CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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SIMON ROMANOV

—Al parecer Julián no mentía —dice Alexei tirando unos papeles sobre la mesa. Los tomo y saco para examinarlos.
Pruebas de ADN.
Eran de Leyla y Julián.
En efecto, no era su padre.

—¿Cómo conseguiste esto? —levanto la mirada hacia mi amigo, quien me mira satisfecho a la vez que se toma una cerveza bien fría.
Ha venido a mi trabajo de nuevo y esa es al menos la cerveza número ocho.

—¿El qué? ¿Las pruebas? —arruga la cara en un gesto mirando su vaso—. ¿Qué carajos le pusieron a esta cerveza? Sabe horrible.

Suspiro, ignorando su disgusto.

—Me refiero a que para hacerlas debes tener algo de ambos, de Julián...

—Leyla tiene un cepillo de cabello en tu casa, fue con eso, por si te preocupa tanto —se adelanta a responder.

Obviamente que iba a preguntar.
Todo este caso tiene que ver con Leyla y temo por su seguridad.
Por cierto, hace un par de días no la veo, y admito que estoy desesperado.
De vez en cuando suelo escribirle un mensaje de texto solo para asegurarme de que todo va bien.

Por suerte lo está, se la pasa haciendo sus terriblemente aburridos deberes y viendo a Avery para las clases de piano. Que realmente creo que es más importante. Además de cuidar de su refugio, por supuesto.

Refugio al cual he estado escabulléndome una que otra noche para dejar despensa de alimento para cada uno de los perros, debido a que la última vez me contó que se estaba quedando sin ellos.
Leyla ni siquiera tiene en cuenta que soy yo quien lo hace, pero me da bastante gracia cuando descubre los sacos de comida que (claramente) ella no ha comprado. Siempre se emociona demasiado.

—Creo que es un milagro de Dios... ¿no crees? —decía con certeza. Los ojos le brillaban y la ilusión resaltaba en ellos.

Leyla seguía creyendo.
Y a ver, tampoco odiaba que lo hiciese. No odiaba que creyera en un ser superior y todo eso. Tampoco iba a prohibirle sus creencias. Pero he notado que hay dos cosas muy diferentes:

Número uno: La religión y todo aquello que le han inculcado, eso que la oprime y no la deja vivir.

Número dos: su fiel creencia en Dios.

Esa última sigue allí.
Y no parece irse nunca. Quiero decir, está bien.
Leyla cree en un Dios de amor, uno que no te encierra en ideales destructivos. Uno que te da paz y te acompaña día a día.
Un ser milagroso que adora el perdón, la restauración y unión.

Sinceramente nunca lograré entender todo. Ya he dicho que no me gusta la religión ni nada que se le parezca.

En ocasiones he escuchado hablar a Leyla de ello. Cientos de veces. Incluso puedo sentir la tranquilidad que emana cuando habla de, según ella, cómo es Dios realmente. Lo mucho que la ha ayudado y todo eso.

Realmente creo que es lo único que ha tenido para sentirse acompañada toda la vida, es por eso que se apega tanto a la idea. Aun así, siempre tuvo que fingir. Sobrepasar sus límites y reprimir sus verdaderos anhelos.

No era de las que creía que el sexo era malo.
Era lo que le hacían creer.
Por eso lo reprimía. Y cuando solía experimentar el mínimo acercamiento, la culpa la carcomía.
La ansiedad y la vergüenza.
Había reprimido tantas cosas toda su vida. Como si las hubiese tenido escondidas en un pequeño frasco de cristal que con tan solo un ligero roce, fue capaz de destruirse en mil pedacitos.

—El caso está casi resuelto. Lo sé absolutamente todo y no sé qué hacer porque Leyla no sabe nada —digo en voz baja. Mi vista está sobre el techo y las sábanas floreadas de mamá me envuelven.
Al mismo tiempo que su perfume porque ella se encuentra justo a mi lado.

Ambos hemos pasado todo el día juntos. La llevé de compras y he esperado por ella en cada instante mientras se probaba cientos de vestidos. Maquillaje y sombreros.
Ama los sombreros, le recuerdan a papá.
Esa es otra historia.
Al volver a casa, he preparado un pie de manzana para que ambos comamos juntos. La noche ha caído y ahora estamos aquí.
El frío se cuela ligeramente por la ventana, ha estado lloviendo.
Por suerte, la chimenea de mamá logra volver todo más cálido.

Estuvimos hablando de cientos de cosas y me ha preguntado por Leyla.
Creo que la adora más que a mí.
La conversación iba tranquila, hasta que le conté sobre el caso.

Alexei ha resuelto casi todo, las piezas encajan cada vez más. La mujer secuestrada sí es madre de Leyla, su padre verdadero estuvo en el ejército. Todo arroja que el verdadero padre de Leyla es quien tiene secuestrada a su madre por alguna razón. Quizás infidelidad o algo así. Todo señala a que ellos están cerca.

Lo único que no le conté fue sobre las notas hacia mí, y cómo una decía que "no olvidaba lo que había hecho" o una mierda así. De todos modos, lo más probable es que hayan sido para meter presión. Lo que sí, es que ahora tengo en mi cabeza la necesidad de decirle a Leyla todo lo que sé. Que sepa un poco de verdad.

A la vez me asusta. Que se aleje, que no me crea. Me asusta arruinarle todo. Me asusta perderla y no sé qué hacer. Recuerdo el par de veces que me habló de su madre. Lo mucho que le hubiese gustado conocerla. Y me encantaría decirle que su madre sigue aquí. Que a lo mejor la han alejado de ella sin su consentimiento y que muy probablemente ella esté desesperada por saber de su hija.

Me gustaría que Luisa no fuese la única figura materna que su cabeza pueda aceptar ahora. A la única que está acostumbrada y la que acepta por conveniencia.

—Cariño mío —susurra ella con calma—. Sabes que la honestidad siempre es lo mejor. Saber la verdad la lastimaría, pero enterarse de que tú lo sabías y que lo ocultabas, sería una traición mucho peor. Al menos así lo tomaría ella.

Acerco mis dedos y acaricio el dorso de mamá.

—¿Sería una traición? Alexei ha dicho que no debo contar nada y... me da miedo lo que pueda ocurrir si Leyla se entera. ¿Sabes lo complicado que debe ser para ella procesar todo?

Mamá suspira.

—Hazlo cuando sientas que es el momento, pero hazlo. Le dolerá la verdad, aun así pienso que sería lo mejor.

Me giro por completo hacia el lado, justo para ver a mi madre.

—No quiero perderla.

—No la perderás.

—La quiero, mamá. De verdad la quiero.

Ella sonríe ligeramente.

—Lo sé. Y ella a ti. Lo he notado. La manera en que te mira, cuando te habla. Lo noto absolutamente todo.

—Mamá... —le llamo.

—¿Sí?

—En el caso describen que el verdadero padre de Leyla estuvo en la militar. En el mismo lugar que papá —recuerdo—. ¿Tú crees que pudieron haberse conocido?

—¿Sabes? La primera vez que vi a Leyla se me hizo familiar —comenta—. Tu padre tenía un mejor amigo. Él y su esposa tenían una niña y te juro que algo en mi pecho me hizo creer que era Leyla —hace una pausa—. ¿Cómo se llama el hombre del caso?

—Nikolay Sterne —contesto. A mamá se le abren los ojos como dos enormes hoyos.

—¿El caso dice que está desaparecido? No. No lo está —afirma con certeza—. Simon, Nikolay era el mejor amigo de tu padre, y murió hace mucho tiempo en la militar. Pero no por una misión como tu padre. A Nikolay lo mandaron a matar a propósito.

Forgive MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora