Leyla Romanov
En ocasiones, observo a mi alrededor. Veo lo que es mi vida ahora. Miro a Simon y a mis dos preciosos hijos. Lo noto, lo siento profundamente, y aun así soy incapaz de creerlo. Incapaz de creer que, después de todo, logré romper aquellas ataduras. Aquellas que me mantenían encadenada a una vida de dolor y sufrimiento. Una vida rodeada de sobras de amor e inundada de malos tratos.
A pesar de todo, he aprendido a sanar y a perdonar. Perdoné a mi padre —que en paz descanse—. Y también perdoné a Luisa. Hoy estoy viviendo mi vida, y no tengo tiempo para guardar rencor. Soy finalmente feliz, y cada día me siento plena. Porque, aunque aún quedan cicatrices, he aprendido que son solo una prueba de mi capacidad para sanar. Son marcas que cuentan lo valiente que he sido hasta ahora.
Por el momento, me permito aislar cualquier otro pensamiento y me concentro en mi pequeña Anastasia. Hace poco cumplió cinco años, al igual que Elían, y, santo cielo, definitivamente han sido lo más precioso de toda mi vida.
—Mami, ¿papá vendrá pronto? ¿Crees que me traiga mi regalo de Navidad? —la voz de mi pequeña interrumpe mis pensamientos como un suave susurro cálido.
Continúo peinando su cabello, acomodando sus rizos uno a uno antes de responder.
—Seguro que sí, cariño. Dijo que llegaría a las ocho.
—Espero que traiga mi regalo —responde con ese toque de inocencia tan característico.
Anastasia lleva meses pidiendo que quiere ir a clases de ballet. Cerca de casa hay una academia, y Simon la llevó a ver El Cascanueces hace poco. Desde entonces no ha dejado de insistir. Simon suele complacerla en casi todo, y me dijo que la inscribiríamos en enero. Hoy es 24 de diciembre por la noche y Anastasia espera con ansias la noticia de que al fin podrá empezar su sueño de aprender ballet.
Ha pedido tanto este regalo que incluso no para de hablar de ello con Elían, quien, por su parte, pidió un nuevo kit de arte. Simon le ha enseñado a dibujar, y parece obsesionado con ello. No tardó en inscribirlo en clases para mejorar su técnica, y ahora, la mayoría de los cuadros que decoran nuestra casa son obra suya.
—¡Mamá, Pecas! ¡Papá ya llegó y trae regalos! —la voz de Elían resuena desde la sala.
Anastasia da un respingo y sale corriendo hacia la puerta. Yo me levanto del taburete donde estaba peinándola y camino hacia la entrada. Mi pecho se acelera con frenesí; su aroma invade el aire como un fuerte abrazo, y su presencia es capaz de sentirse incluso antes de verlo.
Al llegar a la sala, lo veo cargando a nuestros dos hijos entre sus brazos, acurrucándolos con ternura. A sus pies hay varias bolsas de regalos. Cuando me ve, sus ojos brillan, y una sonrisa profunda se extiende en su rostro.
—Amor... —su voz me llega como un susurro y desboca mi corazón.
Le devuelvo una sonrisa mientras baja a los niños y se acerca a mí para acunar mi rostro entre sus manos. Sus labios se posan sobre los míos, llenándome con lo que tanto he anhelado toda la noche. Es un gesto pequeño, pero para nosotros significa todo.
—Entonces, ¿así es como se besa a una chica? Bien, lo tendré en cuenta para cuando sea mayor —interrumpe Elían con seriedad.
—¡Elían, no interrumpas el momento! —regaña Anastasia, cruzando los brazos con indignación.
Simon y yo nos reímos.
—Bien, basta de besos entonces —dice él con una sonrisa, antes de girarse hacia mí—. Sé que querías una cena especial, pero es tarde y no iba a dejar que cocinaras sola. Reservé un lugar para nosotros. Allí prepararán tu comida favorita, y cuando volvamos, abriremos los regalos.

ESTÁS LEYENDO
Forgive Me
RomanceDonde la verdad es el camino a la salvación, Leyla Sterne, una devota mujer criada en las estrictas creencias de su iglesia, se ve desafiada cuando Simon Romanov, un enigmático ex-militar, llega al pueblo. A medida que su encuentro florece, se desp...