LEYLA STERNETengo miedo.
Tengo mucho miedo.
Mi cuerpo tiembla, el frío se me inserta en cada extremidad hasta tocar mis huesos como si los golpeara.
Mi estómago ruge.
El hambre está matándome.No tengo idea de cuántos días llevo aquí.
Solo estoy consciente del putrefacto olor que emana del lugar. Un sótano con paredes mohosas donde el silencio abunda, a excepción de una pequeña gotera que queda justo al lado del pedazo de cartón que me han puesto de cama.Quiero volver a casa.
Y quiero volver con Simon.Lo echo de menos.
Pienso en que quizá fui exagerada, pero luego recuerdo cómo ocultó todo sobre mi madre. La realidad de mi vida y me dan ganas de no verlo nunca más.Pero no puedo.
Simon se ha clavado en mi corazón con clavos hasta hacerlo sangrar y por más que intente convencerme, sé que no mentía cuando decía que me quería.Yo también lo quiero.
Lo amo, en realidad.
Ahora no sé si podré salir de aquí para decirle cuánto.No sé cuántas personas hay en este lugar. Lo que sí sé es que son más de una. Aparte del hombre que acaba de salir luego de haberme golpeado.
No logro verle la cara, lleva un pasamontañas pero su voz, la he escuchado en el pueblo. Es una voz madura, de alguien probablemente de la misma edad de Julian.
"Mi padre."
Todo me abruma tan solo pensar que él ni siquiera sabe dónde estoy. Probablemente piensa que me he escapado con Simon.Ojalá hubiera sido eso.
—Leyla...—levanto la mirada ante la voz que reconozco a la perfección. Conozco su ropa, su estatura, y su expresión de disgusto.
El corazón se me parte. Incluso creo que no es posible porque ya está hecho trizas.
Pero duele.
Duele mucho.
Se me aprieta como si quisiera dejar de funcionar, como si se hiciera diminuto.—Madre Luisa—la voz se me rompe y las lágrimas escudriñan mis mejillas.
Ella sonríe con gusto, con esa malicia que no entiendo por qué tiene hacia mí.
Creo que si quisiera, sería hasta capaz de asesinarme.
¿Y si lo hace?
¿Y si muero aquí mismo y nunca encuentran mi cuerpo?—Hola, pequeña—canturrea y toma un banco de madera podrida. Lo coloca frente a mí y se sienta en él.
Está muy cerca. Mi corazón no deja de correr con ansias y por poco siento que es capaz de salírseme del pecho.
—¿Por qué? ¿Qué te he hecho?—sollozo. Me muevo ligeramente y las cadenas de mis manos chirrían.
Ese sonido me da dolor de cabeza y se me instala en los oídos como un fuerte recordatorio de que no tengo escapatoria.
Mis muñecas están demasiado lastimadas y mi cuerpo lo suficientemente débil como para siquiera intentarlo.
—¿Por qué he hecho esto?—se inclina hacia mí y me observa con desdén. Extiende sus labios en una sonrisa pero cambia a odio puro de inmediato—. Porque te odio. Eres igual a tu madre.
—¿Qué fue lo que te hizo?
Retrocedo cuando ella se acerca. Noto su expresión y algo de dolor se asoma por sus ojos, a la vez que rebusca las palabras antes de empezar.
—Ella me quitó todo—empieza—. Me quitó a mis padres, se casó con el hombre que yo amaba y tuvo una hija con él—dice con furia, odio y resentimiento a la vez—. ¡Se supone que es mi hermana y me quitó todo!
El estómago se me revuelve.
—Yo no tengo la culpa—murmuro.
—No, no la tienes. Pero eres igual a ella. En todos los sentidos. Las mismas pecas, el mismo estúpido color de ojos. ¡Todo es igual!
Ella se levanta de la silla. Se acerca y se agacha hasta que su rostro queda a centímetros del mío.
Sus ojos se ven más oscuros, más aterradores.—Siempre he intentado ser lo mejor para ti. No tengo la culpa de parecerme a mi madre.
Enarca una ceja y me toma del mentón con sus dedos.
—Tu madre arruinó mi vida—escupe—. Estaba tan bien con mamá, pero entonces llegó ella. A ella sí la querían—se ríe con resentimiento—. A ella sí la protegían. ¿Sabes qué, Leyla? Deberías estar agradecida de que, a pesar de todo, jamás tuviste un padre que te tocara. Un padre que te hiciera daño—su voz se rompe por un segundo. Lo noto.
Y lo entiendo.
Su papá... abusaba de ella.—Lo siento muchísimo—logro pronunciar, casi ahogada en lágrimas débiles.
—Te he dicho que tus disculpas no me importan—se encoge de hombros —. Me prometí que le devolvería a tu madre el mismo dolor que ella me causó. Ahora eso vas a pagarlo tú.
Vuelve a alejarse y toma algo del suelo al acercarse a la puerta.
Mi corazón se detiene. Los músculos se me tensan cuando veo lo que tiene en manos.
Un látigo.
No.
Otra vez no.
Por favor.—Por favor... madre Luisa—suplico desesperadamente—. Haré lo que sea, me quedaré callada si lo deseas. Por favor—me retuerzo entre las ataduras cuando ella evita escucharme—. Por favor no...
Sonríe con diversión.
—No sabes cuánto disfruto hacerte daño—el tono juguetón de su voz me hace entender cuánto le deleita lastimarme. La sonrisa le dura poco cuando alza el látigo sobre el aire—. Nunca entenderás lo que es ser producto de una violación. Lo que es ser odiada y despreciada. No vas a saber lo que es que te quiten todo y te dejen sin nada. Al menos no hasta ahora.
Por alguna razón, cuando la veo a ella, algo me impide defenderme. Es como si no pudiese moverme e incluso, jamás podría hacerle daño.
Porque la quiero de alguna manera.
No quiero quererla.
Sé que no hay nada que pueda hacer entonces opto por suplicar. Con ganas, como si quisiera sacarme el corazón.—Por favor... no lo hagas—chillo y mis lágrimas caen sobre el suelo húmedo—por favor, madre. Lo siento, siento todo lo que te sucedió. Lo siento—por favor. Que no lo haga. Por favor—. Yo te quiero. Por favor.
—Nada de lo que digas o hagas va a hacerme cambiar de opinión. Porque te odio, Leyla, y esto es lo que mereces.
El látigo se estampa contra la piel de mis piernas sin piedad.
El ardor es inmediato. Jadeo y me retuerzo sobre el suelo como una débil lombriz. No me da tiempo de respirar siquiera cuando recibo otro.—¡Te odio! ¡Las odio a ambas!—grita sonriente. Veo su sonrisa y las lágrimas se desbordan. Mi pecho late con fiereza y mi cuerpo se estremece del miedo y dolor.
Recibo un latigazo.
Otro.
La sangre salpica el suelo e incluso algunas veces el látigo se adhiere a mi piel. Como si la abrazara y eso significara que esto es lo único que merezco recibir.
Que esto es parte de mí.Me cubro la cabeza y el rostro a como las cadenas me lo permiten pero eso no la detiene a seguir haciéndome daño.
Esta vez no dura poco.
Incluso se siente como si pasaran horas.
Mi piel se parte y sangra. Llora también y grita dejando manchas carmesí sobre el látigo. Entonces el dolor se vuelve asfixiante y mis párpados se vuelven cada vez más pesados.Lo último que escucho es el látigo caer sobre el suelo. Ese sonido que me hacía querer vomitar. Y siento unos grandes brazos cargarme entre ellos. Creo que me llevan a otra habitación.
No tengo idea.
Ojalá acabe muerta.
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Forgive Me
RomanceDonde la verdad es el camino a la salvación, Leyla Sterne, una devota mujer criada en las estrictas creencias de su iglesia, se ve desafiada cuando Simon Romanov, un enigmático ex-militar, llega al pueblo. A medida que su encuentro florece, se desp...