CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

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LEYLA STERNE

—Hay que actuar. No vamos a quedarnos aquí—habla mi madre.
Han pasado dos noches desde que nos encerraron juntas.
Lo sé porque hay un pequeño hoyo en la pared de piedra donde una tenue luz se asoma.
El reflejo del sol cuando es de día, que se torna en oscuridad pura cuando la noche llega.

—¿Qué se supone que van a hacernos? ¿Dejarnos encerradas aquí de por vida?—digo con voz agotada. No hemos comido nada tampoco.

Mamá niega con la cabeza.
En ocasiones la miro y me parece irreal que estemos juntas.

—Te seré sincera, cariño—golpea un anillo de la cadenas que la mantienen atada. Lleva haciendo eso al menos un par de horas.—David planea matarme, al igual que Luisa. Por eso te trajeron. Luisa dijo que antes de asesinarme, me daría la oportunidad de verte.

El estómago se me revuelve y mi pecho queda paralizado. Quieto como un fuerte trozo de cemento.

—¿Y, a mí?—indago con el corazón a punto de salírseme del cuerpo.

—Van a llevarte a una casa de prostitución, muy lejos de aquí.

Estoy segura que mi cuerpo se detiene por un segundo. Puesto que mi mente se inunda de pensamientos negativos y aterradores de lo que sería mi vida si eso llegase a pasar.

NO.
No puedo permitirlo.
Tenemos que salir de aquí.

—No va a suceder—dice mamá, mantiene ese tono suave. Sus ojos verdes abrazan los míos y siento la calidez de su mirada sobre la mía—. Vamos a salir de aquí, te lo juro.

—¿Qué vamos a hacer?

Un crujido seco resuena por la habitación.

—Al fin —suspira y se voltea a mí. Se ha soltado de las cadenas.
Tiene dos eslabones de metal. Uno en cada mano. No son tan grandes.

Pasan desapercibidos por completo, pero tienen un peculiar filo en las orillas.

Me lanza uno con cuidado.

—Ahora voy a soltarte a ti. He intentado hacer esto por tanto tiempo —se limpia una gota de sudor de la frente—. Te explicaré lo que haremos.

Asiento poniendo total atención.

—Luisa o David entrarán en cualquier momento, ya sea por comida o simplemente para amargarnos el día —se inclina un poco y coloca sus manos en mis hombros de manera protectora—. Fingiremos seguir encadenadas y, en el mínimo descuido, atacáremos.

El corazón me late con rapidez y el miedo me corre por el cuerpo.

—Necesito que seas fuerte. Eres capaz y muy valiente, amor mío—dice con dulzura—. Necesitamos sobrevivir. En ocasiones hay que hacer daño a otros para lograrlo.

Su voz es tranquila, pero se mantiene firme.

—¿Y si fallo? Tienen armas y podrían...

—Garganta, abdomen. Sien, incluso nariz, pero sobre todo los ojos. Son las partes más sensibles y fáciles de atacar —explica y levanta el eslabon de metal—. Solo es cuestión de clavarles esto en uno de esos lugares. No pienses, actúa. No sientas lástima. Y si es necesario que mueran, van a morir. Lo que sea con tal de salir de aquí —se inclina y me besa la frente—. Te amo, y sé que no es fácil. Pero eres fuerte y podemos hacerlo. Lo haremos juntas.

Sus palabras me llenan el corazón y siento una manta de tranquilidad sobre mí, a pesar de que el miedo seguía asomándose de vez en cuando.



Gritos.
Es lo que me hace abrir los ojos de golpe.
Mamá está justo a mi lado, parece imperturbable, pero mantiene su vista fija en la puerta.

Alguien la abre.
Los ojos casi se me salen cuando lo miro.
Alexei.
David lo trae a tirones. Está atado de las muñecas y los tobillos con cadenas. Lleva golpes e incluso sangre por todo el rostro.

—¡Voy a asesinarte y voy a disfrutarlo cuando lo haga! —le grita a David, este si quiera reacciona. Solo lo tira a la habitación y vuelve a cerrar la puerta.

El sonido metálico resuena por todas partes.
Alexei cae al suelo y se arrastra. Mamá lo mira como si nada.

—Usted debe ser Kristina—le dice. Mi madre hace un gesto de desconfianza.

Ale lo nota así que vuelve a hablar:

—Se supone que soy el oficial que trabaja en su caso. Venía para acá con mi amigo, pero ese tipo me ha drogado y me ha traído acá —se queja exasperado—. Y la otra, ¿cómo era? Sí. Luisa. Esa mujer está loca como una puta cabra.

—¿Eres policía y te han capturado también?—mamá resopla, incrédula.

—Era militar también—Ale sonríe—. Ya sé, incluso suena estúpido. Pero no pienso morir en manos de esos dos. Los mataré primero si es necesario.

Entonces su mirada se posa en mí.
Sus ojos se oscurecen y yo me muevo ligeramente. Abro la boca para hablar, pero él se apresura a hacerlo primero.

—Simon está muriendo por tu ausencia —murmura—. No ha dormido en días por estar buscándote y ahora debe estar peor.

Mi pecho se encoge.
Simon.
Mi Simon.
Lo necesito tanto.

—¿Simon?—pregunta mamá.

—Simon Romanov. El novio de Leyla, supongo.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora