cuarenta y dos

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La luz suave de la mañana se colaba a través de las rendijas de las cortinas, bañando la habitación en un resplandor dorado. Ace fue el primero en moverse, aunque no tenía prisa por hacerlo. Desperezándose perezosamente, rodó sobre su costado y la primera cosa que encontró fue a Aroa, todavía entre dormida, su cabello desordenado cayendo en cascadas sobre la almohada. Una sonrisa amplia se le dibujó en el rostro mientras se inclinaba lentamente hacia ella, dejando un beso suave en su frente.

—Buenos días, mi mujer —murmuró en un tono bajo y cálido, apenas rozando su piel con sus labios.

Aroa, con los ojos cerrados aún y una ceja levantada, frunció el ceño al escuchar ese apodo. Sin embargo, no se apartó. La familiaridad con la que Ace le susurraba esas palabras siempre la hacía sentir algo que no quería admitir abiertamente.

—No soy tu mujer —respondió, en un murmullo adormilado, pero sin moverse, dejándole claro que no estaba del todo molesta. Luego, abrió los ojos con lentitud, sintiendo el peso de su mirada sobre ella.

Lo primero que vio fue el rostro adormilado de Ace cerca de ella. Lo miró con el ceño fruncido por  haberla despertado y le mostró la lengua de manera infantil.

Ace soltó una pequeña carcajada, su voz baja pero con un tono travieso. Él la rodeó con sus brazos, abrazándola con una calidez que la atrapó antes de que pudiera pensar en moverse.

—Eso dices ahora —respondió, hundiendo su rostro en su cuello, disfrutando de cómo se sentía tan bien tenerla tan cerca—. Pero no te preocupes, lo haré oficial muy pronto. Solo espera.

Aroa rodó los ojos, aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa asomara en sus labios. Estaba acostumbrada a sus bromas, pero siempre había algo en la forma en que Ace la abrazaba, en la manera en que la mantenía cerca, que hacía que su fachada dura se desmoronara un poco. Y, aunque no lo admitiría en voz alta, ese calor que él siempre le daba la tranquilizaba de una manera que no sabía que necesitaba.

Podía permitirse ser querida, ¿cierto?

—Cállate, Ace —murmuró, pero tampoco hizo nada por alejarse. Al contrario, permaneció en sus brazos un poco más, dejándose envolver por ese calor familiar.

Ace, feliz de que no se apartara, la estrechó un poco más fuerte, sintiendo cómo sus cuerpos encajaban perfectamente. Le gustaba esa sensación, esa cercanía que solo compartían cuando estaban solos, y aunque sabía que Aroa nunca lo diría abiertamente, él sabía que a ella también le gustaba.

—¿Sabes? —dijo Ace, su voz sonaba más suave de lo habitual—. Creo que esto es una trampa, una muy buena trampa. Me tienes completamente atrapado.

Aroa soltó un suspiro, aunque esta vez fue más de resignación que de molestia. Era demasiado temprano para sus cursilerías, pero, por alguna razón, tampoco quería que él dejara de decir esas cosas. Al menos, no en ese momento.

—Lo dices como si fuera difícil atraparte —respondió con su habitual tono sarcástico, pero la suavidad en su voz traicionaba que no estaba tan molesta como quería aparentar.

Ace sonrió contra su cuello y la besó suavemente de nuevo, esta vez en la clavícula.

—No es difícil —admitió con sinceridad—. Porque soy todo tuyo.

Aroa se quedó en silencio por un momento, incapaz de responder a eso de inmediato. Ace siempre tenía una forma de desarmarla, de hacerla sentir algo que no estaba acostumbrada a sentir. Y aunque se lo reprochara constantemente, no podía negar que, en el fondo, le gustaba, y le estaba gustando mucho.

—Idiota —murmuró finalmente, pero el insulto no tenía ningún peso, sobre todo porque sus brazos se mantenían firmemente alrededor de él.

Cuando finalmente se levantaron, Ace no se apartó demasiado de ella. Mientras caminaban hacia la habitación de Newt, Ace la rodeó con un brazo por la cintura, pegándola a su costado, como si no quisiera soltarla en absoluto.

witch | portgas d. aceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora