CAPÍTULO DIECISÉIS

4.4K 384 173
                                    

SIMON/LEYLA

SIMON ROMANOV

Ha sido una noche bastante agotadora. Tanto, que en este preciso momento Leyla duerme plácidamente con su cabeza sobre mi hombro.
Mis dedos revuelven su cabello en una pequeña caricia y no puedo dejar de verla. Anoto cada uno de sus detalles y cuento sus pecas de una en una.
Se ve tan frágil, tan perfecta.

Después de haberle ayudado a limpiar el desastre que dejamos. Nos acurrucamos entre sábanas sobre el sofá. Háblanos un rato hasta que su voz se apagó, fue cuando me di cuenta que se había quedado dormida.

Acabo de ver  una faceta de Leyla que probablemente nadie ha visto jamás. Lo vulnerable y libre que estaba. La manera en la que no sentía vergüenza de sí misma y se dedicaba a disfrutar. Esa era la verdadera Leyla. Aquella que probaba lo prohibido sin tener miedo de las consecuencias. Sin tener vergüenza de ser ella misma.

Estaba obsesionado.
Aún recuerdo sus mejillas enrojecidas al terminar. Como le daba bochorno verme a la cara. Luego de hacerle entender que no había hecho nada mal, que había estado más que perfecta. Pudo tranquilizarse.
Escucho su respiración y la observo tranquila, como si nada le preocupara.

Quizá esto estaba mal, pero desde el momento en que la vi, supe que era ella. Que debía estar conmigo. Y cada vez que quiero algo, no me detengo hasta conseguirlo.
Esta vez estaba hablando de una chica, la conseguiría por completo.

Levanto la mirada para ver el reloj que cuelga en la pared frente a mí: cuatro y cuarenta y cinco de la madrugada.

Casi amanecía y Leyla sigue en mi casa. Y a ver, no es que quería que se fuera. Pero tampoco era imbécil. Sabía que si alguien la veía aquí o no la encontraban en su habitación estaría en problemas.

—Leyla—murmuro para despertarla, dando un ligero golpecito en uno de sus brazos.

—Mmm... Ajá...—balbucea somnolienta.

Mierda.
Al parecer tiene el sueño algo pesado.

—Leyla—repito con voz fuerte, pero sin asustarla. Parece que funciona porque poco a poco abre los ojos. La vista que tengo al verla despertar es hermosa.—. Debes volver a casa—le señaló el reloj y luego aparto los mechones de cabello de su cara—, casi amanece.

LEYLA STERNE

Después de estar con Simon de esa manera, entendí varias cosas.
Al principio, quise que no lo hiciera, pero no porque yo no lo deseara. Si no más bien, por el miedo que sentía a estar equivocándome. Pronto eso se fue de mi cabeza y solo éramos él y yo, en ese momento.

No me di cuenta cuando me quedé dormida en su pecho. Solo sé que había descansado más tranquila que nunca.

Caminamos hacia la parte trasera de la iglesia. Luego de decirle que podía irse y que yo encontraría la manera de entrar sin que me vieran. Me dedicó una sonrisa y se fue tan rápido como pudo.

Como si fuese una pequeña plaga, me escabullo hasta llegar a los pasillos de la parte trasera de la iglesia que conecta con mi habitación. Una corriente de alivio me recorrió el cuerpo cuando vi que todos seguían dormidos. Entonces llego a mi habitación, pero cuando abro la puerta. Esa misma tranquilidad se desvanece de inmediato.
Madre Luisa está en mi habitación, de pie frente a mi cama. Lo que hizo que el corazón se me saliera del pecho, fue verla con el látigo en sus manos.
Es lo que usa para castigarme.
Cada vez que pecaba, que me equivocaba, recibía dolorosos golpes con eso en el cuerpo.
Mi estómago se retuerce y las lágrimas amenazan con salir. Como hija del padre de la iglesia del pueblo, debía dar una "imagen perfecta" haciendo que aunque los demás podían equivocarse, yo no tenía derecho a hacerlo. Y si lo hacía, debía ser castigada.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora