CAPÍTULO VEINTINUEVE

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SIMON ROMANOV

Ella estaba bien.
Mi Leyla estaba bien.
Casi muero en el instante en que pensé que estaría en peligro. Corrí hacia la iglesia para encontrarme con las luces apagadas y la puerta cerrada.

Ella no estaba allí, pero el mensaje me había alterado los nervios, así que la llamé. Su voz adormilada me hizo darme cuenta de que muy probablemente la había despertado. Aun así, seguía con una necesidad abrumadora de verla. Estar con ella.
Hace días no estábamos juntos. La echaba de menos. Alexei se ha ido en cuanto supo que quería ver a Leyla.

—No voy a hacerles mal tercio, tomaré un taxi. No te preocupes —dijo antes de tomar sus cosas e irse.
No buscaba correrlo tampoco, pero de cierta forma me alegra estar a solas con Leyla.

Justo ahora se ve preciosa. Lleva una camiseta acompañada de unos pantalones cortos que le he puesto en el clóset. Su cuerpo roza el mío mientras se acurruca entre mis sábanas a mi lado.

Me gustaba estar con ella así.
Desde que llegamos, vi algo distinto en su mirada. No va tan entusiasmada. Incluso pensé que era cansancio o que tenía sueño. Ahora tiene la mirada pérdida en la ventana al lado de la cama, observando el cielo nocturno a través de la cortina ligera.

No me gusta verla así.
Rodeo su cintura con mis brazos y escondo mi rostro en el espacio de su cuello.

—Dime qué te pasa —musito—. ¿Qué te desanima tanto?

Ella se gira y cuando su mirada se cierne en mí, un calor me recorre cada nervio de manera fugaz.

—Es solo... antes de que me llamaras, había despertado por una pesadilla —extiende una de sus manos para jugar con mi cabello entre sus dedos.
Aquellos pequeños gestos eran cosas que me hacían pensar que, si algo le llegara a pasar no podría soportarlo.
No quiero una vida sin ella.
Y todo lo que he descubierto esta noche me oprime porque está viviendo en una bola de cristal, embalsada de mentiras y no lo sabe. No tiene ni la menor idea.
Darse cuenta de la verdad la destruiría. Odio ocultarle cosas, pero también odio verla herida.
Pensé que podría decírselo, pero por más que indago no encuentro la manera y, estamos tan bien en este preciso momento. No me gustaría arruinarlo.

Mis manos se aprietan en su cintura y acaricio ligeramente sobre la tela de la camisa.

—¿Te apetece hablar de ello? —ella suelta un suspiro antes de asentir.
Sé que algo le pesa, y si es posible, me gustaría ayudarle a aliviar lo que sea que esté inquietándola.

—Fue más un recuerdo que una pesadilla —baja la voz—. Sobre madre Luisa —un pequeño destello de fragilidad hace presencia en sus ojos.
Tiro de ella hasta que le es imposible separarse de mí.
Detesto a esa mujer. Le ha hecho tanto daño. Ella solo la ve como una madre y por eso le perdona absolutamente todo. Le ha hecho daño a una chica inocente, ahora una mujer. No quiero ni imaginarme el infierno por el que Leyla ha tenido que pasar en manos de Luisa. Y tengo pendiente algún día, cobrarle todas y cada una de las heridas que le ha hecho.

—Es solo que a veces no la entiendo —continúa—. He hecho todo lo que me ha pedido desde que tengo memoria, y aun así no logro agradarle —su voz suena más vacía, vulnerable a la vez—. Y a veces me siento tan... vacía que no sé qué hacer.

Me mira y noto las lágrimas a punto de rebosar, la entierro entre mis brazos. Esperando que mi calor le ayude a aliviar aunque sea una pequeña parte de todo lo que siente.

—Vas a estar bien. Te lo juro —prometo. En algún momento nos iremos de aquí. Quiero que Leyla sepa lo que es vivir. Vivir de verdad.
Ella se aferra a mis brazos y los pequeños sollozos llegan a mis oídos.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora