CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

2.3K 205 132
                                    

SIMON ROMANOV

—Leyla...—susurro en el silencio.

Nos encontramos sobre las sábanas, mi cuerpo abrazando el suyo, su rostro descansando sobre mi pecho. La tenue luz de la luna se filtra por el borde de la ventana, iluminando suavemente la habitación.

Mi mirada se pierde en la pared tapizada con papel floreado, consumido por mis pensamientos hasta que siento la necesidad de preguntarle algo.

—¿Sí? —responde con voz somnolienta.

Vacilo, sopesando mi pregunta. Es tonta e incluso infantil, pero necesito saberlo.

—Necesito preguntarte algo —digo con voz queda.

Ella se incorpora, apartándose ligeramente e inclinándose para verme mejor.

—Dime —susurra, besándome los labios suavemente, lo que apacigua mi inseguridad.

—Yo... ¿realmente te gusto? Es decir —¿sueno como un idiota? Probablemente sí—, ¿de verdad te agrado lo suficiente y te gusto tanto?

Ella me mira con una mezcla de confusión y ternura, suspira y vuelve a acomodarse, ahora mucho más cerca. Sus manos acarician mi rostro y se inclina hasta que quedamos a escasos centímetros.

Guarda silencio, buscando las palabras adecuadas. Sonríe y luego habla con voz cálida:

—Me gustas mucho. Muchísimo —me asegura con intensidad—. Es más, me encantas. ¿Cómo se dice? Sí... estoy enamorada de ti y estoy completamente embobadísima por todo lo que tiene que ver contigo —se ríe suavemente y yo lo hago también, aunque suena más como una carcajada liberadora.

—Embobadísima, eso es nuevo —comento, sintiendo cómo mi corazón se acelera.

—Shh —vuelve a reírse con dulzura—. Deja que no he terminado. Entonces, sigo —acerca aún más su rostro al mío, sus ojos brillando con emoción—. Cada cosa tuya, todo tú, me encanta. No hay mañana en la que me levante y no piense en ti. Simon Romanov, realmente me gustas, mucho.

Me mira con esa sonrisa tan suya, tan cálida, y me deshago por ella. Me desarmo con facilidad cuando se trata de Leyla.

Ella es mi debilidad. Esos ojos... Dios. Esos hermosos ojos esmeralda están fijos en los míos y deseo besarla ahora mismo, perderme en su piel.

—También me gustas mucho —logro articular, mi voz cargada de emoción.

Ella se ríe suavemente y me planta otro beso en los labios.

—Lo sé, amor.

"Amor"
Nunca me ha llamado así.
Jamás.
Siempre me llama por mi nombre.
"Amor"

Las mejillas me arden y me siento maravillosamente atontado de repente.

—Repítelo —suplico en un susurro.

Ella me mira con curiosidad.

—¿El qué?

—Lo que has dicho. ¿Cómo me has llamado?

Entonces, una sonrisa traviesa ilumina su rostro.

—Amor —repite, y mi corazón estalla de felicidad.

—De nuevo —ruego, incapaz de contener mi emoción.

—Es suficiente —niega con la cabeza, pero sé que está jugando.

—Por favor, dilo de nuevo —insisto, mi voz teñida de anhelo.

Entonces vuelve a tomar mi rostro entre sus delicadas manos, y sus labios pronuncian esa palabra que desde ahora se ha convertido en mi favorita.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora