Capítulo 50: Paranoia.

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Puntualmente la actualización.

23 de Febrero 2024 4:00 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Las huellas de Levana crujían sobre las ramas y la tierra seca, las hojas y las pequeñas flores marchitas que habían caído antes de su llegada y que su hija recolectaba en una bolsa con tanto interés que podría ser una coleccionista profesional de cada cosa que recogía.

—Hablé con mi padre —dijo Lilith—. Su compañía armamentista planea brindarnos mejor armamento y equipo táctico.

—Parece que nos está preparando muy bien —comentó Ferrara de su mano, siguiendo los pasos de la pequeña con la mirada.

—No tomó muy bien que su nieta fuese casi secuestrada por una loca —habló Lilith—. Hasta se ofreció a construir un búnker debajo de la casa.

—Me sorprende que no tenga uno después de ver todas las habitaciones y espacios que tiene —dijo Ferrara—. Aún me sigo perdiendo en el garaje inferior.

Lilith alzó los hombros, despreocupada, recordando todos los autos que tenía ahí, un despliegue de vanidad y amor por sus autos, modificados y comprados en el extranjero, que en conjunto valían en promedio lo mismo que la casa.

—Pensé a futuro cuando la compré —dijo sonriendo—. Cuando tengamos a Velazco y a Hugo tres metros bajo tierra, podremos pensar en darle hermanitos a Levana. ¿Tú qué opinas?

—Me parece un plan perfecto, señora Romanov.

Ferrara rodeó su cintura con sus brazos, la palma de su mano se ajustaba justo al costado de ella, su calor corporal era una percepción agradable, mientras que Lilith solo se dejaba llevar por las intenciones de ser besada y amada por su mujer. Pero antes de que eso ocurriera, Levana las interrumpió.

—Mami —Levana apareció de entre los arbustos, seguida de un pequeño cachorro que no dejaba de morder la manga de su abrigo inquieto—. ¿Podemos conservarlo?

Leva apareció al lado de un pequeño cachorro, con el pelaje sucio, la lengua de fuera que la miraba inquieto y juguetón mientras ella le acariciaba la cabeza. Era pequeño, muy similar a un Jack Russell Terrier, con pequeñas manchas de color café en el lomo y las patas cubiertas de lodo, mismas con las que marcó sus huellas sobre el abrigo de la pequeña. El cachorro no tenía collar, por lo que asumió que era de la calle y muy probablemente no estaba vacunado.

—Linda, aléjate despacio de él —advirtió Aysel acercándose para alejar al perro de la niña—. Puede morderte y no sabemos si tiene alguna enfermedad.

Aysel tomó a su hija por el torso, levantándola y alejándola del perro que se esforzaba en seguirla. Subió sus patas a las piernas de Ferrara, movía la cola alegre y dio un pequeño ladrido para que Leva le volviera a prestar intención.

—Vaca quiere venir con nosotras —dijo sonriendo.

—¿Vaca? —preguntó Ferrara—. ¿Le pusiste ese nombre?

Ella asintió. Aysel buscó ayuda en Lilith para que convenciera a su hija de que no podían conservarlo, pero en su lugar, Romanov miraba la escena con una sonrisa. La rubia se acercó a ellas mirando directamente al cachorro.

—Amor, no lo vayas a... —ni siquiera había terminado la oración Aysel cuando su esposa ya estaba cargando al perrito y este en respuesta le lamió el rostro.

—¿Qué? Es lindo —dijo Lilith—. Creo que podríamos conservarlo. ¿Tú qué opinas, princesa? ¿Quieres que Vaca vaya a casa con nosotras?

La rubia se dirigió a Levana que le dirigió una sonrisa. Las dos rubias miraron a Aysel con una expresión de súplica a la que no podría resistirse y ella, al sentirse rodeada en todos los frentes, cedió.

RENESSANS | Segundo LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora