CAPÍTULO DIECIOCHO

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SIMON ROMANOV
25 años atrás.
Simon: 11 años

El sol brilla con ímpetu y resalta a donde sea que mire. Mamá toma mi mano con fuerza entre la multitud y me repite una y otra vez que no me aleje. Las ansias me consumen hasta sentirlas bajo los dedos de mis pies.

Tres meses.
Tres meses desde que papá se ha ido debido a su trabajo y hoy al fin podré verlo.
Por fin podré abrazarlo otra vez y volver a tener un maratón de Marvel cada fin de semana por la noche, junto a él.

Mis ojos se pasean por el gentilicio. Cuando el camión llega, aquellos hombres uniformados empiezan a bajar uno a uno.
A mamá le brillan los ojos, y a mi me pican las mejillas por lo mucho que he sonreído. Quiero recibir a papá con la mejor sonrisa. A mi héroe.

Veo a los enormes hombres reencontrándose con sus familias. Abrazan a sus esposas y besan a sus hijos. El autobús cada vez queda más vacío, hasta que las puertas se cierran.
Papá nunca sale.

Él prometió hacerlo.
Prometió volver.
Un hombre mayor camina hacia nosotros con pena en su mirada. No entiendo qué sucede.
¿Dónde está papá? ¿Y si, a lo mejor viene en otro autobús?

Me giro hacia mamá, ella tiene los ojos fijos en el sujeto que se acerca, estos brillan por lágrimas que se asoman.

Oh, no...
No, no, no.

—Mamá...—tiro de la manga se su camisa, mi voz es débil.

—Lo siento muchísimo—dice el hombre quién ahora se encuentra a un solo metro de distancia.
Veo a ambos. Primero a uno, luego al otro. Cuando a mamá se le quiebra la mirada y empieza a llorar, comprendo todo.
Papá no volverá.
Eso resuena en mi cabeza y se repite mientras trato de asimilar lo sucedido. El tiempo se detiene. Mi pecho retumba como si mil hombres me golpearan al mismo tiempo. A la vez que una ráfaga de recuerdos de papá me apaña la mente: él jugando a las cartas conmigo a media noche. La vez que jugamos ajedrez juntos y no dejaba de ganarle. Cuando me compró mi uniforme de militar, el mismo que llevo puesto justo ahora para recibirlo.
La vez que me enseño y leyó las cartas que le hizo a mamá para enamorarla.
Cada cosa, cada momento. Cada detalle se dispara en mi mente con una rapidez asfixiante.
Todo me parece una eternidad. Papá no puede estar muerto.
No puede.
Una humedad cae sobre mis mejillas y las rodillas se me debilitan cuando los sollozos ahogados de mamá llegan a mis oídos.
No puedo. No quiero.

El aire no llega a mis pulmones de la manera correcta y el tumulto de gente comienza a parecerme abrumadora. No sé qué pasa por mi cabeza más que las ganas de huir. Dormir y, que cuando despierte, papá esté justo a mi lado. Tampoco me entero en qué momento la desesperación me carcome tanto, que me echo a correr. Avanzo tan rápido como puedo y no me importa nada.
Mis piernas duelen y mi pecho arde al cabo de unos pocos minutos. El llanto cae desbordándose sin cesar.
Necesito detenerme.
Me detengo en un punto donde ha disminuido la multitud, levanto la mirada y frente a mi, se encuentra una mujer frente a su esposo. Un hombre de la militar, que lleva a una pequeña bebé entre sus brazos. Su hija.
Mi corazón arde y cae hecho trizas. Mi papá pudo haber vuelto al igual que él.
Mis lágrimas amenazan con salir de nuevo cuando aquella bebé voltea su pequeño rostro hacia mi. Sus enormes y brillantes ojos verdes me miran con curiosidad y diversión. Miles de pecas salpican sus mejillas. Mi gesto se arruga en señal del nuevo llanto que piensa volver, es ahí cuando ella sonríe. Apenas tiene dientes, pero lo hace de oreja a oreja. Su piel brilla bajo la luz del sol y no deja de mirarme. Me quedo perdido en el color de sus ojos y cuando me doy cuenta, el dolor de mi pecho ha disminuido, y ya no estoy llorando.

¡Al fin lo tengo!—me irrumpe la voz que, en este momento apenas puedo reconocer como la de Alexei.
Estiro mi cuerpo envuelto en las sábanas que, por cierto. Aún huelen a Leyla.
Y me encanta.
Su perfume floral quedó disperso por toda mi cama desde anoche. Aún no me creo que dormimos juntos. Quiero decir, realmente dormimos juntos. Nada más allá de eso. Para mi es suficiente, mientras sea con Leyla.
No me olvido de cómo se aferraba a mi y lo mejor fue cuando dejó un beso en el dorso de mi mano antes de dormir. Dios mío, eso me descontroló el sistema sin que pudiera evitarlo. Fue un gesto tímido y cuidadoso pero demasiado íntimo a la vez.
Nunca he sido, realmente, aficionado por la cursilería y ese tipo de gestos. No los consideraba tan..."emocionantes" si se les puede llamar así. Ahora con Leyla, con tan solo el hecho de que voltee a verme y sus mejillas se eleven en una ligera sonrisa, es suficiente para hacer que quiera tenerla para mi por siempre. Es más, en realidad, la quiero para mi.

Por otro lado, se me partió el alma cuando noté sus auto-lesiones del brazo. Las quemaduras.
Quise besarlas todas una a una y prometerle que nadie la lastimaría jamás. Al mismo tiempo que me daban ganas de cortar las manos de madre Luisa por atreverse a golpear a una mujer.
A Leyla. Mi Leyla.

Debería justo ahora, estar pidiéndole a su Dios que no se encuentre conmigo el próximo domingo, o merodeando por el pueblo.

Hoy trabajo en el club de nuevo. Tengo la tarea de buscar al o a "la" imbécil que le tomó la foto a Leyla. Puesto que es más que obvio que era con mala intención hacia ella. Dijo que yo ni siquiera me veía, así que era más que evidente. La lógica me lleva a pensar que pudo haber sido alguna de sus amigas, pero sé que justo en ese momento ellas estaban dentro, enrollándose con desconocidos así que era imposible, es decir, no es como que puedan estar en varios lugares al mismo tiempo.
Sin embargo, todo lo voy a saber cuando revise esas cámaras, y a quien sea que lo haya hecho, va a pagar muy caro.

Parpadeo unas cinco veces y la imagen de Ale, con su uniforme policial puesto y ese recogido de cabello demasiado estirado es lo primero que veo. Ha venido hace un par de horas, poco después de que Leyla se fue. Yo volví a dormirme mientras él se quedaba en mi sala investigando sobre el tal caso de la desaparición de aquella mujer.

—¿Que tienes qué?—bostezo levantándome para sentarme al borde de la cama, froto mis ojos y cuando mi vista se aclara, puedo verlo bien al fin.

—Más información. He revisado el caso, y me he matado investigando—se toca el pecho con orgullo—. He descubierto casi gran parte del caso y aún así, la novata Sloane cree que es mejor que yo.

Sloane.
Le he escuchado decir ese nombre unas veinte veces desde la última ocasión que nos vimos. Es su nueva compañera, los han puesto a trabajar juntos en el mismo caso pero tal parece que no se soportan. La llama "novata" y cree que el tiene mejor experiencia. Puede que sí. Al fin y al cabo fue militar, en uno de los grupos más poderosos, sigilosos y fuertes del país.
Lo que me da gracia es ver cómo se enoja cuando lo molesto con ella. Sus mejillas se ponen rojas como una frutilla pero mantiene el orgullo en alto. Se ha empeñado tanto en el caso. En el trabajo.

Al principio pensé que no era bueno. Había estado consternado por todo lo que vivió en la militar y, volver a un trabajo donde, se enfoque en algo similar no me parecía la mejor idea. No es exactamente lo mismo, pero conlleva riesgos parecidos.

—Es lo que quiero, nací para algo como esto. Para proteger—dijo cuando intenté hacerle entrar en razón—. Me gusta el trabajo y voy a tomarlo.
Ha sido demasiado constante y hasta ha dejado de dormir sus horas debidas. Aunque de cierta manera se ve más tranquilo y...contento. No dejo de estar pendiente de mi amigo.

Lo quiero y me importa.
Al fin y al cabo es como mi hermano.

Suspiro y veo los papeles que lleva entre manos. Los documentos del caso.

—¿Qué has encontrado?

Él se sienta a mi lado.

—La mujer tenía o, tiene un esposo—comenta—. También fue militar. En el mismo rango que nosotros. Desapareció junto a ella y se llama Nikolay Sterne.

Frunzo el gesto de inmediato.
Sterne.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora