CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

2.1K 228 39
                                    

LEYLA STERNE

Un suéter de algodón y unos viejos pantalones.
Son las únicas cosas que llevo encima. Lo poco que he tomado antes de huir de casa.
Mi rostro sigue empapado de lágrimas, combinándose con las gotas de lluvia que se funden con la sangre de mi piel. No me he limpiado siquiera.

Soy una basura.
¿Verdad?
No hace falta responder.
Me he visto a mí misma.
Sé la respuesta.

Pensé en cientos de cosas mientras el dolor de mi cuerpo me aturdía. Una de ellas fue buscar el lago más cercano. Caminar hacia él y dejar que mi cuerpo se pierda en él. Hundirme hasta llegar a lo profundo y dejar de sentir.
Olvidar absolutamente todo.
Que mi dolor se vaya.
Y que el sentimiento de vergüenza y humillación que siento ahora desaparezcan.
Lo cierto es que soy demasiado cobarde para suicidarme.
Y lo odio.
Me odio.
Llevo toda mi vida odiándome.

Sin embargo, he decidido caminar bajo la tormenta por las calles hasta llegar a mi objetivo.
El jardín que reconozco a la perfección hace presencia frente a mí. Solo unos pasos más y podré verlo de nuevo. La luz que da a su habitación está encendida, Simon está en casa.

Sé que, a lo mejor lo molestaré. Quizá está a punto de hacer algo importante y ya voy yo a interrumpirlo.

La realidad es que solo él conoce todo de mí. Solo él me conoce y...lo necesito. Realmente lo necesito.

Quiero verlo.
Que me mire y me abrace. Pero me veo asquerosa y sucia.

¿Y si le doy asco?
¿Y si no quiere tocarme nunca más?
¿Se burlaría de mí?

No quiero su rechazo.
No lo aguantaría.
Mis ojos vuelven a empaparse en lágrimas a la vez que dudo si entrar o no.
Todo me carcome.

—¿Cariño?—su voz me hace volver. Viene hacia mí con rapidez. Hasta que me toma en brazos— Leyla, ¿quién te ha...? ¿Fue ella? ¿Luisa?—dice en un tono severo, envolviéndome entre sus brazos.

Muevo la cabeza como puedo, incluso hacer eso me dolía.

Aun así, sigue abrazándome.
Me quiere.
Sigue queriéndome.

—Ven acá, debo llevarte a un hospital.

—¡No!—me apresuro a decir.—Por favor...—bajo la voz—Solo quiero estar contigo. Quédate conmigo, por favor.

—Ya, vale—besa mi cabeza sin importar el hecho de que sigo estando asquerosa—. Vamos adentro, deja que te cure yo entonces.

No pregunta ni pide permiso. Me carga y me lleva a casa. Cierra la puerta tras nosotros y el calor de su hogar me da la bienvenida. Sigo abrumada pero eso me hace sentir algo de paz.

Me guía al baño y me sienta sobre el inodoro. En ningún momento me ve con asco, está imperturbable por mis heridas. Pero sigue siendo cuidadoso al tocarme cuando se arrodilla para hablarme.

—No tienes que decirme lo que sucedió ahora si no quieres. Esperaré—toma mis manos entre las suyas. Las mías relucen por suciedad. No le importa. Besa cada una—. Lo siento muchísimo, no mereces nada de esto—sus ojos brillan con angustia.

—Ha descubierto que salimos...descubrió mi diario—murmuro llorosa.

Él me acaricia una mejilla con los dedos, limpiando mis lágrimas.

—Lo sé—dice con voz suave—. Déjame limpiar tus heridas, no quiero que empeoren.

Se pone de pie para dirigirse a encender el agua tibia de la tina. Me carga y cuando sé que tiene intenciones de desvestirme, lo detengo.

Él me mira confuso.

—¿Qué pasa, cariño? ¿Te duele?—pregunta con suavidad.

—No...—respondo—solo no quiero que me mires.

Entonces una expresión de confusión mezclada con horror se clava en su rostro.

—¿Por qué? Te he visto tantas veces...debo limpiarlas o podrían empeorar—insiste sin dejar la suavidad en su voz.

Niego con la cabeza y sollozo.

—Por favor. Deja que lo haga sola, no quiero que me mires—digo mirándolo—. Me doy asco y no quiero que tú sientas asco también—se me escapa un sollozo—. Me da vergüenza que me mires...por favor...—ruego inundada en llanto.

Y entonces él parece que va a llorar.
Por un segundo lo capturo.
Niega con la cabeza.

—Lo siento muchísimo. Sabes que te respeto pero necesito limpiar esas heridas—dice con firmeza—. Me importa una mierda lo que Luisa te haya dicho. No es cierto—sostiene mi rostro entre sus manos haciéndome verlo—. Te quiero. A ti, a tu cuerpo. A tus inseguridades. Absolutamente todo. Te quiero completa y si no ha sido suficiente, te lo repetiré cada vez que lo necesites—besa mis labios—. Te quiero, Leyla, mucho. Adoro cada parte de ti. No hay forma en la que sea capaz de sentir asco por ti.—sus ojos brillan de lágrimas—. ¿Sabes? Preferiría que me aten y que me corten los brazos y las piernas. Preferiría morir antes que elegir a otra mujer que no seas tú. No quiero que te desprecies y sé que es difícil. Pero por favor, no te escondas de mí—ruega.

Me desato en llanto como respuesta.
Él me abraza y besa mi cabeza, mis hombros. Mis mejillas.

No me suelta en ningún momento.

—Déjame limpiarte, no me das asco. No me importan tus heridas, he visto tantas cosas, de verdad. Unas cicatrices o heridas no harán que me parezcas menos bonita. Eso es imposible.

Me hago trizas en sus brazos y como siempre, él me sostiene. Susurra palabras de aliento y me toca como siempre suele hacerlo.

Cuando se separa un poco para secar mis lágrimas, noto sus ojos rojos.

—Ven, te prometo que seré cuidadoso—asiento, cediéndole el permiso. Él me carga sobre el lavabo y saca un par de algodones, gasas y cosas que ni siquiera pregunto qué son.
Se coloca tras de mí, ambos frente al espejo.
Evito verme.
No lo hago en absoluto.
Simon se da cuenta, pero no dice nada.

—Esto puede arder, solo un poco—comenta acariciando mi espalda con sus dedos—. Será rápido, no te preocupes.

Pasa un algodón empapado sobre mi piel, me retuerzo de dolor aunque trato de reprimirlo.

—Shhh, va a pasar—murmura—. Eres muy fuerte, esto dejará de doler.

Musita cosas de aliento mientras lo hace. Me dice que soy valiente, que merezco todo lo bueno del mundo e incluso repite unas cuatro veces que soy preciosa.

Eso logra hacer todo un poco más llevadero. Me ayuda a ducharme luego de unos minutos.

Se dedica a contarme cosas en el proceso, me cuenta sobre su madre, de la vez que la llevó a comprar vestidos hace un par de días y cómo hizo que un hombre bajara al menos veinte vestidos para probárselos. Me habla de una nueva receta que ha aprendido y lo emocionado que está por mostrármela.
Entiende que no quiero hablar.
Pero tampoco quiero estar en silencio.

Sonrío de vez en cuando y la tranquilidad se plasma de a poco en mí.

Media hora después, terminamos envueltos en sus sábanas. Con sus brazos alrededor de mi cuerpo.

—Prometo que saldremos de aquí. Prometo que estarás bien y que Luisa pagará por esto—me dice mirando hacia el techo.

Por primera vez, deseo que suceda.
Que Luisa pague.
Que al menos sienta un poco del dolor que yo he sentido toda mi vida.

—Simon...—murmuro.

—¿Sí, cariño?

—Quédate conmigo, eres lo único que tengo.

—Jamás te dejaría sola. Te lo he dicho, moriría primero si es posible. Eres mía—besa mi cabeza—. Yo soy tuyo, y eso nadie va a cambiarlo.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora