CAPÍTULO QUINCE

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LEYLA/SIMON

LEYLA STERNE

El viaje de vuelta ha sido agradable. He conversado con Simon más de lo que había anticipado. Tanto es así que aún no quiero irme.

—Aún nos queda tiempo —señalo al reloj.

Simon prometió devolverme a casa antes de que saliera el sol, y parece que falta mucho para ello.

—¿Tienes otro lugar en mente? No quisiera causarte problemas —responde con calma. Su mirada no se aparta de la carretera, y acabamos de entrar al pueblo.

—¿Problemas? De verdad que no. En casa todos están dormidos y no suelen vigilarme por las noches —se vuelve hacia mí, pensativo. Antes de que hable, continúo—. ¿Y si vamos a tu casa?

Podría ser una buena idea. Normalmente, solo he visitado la casa de Mara un par de veces, y sinceramente, la casa de Simon me despierta curiosidad.

—Vale, podemos ir si quieres —dice sin dudar en cambiar de rumbo hacia su casa.

Reconozco la fachada al llegar, ya que he pasado un par de veces. Las pequeñas flores de su jardín se mueven al ritmo del viento.

Simon estaciona, y después de que bajamos, busca en el bolsillo de su pantalón las llaves. Abre la puerta y extiende el brazo para encender la luz.

—Ven conmigo —me dice, tomando mi mano e invitándome a entrar. Ese pequeño gesto hace que mi corazón rebote más rápido de lo que debería, si es que eso fuera posible.

Al entrar, me recibe una cálida bienvenida. Las paredes beige y el tenue reflejo de luz que entra por las cortinas de lino crean una atmósfera acogedora. Hay un sofá de terciopelo y una alfombra mullida. La luz de una lámpara de pie y los cuadros en las paredes añaden un toque de serenidad, complementado por el suave aroma a madera y eucalipto que llena el aire.

Observo con atención cada detalle; todo está demasiado ordenado y limpio. Supongo que así debía ser.

—¿Quieres tomar algo? —la repentina pregunta de Simon me hace girar hacia él. Me observa con atención mientras sonríe.

Asiento.

—Agua, por favor.

Él desaparece por el pasillo hacia la cocina, y yo me quedo en la sala. Hay una repisa a la izquierda de la chimenea, llena de fotos enmarcadas, plantas y algunos libros. Una imagen llama mi atención: es una foto enmarcada en un portarretratos dorado, que muestra a un niño de cabello oscuro vestido con un disfraz militar junto a un hombre mayor. El niño sonríe de oreja a oreja y lleva unas botas mucho más grandes de lo que deberían ser.

—Sí, soy yo —habla y me sobresalto. Al volverme, lo veo mirándome con curiosidad, sosteniendo el vaso de agua. Me lo entrega y lo cojo.

—¿Te molesta si pregunto? —indago. Simon no suele hablar mucho de su familia y no quiero entrar en temas incómodos.

Él me indica que no con un gesto y me invita a sentarme junto a él en el sofá. Lo sigo, y entonces quedamos frente a frente.

—Él más grande es mi padre —comienza a hablar mientras mira la foto—, y el pequeño a su lado soy yo.

—Es una foto hermosa —digo esbozando una ligera sonrisa—. ¿Él también fue militar? ¿Aún lo ves?

De inmediato, sus hombros se tensan y noto un atisbo de nostalgia cuando niega con la cabeza.

—Sí. Fue militar, pero murió cuando yo era aún un niño.

Siento un nudo en la garganta ante su respuesta.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora