CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

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SIMON ROMANOV

No está.
Leyla no está.
Por ninguna parte.
Alexei tampoco.

Había llegado al lugar que Ale rastreó. Estaba abandonado y echo pedazos. Anduve hasta llegar a unas viejas mazmorras y ahí vi a Luisa.
Pronto las luces se apagaron y todo se volvió una mierda.
Necesito a Leyla.
Me hace falta y la necesito sana y salva.
No he dormido por días. No he podido.

—¡Simon!—una voz femenina me interrumpe los pensamientos. Me volteo, una leve pizca de esperanza vuelve a mí.

—Kristina...—musito y corro hacia ella. Está tumbada en el suelo con una herida en el brazo—. Mierda, vas a estar bien—perdía demasiada sangre.

Un momento, la madre de Leyla. ¿Sabía mi nombre?

Ella niega con la cabeza y luego habla con voz entrecortada.

—Se han llevado a Leyla, no vas a encontrarla aquí. Luisa sigue aquí, tienes que ir por ella.

—Ven, te sacaré de aquí—la tomo entre mis brazos, ella jadea del dolor y se retuerce. Su cuerpo es demasiado débil y probablemente no ha comido en días.
La sangre brota de su herida, salpicando todo.

Cojo una orilla de mi camiseta y tiro de ella, rasgándola. La envuelvo en el brazo herido para crear un torniquete improvisado y detener la hemorragia.

—¿Puedes caminar?—ella asiente con dificultad. La sostengo mientras buscamos la salida.

Leyla.
Necesito a Leyla.
Y a Alexei.

Corremos por los pasillos oscuros y apestosos a moho. A pesar de todo, no suelto mi arma en ningún momento.

No iba a dejar que le hicieran daño a Leyla, morirían primero y claro que voy a disfrutarlo.

—Allí—señala una habitación con su dedo—. Luisa, está ahí, he logrado atacarla.

Me asomo y, en efecto. Luisa está tumbada en el suelo, con algo brillante clavado en el muslo, y un golpe en la cabeza.

Está inconsciente.

—¿Sabes a donde se ha ido el otro?

—Creo que... Lo maté—musita.

Joder.

—Quédate aquí, iré a revisar y volveré. Escapáremos e iremos por Leyla, lo prometo.

Ella asiente y se queda justo al lado de la puerta, sin quitarle la mirada a Luisa. La pierdo de vista y avanzo de nuevo por el lugar. Era como un maldito laberinto de piedra, que apestaba a humedad, sangre y carne descompuesta.

Llego a las mazmorras de nuevo y unos gemidos ahogados se escuchan a mi izquierda. Me dirijo hacia el sonido y ¡sorpresa! Ese maldito insecto estaba tirado en el suelo. Tenía un pedazo de metal clavado justo en el ojo, y una herida en el hombro.
Agonizaba desesperado.

—Ayuda, por favor—súplica con desespero. Me acerco lo suficiente para poder inclinarme y estar a solo un par de centímetros.

—No te preocupes, no morirás aún.

Le brindo un amable golpe justo en la cabeza. Lo suficientemente fuerte para que quede inconsciente. No tanto como para matarlo.

—Maldito imbécil—mascullo. Y luego regreso hacia Kristina.

Ambos nos reunimos y buscamos la salida. Un lote vacío a mitad de la nada. Busco mi auto y cuando lo encuentro, la guio hacia allí.

—Sube. Ponte el cinturón y mantén el seguro, volveré pronto, lo prometo—digo con firmeza. No espero a que responda y vuelvo al lugar.

Forgive meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora