Simon Romanov—Y una mierda... Esto está increíble—dice Alexei mientras recorre cada rincón de mi apartamento, admirando los detalles, hasta llegar a mi habitación—. Esa es una buena cama. Dime, ¿ya has metido alguna de las monjas allí?—bromea con sorna.
—No. ¿Tú sí?
Él se ríe ante mi seriedad y me da una palmada en el hombro. Lo he extrañado muchísimo. Hace un mes que también se retiró del servicio. No la ha pasado tan bien, según sé.
A veces me escribe a medianoche debido a sus ataques de ansiedad. Aunque la terapia va aclarando su mente, aún le queda mucho por recorrer.—¿Ya vamos a ver la película?—pregunta Spence, cargando un par de cervezas.
Alexei y yo hemos compartido tanto buenos como momentos difíciles. Es el único de mis viejos compañeros con el que mantengo contacto. Decidí alejarme de los demás por mi bien mental; estar cerca de ellos solo me causaba inquietud, recordándome las muertes de amigos y compañeros. El miedo y el dolor.
Spence, por otro lado, es su primo, un castaño dueño de un bufete de abogados en la ciudad. Lo conozco desde hace un par de meses y es bastante agradable. Más reservado que Alexei, pero a veces hace buenos chistes.
Ah, y cocina de puta madre.
Punto a favor.Después de su retirada, Alexei insistió en visitarme. Tanto que no pude negarme.
Luego de unas cervezas, algunas películas de terror barato con efectos peores que los de una caricatura infantil, y dejar a Spence tirado en el sofá por una dosis—tres cervezas, en realidad.—de alcohol, Ale y yo terminamos en mi jardín. Lleva media hora actualizándome sobre su vida, mientras yo juego con el cigarrillo que traigo entre los dedos.
—¿Cómo va la terapia?—pregunto. Él se reincorpora en su silla y me mira.
—Complicada... ¿la tuya?
—Poco a poco...—le sonrío. Años trabajando para las fuerzas especiales rusas, ves cosas que nadie debería ver. Vives perdidas y ganancias al mismo tiempo.—Amanda te ha ayudado bastante, supongo.
Amanda, una pelinegra llena de lunares con la que tuve la oportunidad de hablar una vez, es su hermana.
—Un montón—responde—. Su apoyo ha sido muy reconfortante.
Se reclina en el respaldo de la silla, baja la mirada como si algo le nublara la mente.
—Aún seguimos siendo un equipo. Lo sabes, ¿verdad?—le animo.
—Siempre—responde con una sonrisa—. Cambiando de tema, creo que deberías ir por más cervezas.
—Yo voy y tú cuidas al borracho—me burlo, mirando a Spence, quien yacía tumbado boca abajo en el sofá. Alexei lo ve y se ríe. Le doy unas palmadas en el hombro para avisarle que volveré en unos minutos y salgo en busca de más cervezas.
—
—Definitivamente no entiendo tu horno. Lo peor es que Spence sigue dormido por la resaca—la voz de mi amigo resuena a través de mi celular—. Eran solo tres cervezas, hombre. No es para tanto.
Voy camino a la gasolinera y en estos diez minutos no ha logrado encender el horno.
Y era militar.
Hasta suena irreal.Suelto un bufido antes de hablar.
—No quemes la casa, llego en cinco—le corto.
Salgo de la tienda, donde también he comprado más cigarrillos, cuando veo a Leyla a pocos metros de mí.
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Forgive Me
RomanceDonde la verdad es el camino a la salvación, Leyla Sterne, una devota mujer criada en las estrictas creencias de su iglesia, se ve desafiada cuando Simon Romanov, un enigmático ex-militar, llega al pueblo. A medida que su encuentro florece, se desp...