profundo, algo que resonaba en su interior. El oso avanzó lentamente hacia ella, y cuanto más cerca estaba, más clara se volvía la sensación de que no era un simple animal. Había algo en su mirada, una inteligencia que trascendía la naturaleza, una conciencia que la envolvía.

—¿Quién eres? —murmuró Aroa, su voz apenas un susurro. Sabía que era el oso amigo de Newt, pero la pregunta no iba dirigida a eso.

El oso se detuvo, mirándola fijamente. Y para su sorpresa, una voz femenina, suave pero cargada de poder, resonó en su mente.

—Soy el guardián de este bosque, el elemental que lo protege —dijo la voz, cada palabra impregnada de una autoridad ancestral—. No hay tiempo, Aroa. Debes salir de esta isla pronto.

Aroa frunció el ceño, sus pensamientos enredándose en su confusión. ¿Cómo podía esta criatura conocer su nombre? ¿Y por qué debía confiar en ella? No, espera, tenía una pregunta mejor; ¿Por qué estaba hablando?

—¿Por qué? —decidió preguntar Aroa, su tono inseguro—. ¿Qué está pasando aquí?

El oso, o más bien la osa, la observó con una mezcla de impaciencia y preocupación, como si el tiempo corriera en su contra.

—Newt está en peligro —dijo la osa con un tono firme que no admitía dudas—. Debes protegerlo.

El corazón de Aroa se aceleró, una sensación de urgencia apoderándose de ella. Newt, el niño que había jurado proteger, estaba en peligro, y no tenía ni idea de cómo enfrentarse a esta nueva amenaza.

—¿Cómo lo sabes? —insistió Aroa, intentando procesar lo que la osa le decía.

—Lo sé porque este bosque es mi dominio —respondió la osa, su voz grave pero clara—. Sé todo lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá aquí, cada movimiento, cada respiración. Y sé que Newt corre un gran peligro. No hay tiempo para cuestionarlo, Aroa.

Aroa sintió una oleada de desesperación, pero también algo más: la certeza de que esta criatura no le mentía. Había algo en la voz de la osa, en la forma en que sus palabras resonaban en su mente, que la hacía confiar en ella, a pesar de lo ilógico que parecía.

—Lo protegeré —dijo Aroa con una determinación que brotó de lo más profundo de su ser—. No dejaré que nada le ocurra.

La osa la observó por un largo momento, y Aroa pudo ver en sus ojos algo parecido a la gratitud.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora