CAPÍTULO SIETE

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Leyla Sterne/Simon  Romanov

LEYLA

No quiero despertar. No quiero siquiera abrir los ojos. Me gustaría quedarme envuelta en mis sábanas, por más frías que sean. A veces no quiero seguir aquí, pero entonces la voz de Madre Luisa se asoma por mi puerta en un tono suave y maternal que me hace girar hacia ella, solo para verla al pie de la puerta, con una sonrisa arrepentida y una bandeja de comida en sus manos.

Apenas puedo abrir los ojos de lo mucho que he llorado toda la noche. Aunque era bastante común, creo que llegará el momento en que ya no podré llorar, como si me quedara sin lágrimas.

Ella entra en mi habitación con pasos delicados y se sienta al borde de mi cama. El olor del pan recién horneado y el café me impregna la nariz. Ante mi falta de reacción, la veo llevar una de sus manos a mi cabello, acariciándome con ternura mientras me mira como si fuera su hija.

—Leyla... —murmura con voz sedosa sin dejar de tocarme—. Lo siento, cariño. No quise que sucediera lo de anoche. —Se aclara la garganta antes de continuar—. Te he traído comida, es tu desayuno favorito.

Vuelvo la mirada al plato. Ahora sí puedo verlo bien: huevos revueltos con jamón, tostadas con mermelada de piña y café con leche. Era mi desayuno favorito desde niña.

Las tostadas con mermelada de piña, sobre todo. Recuerdo que hace un par de años, mi padre dijo que esa era la comida favorita de mamá.

Desde entonces, lo hago casi siempre, solo cuando tengo ánimos. Porque, a pesar de todo, quiero a mamá aunque no la conozca. Esta es una manera de sentirme cerca de ella.

El tono sedoso y calmado de Madre Luisa me hace revolver el estómago. Debido a que toda la noche he pensado que quería estar lejos de ella. Que me desagradaba e incluso empecé a creer que la odiaba.

Pero no puedo.
Ella es y siempre será lo más cercano a una madre.
Me siento mal por ser tan malagradecida.
Observo la comida sin dar bocado a la vez que ella me roza la cabeza con ternura. Las lágrimas vuelven a acumularse en mis ojos y pronto empapan mis mejillas.

—Cariño... —limpia mis lágrimas con las yemas de sus dedos. Su tacto ya no es fuerte, es suave y reconfortante.

Está acariciándome con la misma mano con la que me hizo daño anoche.

Es mi culpa.

Trago con dificultad, como si eso ayudara a esquivar mis pensamientos, y ella continúa:

—Sabes que es por tu bien. Te quiero muchísimo y es para protegerte —su mirada se suaviza a medida que habla—. Ven, come un poco —toma una porción de comida y la acerca a mi boca, aun acariciando mi rostro.

Las lágrimas me estorban, pero aun así, abro la boca para recibir el alimento. Los diversos sabores bailan en mi boca y me siento más calmada. Y así sucede por un rato más. Ella me consuela y habla con calma. Yo mastico y las lágrimas cesan.

Cuando termino de comer, ella se despide con un beso en mi frente antes de salir de mi habitación. Me ha dado el día libre, así que puedo hacer lo que quiera por hoy. Quiero tocar el piano, pero también quiero ver a Mara.

No tengo otra forma de comunicarme con ella más que por medio de Avery, así que, luego de ducharme y vestirme, bajo a la oficina de papá y le pido permiso para salir.

—Ve con cuidado y no tardes —dijo cuando le pregunté.

Asentí y salí de casa. Ahora estamos en la sala de su hogar, esperando a Mara, quien le ha escrito por mensaje a mi amiga para decirnos que vendrá pronto. Y ese pronto es, quiero decir, bastante pronto, porque la veo entrar por la puerta con una sonrisa eufórica.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora