CAPÍTULO VEITIUNO

3.7K 318 30
                                    

LEYLA STERNE

Las sábanas están más cálidas de lo habitual. Eso es porque no estoy en mi cama, sino en la de Simon.
Me he despertado antes de que suene la alarma; son las cuatro y media de la madrugada, y solo falta media hora para que él se despierte y prepare todo antes de que Avery venga por mi.

Enredo mis dedos en su cabello oscuro mientras Simon duerme plácidamente. Su cuerpo está pegado al mío y sus manos me rodean la cintura. No me ha soltado en toda la noche. Mis ojos capturan cada detalle de su rostro, como si quisiera grabarlo en mi memoria para siempre. Anoche, por un momento, pensé que estaríamos juntos, que lo que tanto deseaba se haría realidad.
No ha sido así.
Aunque Simon logró verme en mi estado más puro, vulnerable y transparente, al final solo dormimos juntos. Su cuerpo tocó el mío de una manera que nadie lo había hecho antes, y que nadie podría hacer de ahora en adelante, porque cada contacto de sus manos sobre mi piel parecía reclamarme como suya, permitiéndome saber que solo él puede hacerme sentir así.
Parecía querer memorizar cada aspecto de mí, de mi cuerpo, y lo logró. Luego me besó la cabeza, nos pusimos pijamas y nos acurrucamos bajo las sábanas.

La noche fue tan increíble que, en algún momento, me pregunté si era real, si realmente estaba viviendo todo lo que viví y si lo merecía. Si era obra de Dios o simplemente suerte. Si él sería para siempre o se iría de mi vida como todo lo bueno que he tenido.

No quiero perderlo.
No a él.
Mis manos se deslizan sobre sus mejillas, deseando que este instante perdure para siempre. De repente, su cuerpo se tensa alrededor del mío. Sus labios se contraen en una mueca de preocupación. Su respiración se vuelve errática; a veces se acelera, otras se detiene brevemente. Siento cómo su cuerpo se estremece y sus músculos se contraen, como si luchara con algo invisible. Aunque sus ojos permanecen cerrados, puedo ver cómo sus párpados se mueven rápidamente. Reconozco ese comportamiento perfectamente.

—Simon...—susurro suavemente, sin dejar de acariciar su mejilla.
Está teniendo una pesadilla. Su pecho sube y baja con fiereza, y lágrimas se deslizan por sus pómulos. Su agarre en mi cuerpo se aprieta, y en un instante se despierta de golpe, como si le hubiera caído un balde de agua fría encima.

—¿Estás bien? Dios mío...—lo tomo entre mis brazos, tratando de reconfortarlo con un cálido abrazo. Él se estremece y se apega a mí. Aturdido—. Háblame, ¿qué soñabas?

Simon aprieta sus ojos con fuerza y lleva sus dedos a sus mejillas. Masculla algo que no logro escuchar cuando nota que está llorando.

—No es nada, solo una pesadilla—asegura agitado.

Nadie llora por un mal sueño; es obvio que lo que sea que haya soñado le ha perturbado demasiado.
Han pasado muchos meses desde que Simon llegó al pueblo y hemos compartido tantas cosas y momentos. He aprendido a conocerlo; por más gentil y cariñoso que sea, hay un lado de él que le cuesta mostrar: su interior. Le he hablado de mi vida y, en parte, él me ha hablado de la suya. Así he notado que omite detalles o evita ser específico. Como cuando me habló de su infancia y del acoso que sufrió. Sé que hay un peso en su corazón que lo oprime y le quita la paz. Quiero ayudarle a que desaparezca. Si no es posible, al menos reducir su carga. Él se empeña en ocultarse en un caparazón, como si mostrar su vulnerabilidad lo hiciera ver diferente.

La verdad es que jamás podría dejar de quererlo. Suena loco, incluso ilógico, pero lo es. Las personas se enamoran de maneras extrañas, en situaciones inusuales. No me interesa nada porque lo quiero. Me importa y, de alguna manera, Simon ha dejado una marca en mi corazón que lo llama cada día. Es un efecto que solo él provoca en mí y algo que me hace querer estar con él, confiar en él.
Me separo un poco del abrazo y tomo su rostro entre mis manos. La angustia en su expresión es palpable, a pesar de sus intentos por ocultarla.

—Háblame—le digo—. Sabes que estoy aquí para ti.

Un arrebato de inseguridad se refleja en su mirada.

—Avery vendrá por ti pronto y...

—Tenemos tiempo—intervengo—. Háblame, Simon. Quiero escucharte como tú lo haces siempre conmigo.

Sus ojos encuentran los míos y un ligero reflejo de miedo desborda de ellos. Respira hondo y los cierra como si se preparara para hablar. Tengo paciencia.

—Prométeme que, independientemente de lo que te cuente, no cambiarás tu opinión sobre mí—su voz suena angustiada y parece más una súplica desesperada, como si su vida dependiera de ello.

—Simon, yo...

—Promételo—insiste.

Asiento sin dejar de acariciar su rostro.

—Lo prometo.—Él duda, su mirada se fija en la mía y, momentos después, confiesa lo que tanto lo atormenta.

—¿Recuerdas la vez que te conté sobre el acoso que sufría de niño?—asiento y escucho, dejándolo continuar—. Había un niño. Mickey—su tono me aprieta el corazón porque percibo un rastro de culpa al mencionar ese nombre.—. Él siempre se empeñaba en hacerme la vida imposible, hasta que una vez acabó.

—¿Acabó?—pregunto con calma. Él vacila y sus ojos se llenan de lágrimas y angustia.

—Yo lo maté—murmura tembloroso.—Yo lo hice...

Mis músculos se tensan y la confusión se refleja en mi rostro, pero me niego a dejar de tocarlo. Debo escuchar su versión; no puedo dejarme llevar.

—Estábamos... él iba a hacerme daño. Lo empujé para defenderme y recibió un mal golpe. Lo maté sin darle la oportunidad de luchar por su vida—su voz tambalea. La culpa, el dolor y el miedo emanan de su expresión. Es algo que ha guardado durante años—. Leyla, yo lo hice. Era un niño, pero lo hice. Lo maté y salí limpio de ello—en un impulso de protección, lo envuelvo en un abrazo y él se aferra a mí. Sus sollozos me parten el alma y su cuerpo se estremece mientras rozo su espalda con los dedos.

—No lo mataste, Simon, fue un accidente—le aseguro con calma. Él se desmorona a mi lado—. Eras un niño, no merecías algo así.

No me aparta y parece que no tiene intenciones de hacerlo. Más bien, se aferra con fuerza y llora desgarradamente. Desprende culpa y miedo.

—Prométeme que no huirás—suplica lloroso—. Sé que no soy un hombre bueno. Estoy jodido y tengo mucho en la cabeza, pero jamás te haría daño—levanta la mirada y su aspecto me debilita. Esos ojos llorosos, mejillas enrojecidas y una expresión de pesadumbre—. Eres lo único bueno que he tenido en mucho tiempo y me lamentaría toda la vida si te perdiera.

—No eres un mal hombre—las lágrimas también empañan mis ojos, aunque las contengo.—. Y no he cambiado lo que pienso de ti. Te quiero y acepto tu pasado. Simon, te acepto a ti, así como tú me has aceptado a mí.

Jamás había visto a alguien romperse frente a mí de esa manera. En un estado tan vulnerable y frágil que me invita a querer protegerlo como nada

Se sostiene de mi y se rompe en un sonido desgarrador y ansioso, como si se ahogara en su propio llanto. Lo abrazo y pronuncio palabras de apoyo para tratar de apaciguar su dolor. Hasta que este cede y logra recomponerse.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora