CAPÍTULO TREINTA Y TRES

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LEYLA STERNE

—Entonces llegamos hasta aquí por hoy, lo has hecho genial —animo a Avery.
Hemos tomado las clases de piano en la iglesia esta vez.
Avanzamos muy rápido y ahora es capaz de aprenderse algunas melodías. Tengo cientos de ellas. Canciones enteras que he ido armando yo sola, poco a poco.
Le he enseñado unas cuantas, porque hay otras que guardo específicamente para mí.

Una de ellas fue la que toqué para Simon la vez que me hizo hacerlo frente a cientos de personas en aquel evento. Aquella que guardé por mucho tiempo. En ese momento consideraba perfecto hacerla oír. Era para él.

Y estuvo allí, mirándome y escuchándola.

—¿Sabes? Estuve pensando en algo —comenta sentada a mi lado.
Me giro por completo hacia ella.

—El día que te cases, me gustaría tocar para ti en la boda.

El corazón se me hace diminuto.
Y una sonrisa cálida tira de mis labios.

—Yo no sé si eso... vaya a pasar, sabes...

Ella niega con la cabeza. Me toma las manos y baja la voz antes de hablar:

—Pasará. Tenlo por seguro. Y sé que va a ser con Simon —el estómago me cosquillea tan solo oír su nombre—. Son el uno para el otro. Te hace feliz y eso es lo que quiero. Que seas feliz —sus dedos rozan mis manos en un gesto cariñoso.

—¿Y si al final no me elige a mí? —dudo. Siempre lo hago.
A pesar de todo, una oscura y profunda parte de mí cree que pasará.
Esa parte que cree que nadie va a quedarse conmigo para siempre. Que no soy lo suficientemente buena. Bonita o útil.
Que no serviré.
Entonces me doy cuenta de que suelo repetir lo que madre Luisa me dice siempre. Pero me es difícil olvidarlo. Se me dificulta creer que todo lo que ha pasado con Simon es real, que lo merezco incluso.

—Lo hará. He visto cómo te mira y te aseguro que ninguno de los chicos que he conocido, tanto amigos como parejas, hacen las cosas que Simon hace por ti —sonríe con dulzura—. De verdad que me alegra mucho que estén juntos.

Le devuelvo la sonrisa y ella me atrae para envolverme en un fuerte abrazo.

Nos quedamos así un rato, platicamos de un par de cosas más, hasta que su hora de partir llega.
Se despide de mí y me dedico a cerrar las puertas de la iglesia antes de volver a casa. Coloco el seguro y es cuando vislumbro una sombra en el suelo. Parpadeo para aclarar mi vista y noto un sobre amarillo al pie de la puerta.

"LEYLA"

Tenía tallado mi nombre con marcador en la parte superior. Un frío me recorre la columna por completo. Por alguna razón siento algo extraño en el pecho, como esa presión que sentía de vez en cuando.

La curiosidad también se me estanca en el interior.
Me agacho y estiro mi brazo para tomar el sobre. Noto el ligero temblor de mis manos y siento el sudor en mi frente.

—¿Leyla? —la voz de madre Luisa me llama desde la distancia—. ¿Estás por ahí?

Me apresuro a levantarme y guardar el sobre bajo mi vestido.

—¡Un minuto, estoy cerrando las puertas! —coloco el seguro y avanzo con rapidez.

Cuando llego al pasillo que conecta a casa, veo a madre Luisa.

—¿Sí, Madre? —procuro ocultar mi nerviosismo.

—¿Has terminado tus clases con Avery? —yo asiento—. Bien, ayúdame con la cena. Prepara la salsa y yo hago el pollo.

—Sí, claro.

Me dedico a mis deberes pero mi cabeza se centra en el sobre. Las ansias de saber lo que hay dentro me desesperan y debo ocultarlo a la perfección para evitar que madre Luisa lo note.

—¿Lo ves? Así tiene que quedar —toma una cucharada de pollo envuelto en crema y verduras y se lo lleva a la boca—. Bien, sabe bueno. Parece que has aprendido algo al menos.

—Sí, le has enseñado bien —madre Aurora es quien habla. Está al otro lado de la cocina, acomodando los platos—. Leyla, ya podrías casarte.

Casarme.

—Sí, supongo que sí —me aclaro la garganta y sonrío aunque mis músculos siguen tensos.

—Debe aprender más. Sigue siendo demasiado tonta —inquiere madre Luisa—. A los hombres buenos no les gusta eso —se gira hacia mí—. Ya que no eres bonita, deberías concentrarte en ser buena en la cocina.

Sus palabras son duras. Serias y van desde lo más profundo de su interior.

Me limito a darle la razón.

—Sí, madre.

La estufa suena en un leve chirrido, avisando que el pollo está listo. Ayudo a servir y cuando todo se ve perfecto, nos reunimos en la mesa para comer.

El tiempo pasa lento. Papá habla de sus deberes, madre Luisa asiente y le da la razón. Una que otra vez interfiero en la conversación cuando papá se dirige a mí. No lo hago mucho. De todos modos parece que solo hablan entre ellos. Todo se ve tan repetitivo.
Pienso en el matrimonio.
Un matrimonio aburrido. Convencional. Donde mi marido habla y yo escucho. Donde él manda y yo obedezco.
Donde asentir debe ser mi gesto más común. No quiero eso.
Quiero vivir, sentir.

Me hundo en mi mente hasta que papá avisa que irá a dormir. Me levanto al terminar y lavo los platos sucios. Quedándome sola en la cocina.Termino tan pronto como puedo para volver a mi habitación.
Aseguro mi puerta y al fin saco el sobre.

Mis dedos repasan las letras que tallan mi nombre, y el miedo se instala como temblor en mis manos. Si lo pienso demasiado, no lo haré.

Saco los papeles.

"Laboratorio de Genética
Prueba de compatibilidad"

El corazón se me paraliza al instante. Leo más abajo y las lágrimas se instalan de inmediato en mis ojos cuando veo el nombre de mi padre junto al mío.
Julián.
Leyla.

Ambos nombres en una prueba de compatibilidad. Un solo resultado.

"Parentesco indirecto"
"25%"

Las hojas se me resbalan por las manos.
El corazón se me desboca y el aire deja de llegar a mis pulmones.

Julián no es mi padre.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora