CAPÍTULO CUARENTA

2.1K 184 54
                                    

*Desconocido*

Fue demasiado fácil.
Una carcajada siniestra retumba por las paredes mohosas del sótano mientras contemplo a la hija de aquel desastre.
Leyla.
Sus ojos, una mezcla de desprecio y terror puro, me encuentran en la penumbra. El miedo domina cada fibra de su ser mientras su cuerpo tiembla incontrolablemente, abrazándose a sí misma en un gesto patético de autoprotección.

Todo ha salido a la perfección.
Para ser franco, Leyla no estaba originalmente en la lista. Pero ahora, observándola detenidamente, su belleza innegable podría traducirse en una suma considerable de dinero. Aunque su valor ha disminuido después de que la muy tonta ha estado follándose a ese militar insignificante.

De cualquier manera, siempre hay alguien dispuesto a pagar. Mientras tanto, permanecerá aquí.
Lo mejor de todo es que su madre está en la otra habitación. Están tan cerca la una de la otra y ninguna sospecha la verdad.

Me pongo en cuclillas para estar a su nivel. Ella se retuerce desesperadamente y las cadenas que aprisionan sus muñecas y tobillos tintinean con cada movimiento frenético.

No hay escape posible.
No tiene opciones.
La imagen frente a mí es perfecta. Crueldad viva y pura. Mi favorita.

—Eres idéntica a ella —murmuro con deleite. Ella frunce el ceño y retrocede instintivamente.

—¿Por qué estoy aquí? —balbucea, y su voz está quebrándose.

Bufo, mis labios se ensanchan en una sonrisa maliciosa.

—Porque así lo deseo—le rozo una mejilla con los dedos y sus músculos se tensan—. ¿No te parece divertido?

—¿Quién...?

—¿Quién soy? —la interrumpo. Su mirada desconfiada es toda la respuesta que necesito—. Eso es irrelevante. Lo único que importa es que de ahora en adelante, obedecerás cada orden. No albergues falsas esperanzas de rescate.

Sus ojos se cristalizan con lágrimas contenidas.

—Me encontrarán —pronuncia con voz débil, pero hay un destello de determinación en sus palabras.

Me burlo directamente en su rostro.
Ingenua.

—No. Jamás lo harán.

—¡Sí lo harán! —estalla con desesperación. Ignoro qué traumas arrastra de su pasado, pero es evidente que su mente está al borde del colapso.

Está bastante jodida de la cabeza, de eso no hay duda.
Cuando la encontramos, estaba en medio de un ataque de pánico, ahogada en lágrimas. Temblando como un estúpido animal.

—Me encontrarán. Él... vendrá por mí —susurra mientras las lágrimas trazan caminos por sus mejillas.

Sonrío con malicia.

—No. Simon no vendrá por ti —sus ojos se iluminan al escuchar ese nombre despreciable—. Te eliminaré antes de que eso suceda.

—¡Púdrete! —escupe las palabras mientras lucha contra sus ataduras—. Me encontrarán y pagarás por esto en prisión.

Suspiro con fastidio.
Incluso su madre proporciona mejor entretenimiento.

Me acerco velozmente y mi puño corta el aire, impactando contra su rostro.
El golpe es certero; ella retrocede con un gemido de dolor. Cuando logra incorporarse, un hilo de sangre escurre de su labio partido.

Podría haber sido peor.
O mejor.
Depende.

Acorto la distancia entre nosotros y mi mano se cierra alrededor de su cuello con precisión brutal. Podría terminar con su vida ahora mismo, pero eso significaría soportar los reproches interminables de Luisa.

Es ella quien anhela hacerle el daño.
Leyla forcejea mientras aumento la presión, hasta que se le dificulta respirar y se paraliza como la presa indefensa que es.

—No eres más que desperdicio —siseo—. Un objeto que un hombre con autoestima destrozada utilizó para llenar sus vacíos emocionales. Para ganar algo de valor propio. No significas nada para Simon, ni para nadie —ella solloza mientras su piel adquiere un tono rojizo—. Te quedarás aquí, obedecerás y guardarás silencio. Porque si no, tu próxima comida podría ser ese militar estúpido hecho pedazos —sonrío mientras el odio arde en su mirada—. O quizás me sienta creativo y te traiga solo su cabeza.

—Ya déjala —una voz femenina interrumpe el momento.

La suelto instantáneamente y ella se tambalea.
Luisa ha llegado.

—Por fin, comenzaba a aburrirme —me dirijo hacia la puerta—. Iré con la otra.

Me retiro, dejando a Luisa y Leyla solas en aquella habitación húmeda y oscura.

LUISA
16 años

—¡Date prisa, harás que tu hermana llegue tarde! —el grito de mi madre perfora mis oídos.

Sus gritos son una constante diaria.
Como si los golpes no fueran suficientes.
Me desprecia.
Me aborrece.

Me llama error, dice que nunca debí existir. Que soy el resultado del peor momento de su vida y que mi rostro le recuerda constantemente el día de su violación.
Soy producto de un acto de violencia.
Un error.
Basura.
Estas verdades están grabadas en mi mente y marcadas en mi piel.

Abusaron de mamá, la violentaron, y yo soy el resultado. Soy el recordatorio viviente de lo que aquellos hombres le hicieron.

Pero la culpa no es mía.
Y la comprendo. Entiendo su dolor. Su desesperación. Porque cada noche debo enfrentar mi propio infierno cuando papá llega ebrio y se desliza hasta mi habitación.
Me toca.
Me lastima.
Incluso le suplico que se detenga pero continúa. Insiste en que estamos jugando, siempre lo ha dicho.

Ya no quiero seguir jugando.

Mamá no me ama.
Solo ama a Kristina.
La hermana menor.
La hija perfecta.
La hija deseada. La hermosa.

Ella siempre obtiene calificaciones sobresalientes, le conceden cada capricho.
A ella la aman.
Y a ella papá no la lastima.
No la toca como me toca a mí.

La odio.
La odio.
Si pudiera, la destruiría con mis propias manos. Y lo disfrutaría.

—Gracias, hermanita —dice con una sonrisa radiante que anhelo transformar en una mueca de agonía, mientras coloco su desayuno frente a ella. Devora con entusiasmo mientras mamá, sentada a su lado, acaricia su cabello con ternura.

Desearía que me tocara así.
Jamás me ha abrazado.
Y evita mirarme cada día.

Eventualmente, Kristina parte hacia el instituto. Ya no es una niña, pero sigue siendo la favorita.

Me dedico a completar las tareas domésticas antes de partir a mi trabajo. Ya que debo conseguir todo por mí misma. Porque desde la infancia me han enseñado que no merezco más que golpes. Desprecio y dolor.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora