CAPÍTULO VEINTIOCHO

2.7K 227 26
                                    

LEYLA STERNE
8 años

—¿Qué he hecho, madre?—le pregunto a mamá Luisa. 
No sé por qué se ha puesto tan agresiva. Solo estábamos cocinando y, sin querer, le salpicé agua hirviendo sobre el brazo. Solo un poco. 
No fue mi intención; no quería hacerle daño. Primero me haría daño a mí misma antes que lastimarla a ella. Aun así, se ha enfurecido muchísimo, pareciera que es capaz de lanzar fuego con la mirada.

—¡¿Siempre tienes que ser tan estúpida!?—me grita. Mi pecho se agita como si corriera un maratón y estuviera a punto de detenerse. Las lágrimas se asoman por mis ojos como reacción a su regaño.

—Lo siento—tomo su brazo lastimado y acaricio su piel con mis pequeños dedos. Dejo un ligero beso. Quizá eso pueda hacerla sentir mejor. 
Quizá eso alivie su enojo. 
Me equivoco. 
Siempre me equivoco. 

Ella levanta su otra mano y estampa su palma contra mi mejilla sin piedad. 
Los ojos me revientan en llanto como si gritaran. Como si se ahogaran. Mi cuerpo tiembla y me siento diminuta cuando me tropiezo y caigo al suelo, sosteniendo mi mejilla lastimada.

—No haces nada bien. ¡Nunca!—vocifera mirándome con esos ojos oscuros. 
Mamá Luisa solía observarme así, con desdén rebosando de su mirada, como si fuese el polvo de sus zapatos o la basura que suele sacar cada viernes por la noche. 
Yo solo quería agradarle, que me abrazara y me cuidara, que me diera besos de buenas noches y me cepillara el cabello frente al espejo. 
Quería a una mamá. 

Se la he pedido tanto al Señor. 
Rezo todos los días por ello. Y sé que Él es bueno, me cuida y siempre me alivia leer sobre él. Quizá a veces solo tenemos mala suerte. 
Ni siquiera entiendo mucho del tema.

«Mami. Madre, quiéreme, por favor. Haré lo que sea». 
«Por favor, quiéreme».

—Perdón—mi débil voz se quiebra en mil pedazos de pequeños vidrios que, ni por arte de magia podrán restaurarse.—. Mami, lo siento...—ella tira de mi cabello con fuerza. Chillo del dolor y me mareo del impacto cuando sus ojos se instalan en los míos.

—No soy tu madre. Nunca voy a hacerlo. ¿Lo entiendes? No eres más que un estorbo para mí. ¡Eres igual a tu madre!—«Quiéreme, por favor. Quiéreme». Las lágrimas abrazan mis mejillas, consolándome de alguna manera. 
Levanto la mirada y ella solo suelta un bufido exasperado.

—Mereces que te castigue. ¿Sabes que tu madre no te quería y por eso se fue? ¡Lo sabes!

Niego con la cabeza de manera frenética.

—N...no, madre, perdóname—sollozo. Quiero a papá. 
Me encantaría gritar su nombre y que él esté en un santiamén, pero toma pastillas para dormir y casi nunca se despierta por la noche. 
Quiero que venga. 
Que me abrace.

—Arrodíllate—ordena con odio desprendiendo de su voz. No dudo ni un segundo porque quiero agradarle.

¿Y si se inclina hacia mí y me besa la frente? 
¿Secará mis lágrimas y me abrazará? 
¿O quizá va a sobar mi cabello con dulzura?

Levanto la mirada y el corazón se parte en dos. Abro mi boca, pero mi grito se ahoga bajo el agua hirviendo cuando ella lanza la olla hacia mí. El dolor fue inmediato y devastador. Sentí el agua hirviente chocar contra mi piel, y una ola de calor abrasador me envolvió. Era como si cada célula de mi cuerpo estuviera siendo consumida por el fuego. Mi piel se sentía como papel en llamas, y un grito involuntario salió de mi garganta.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora