CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

1.9K 197 37
                                    


LEYLA STERNE

Mis párpados pesan.
Mi cuerpo arde. El dolor me cala los huesos de manera agonizante.

Ya no quiero estar aquí.
Ni aquí, ni en ninguna parte.
Quiero simplemente dejar de existir. Apagarme.
Quiero que deje de dolerme.

—Vas a estar bien—solloza una voz. Siento unas manos delgadas sobre mí.
Me cubren. Me tocan.

No puedo ver bien.
Mi vista sigue borrosa.

Su voz suena rota. Pero por alguna razón me trasmite algo extraño. Un sentimiento de calidez.
—Cariño mío, dios—suelta como una súplica—. Por favor despierta, Leyla... hija.

Hija.
Abro los ojos de golpe y entonces la veo.
Mi corazón se apresura a latir, la respiración corre con ansias y mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas ante su mirada desesperada.

El verde de sus ojos se derrite ante los míos.
Por primera vez.
La veo.

—Mamá...—logro decir.

Quiero moverme.
Tocarla.
Incluso trato de levantar mi mano para rozar su rostro. No lo logro.

Su rostro pálido y delgado es lo que veo. Está cargándome entre sus brazos y me acaricia la frente.

Me abraza.
Por primera vez.
Mamá.
Estoy con mi madre.

—Mi Leyla—murmura—. Hija mía, mi amor.

Las palabras se atoran en mi garganta porque jamás pensé que llegaría a ver a mi madre.
Mucho menos en este estado.
Recé tantas noches porque llegara el día en que pudiera tocarla. Abrazarla y mirar a sus ojos.

Y aquí estoy.
Un impulso corre por cada centímetro de mi cuerpo. Me trago el dolor y lo oculto en lo más profundo de mí. Tomo impulso y me levanto para abrazarla. Ella me acepta. Me abraza.

Mamá me abraza.
Me abraza fuerte. Como si no quisiera soltarme. Pero no solo eso. También me besa la cabeza y llora. Su cuerpo incluso se siente más delgado que el mío.
Puedo sentir sus costillas.

Mi corazón duele como si recibiera apuñaladas.

—Leyla—coge mi rostro entre sus manos. Éramos muy parecidas. Claro que su rostro era mayor y podía notar una que otra arruga.

Sin embargo, seguía mirándose hermosa.

—Mami...—murmuro antes de volver a abrazarla. Entonces me percato de algo.

Mis heridas.
Están limpias, al menos un poco.
Ella solo lleva un camisón largo que está rasgado.

Miro a un costado: Un balde con agua y un trapo manchado de carmesí.

La miro a ella, sus ojos gritan cariño.
Mi madre me ha limpiado las heridas.
Lo ha hecho a como mejor ha podido.

Me ha cuidado.

—Lo siento muchísimo—dice con voz entrecortada—. Te juro que no quería que esto pasara. Hice todo para que no te hicieran daño. Al parecer no lo logré. Leyla—vuelve a tomar mi rostro—. Yo jamás te abandoné, yo nunca me alejé de ti. Al contrario. Te arrebataron de mi vida y todos estos años solo he luchado por protegerte. Lo lamento si no lo he logrado. Hija, lo siento muchísimo—parece que suplica por perdón.

Como si todo recayera en ella.
Me seco las lágrimas con los dedos a la vez que niego con la cabeza. Dejo de hacerlo cuando un dolor punzante ataca mi cuello.

—No. No tienes que disculparte—le digo—. No sabes cuanto... he deseado verte. Y siempre creí que te habías ido, pero Luisa dijo que... Me lo ha dicho todo. No te odio si es lo que piensas. Nunca lo hice porque siempre anhele verte algún día.

Ella vuelve a apretujarme contra su cuerpo. Es mucho más alta que yo.

—¿Qué te ha dicho? ¿Qué le he quitado todo y que me odia?

—Algo así.

Ella niega.
Y entonces empieza a contarme.

—Siento si es demasiado para ti lo que voy a contarte.

—Puedo soportarlo.

Ella guarda silencio unos segundos y pronto comienza a hablar:

—Luisa es mi hermana—dice—. Cuando mamá era joven... abusaron de ella, quedó embarazada y trató de abortar muchas veces, pero no lo logró—se limpia una lágrima—. Luisa fue producto de esa violación. Mamá la detestaba, supongo. Poco después mi madre volvió a casarse y me tuvieron a mí. Siempre noté la preferencia. Lo supe—dice con culpa—. Pero era una niña y aun así veía a Luisa como mi hermana. Le rogaba a mamá porque la quisiera también pero se negaban.

Ella hace una pausa. Baja la mirada y noto como le duele su interior. Poco después continúa:

—Siempre quise a Luisa. La quise mucho. Pero entonces papá entró en alcoholismo, empezó a golpearla y siempre le exigían demasiado. Yo intentaba consolarla, pero su odio a mí era irreversible—solloza—. Luisa no tiene la culpa de lo que sucedió. Pero eso no justifica todo el daño que te ha hecho—me mira y toca mis mejillas con suavidad.

—¿Y Julián? ¿Papá?

—Julián vivió al lado de nosotras desde que éramos niñas. Siempre se supo que él estaba enamorado de Luisa. Entonces cuando ella cumplió los 18, aceptó casarse con él—cuenta—. Yo, por mi parte, conocí a Nikolay, hermano de Julián. Era dos años mayor que yo. De niños no hablamos incluso él solía ser muy indiferente. Pero entonces crecimos y coincidimos. Él entró al servicio militar y... terminamos juntos. Nikolay es tu verdadero padre—baja la voz y agacha la cabeza—. Siempre creí que había muerto en su trabajo. En realidad lo mandaron a matar.

Tomo su rostro con mis dedos y limpio sus lágrimas.

—Lo siento muchísimo—aún me parece irreal tenerla tan cerca cuando muchas veces la creí muerta.

—David—continúa—. Era un compañero Tu padre. Él... se obsesionó conmigo. Me mandaba cartas, flores. Nunca las acepté—explica—. Amaba a Nikolay y aún lo hago a pesar de que está muerto.

Su voz se hace pedazos.

—Cuando te tuve a ti, Luisa confesó que ella estaba enamorada de Nikolay. Que siempre lo quiso a él y que yo se lo arrebaté. Fue entonces cuando David... Lo mató. Eran compañeros, tu padre confiaba en él—limpio su llanto tratando de consolarla—. También, Luisa estaba mal porque tuvo un hijo con Julián, y murió. Fue por un accidente pero todo. Absolutamente, todo lo que ella hacía le salía mal. Estuvimos peleadas por mucho tiempo y cuando me pidió que nos reuniéramos en una cena, me drogó y me encerró aquí—confiesa—. Y me dejó con David. Ellos planearon todo. Mataron a tu padre y lo siento tanto. Sé que es demasiado, pero ya no soporto guardarlo—llora con amargura—. David abusó de mí los primeros años. Lo hizo hasta que se aburrió. Y Julián... No es un mal hombre—comenta—. Cuando parece que no se da cuenta de las cosas no es porque no lo haga, Luisa lo droga. Le pone algo extraño en las comidas y es como si viviera bajo su dominio.

La información se acumula en mi cabeza como un disparo.

Entiendo absolutamente todo y mi alma o lo que queda de ella, se desgarra.

—Lamento que hayas tenido que vivir todo esto—se disculpa—. Pensé que Luisa me mataría. Al parecer está detrás de algo más y no sé qué es.

Vuelvo a abrazarla y ella me corresponde.

—No es tu culpa—murmuro—. Te amo, mamá. Te amo muchísimo y jamás te juzgaría. Eres una mujer increíble.

Ella asiente y me mira.

—Saldremos de aquí—promete—. Saldremos vivas y huiremos lejos. Quiero recuperar todo el tiempo contigo que me quitaron, solo si me dejas.

Asiento porque mi corazón se acelera de nuevo.

—Por supuesto que quiero—ambas somos un desastre echo sollozos. No me importa.

—Pensé que no te traerían conmigo. Pero me alegro mucho de que estemos juntas. Vamos a librarnos de esto. Es una promesa, Leyla.

Nos envolvemos en un abrazo y el llanto nos rompe, nos llena al mismo tiempo y nos da fuerzas.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora