Los días en la mansión comenzaban temprano. Me levantaba antes del amanecer para ayudar con las tareas de limpieza y organización de la casa. Aunque la rutina era agotadora, me sentía agradecida por la oportunidad de trabajar aquí y poder enviar dinero para las medicinas de mi hermano.
Una mañana, mientras estaba en la cocina preparando el desayuno junto al resto del equipo, escuché voces en la sala contigua. Me asomé discretamente y vi a Adrián y Eric conversando con la Sra. Martínez. Sus presencias llenaban la habitación, y aunque no podía escuchar claramente lo que decían, su lenguaje corporal transmitía una mezcla de autoridad y tensión. Decidí no entrometerme y volví a concentrarme en mi trabajo.
El desayuno en la mansión era un asunto elaborado. Había una variedad de platos, desde frutas frescas y yogur hasta huevos y tocino perfectamente cocidos. Mientras colocaba la bandeja en la mesa del comedor, no pude evitar sentirme nerviosa al pensar que los señores de la casa probarían lo que habíamos preparado. Quería asegurarme de que todo estuviera perfecto.
La Sra. Martínez me llamó más tarde esa mañana.
— Aurora, los señores quieren hablar contigo en el despacho. — Me miró con una mezcla de simpatía y seriedad. — No te preocupes, solo quieren conocerte un poco más.
El despacho estaba en la parte trasera de la casa, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol, iluminando los estantes llenos de libros y documentos. Cuando entré, Adrián estaba sentado detrás del gran escritorio de madera, revisando unos papeles, mientras que Eric estaba de pie, mirando por la ventana con los brazos cruzados.
— Buenos días, Aurora —dijo Adrián, levantando la vista y ofreciéndome una sonrisa que, aunque cordial, no lograba calmar mis nervios.
— Buenos días, señor Adrián, señor Eric —respondí, tratando de mantener la voz firme.
Eric se volvió hacia mí, su expresión era seria, sus ojos azules parecían escrutar cada uno de mis movimientos.
— Queríamos asegurarnos de que te estás adaptando bien a la casa y al trabajo —dijo Adrián, señalándome una silla para que me sentara. — También nos gustaría saber un poco más sobre ti.
Tomé asiento, sintiendo el peso de sus miradas sobre mí. Me aclaré la garganta antes de hablar.
— Estoy muy agradecida por la oportunidad de trabajar aquí. Mi hermano y yo hemos pasado por momentos difíciles, y este trabajo significa mucho para nosotros. — Miré a Adrián y luego a Eric, tratando de captar alguna señal de su reacción.
Adrián asintió, sus ojos mostraban interés genuino.
— Entendemos que tu situación es delicada, y queremos asegurarnos de que te sientas apoyada aquí. La Sra. Martínez nos ha hablado muy bien de ti.
Eric, por su parte, permanecía en silencio, pero su presencia era palpable.
— Gracias, de verdad. Haré todo lo posible para no decepcionarlos. — Sentía que mis palabras no eran suficientes para expresar mi gratitud, pero no sabía qué más decir.
Después de un par de preguntas más sobre mi experiencia previa y mis expectativas, Adrián me despidió con una sonrisa.
— Bien, Aurora. Si necesitas algo, no dudes en acudir a la Sra. Martínez o a nosotros directamente. Estamos aquí para ayudarte.
Salí del despacho con un suspiro de alivio, agradecida de que la conversación hubiera sido relativamente tranquila. Sin embargo, no podía quitarme de la cabeza la intensidad de la mirada de Eric. Había algo en él que me desconcertaba y, al mismo tiempo, despertaba mi curiosidad.
El resto del día transcurrió sin incidentes. Me dediqué a mis tareas, tratando de no pensar demasiado en el encuentro con Adrián y Eric. Sin embargo, a medida que pasaban los días, no podía evitar notar la dinámica entre ellos. Adrián era siempre amable y accesible con el personal, mientras que Eric mantenía una distancia profesional que lo hacía parecer inaccesible.
Una tarde, mientras limpiaba la sala de estar, escuché pasos detrás de mí. Me volví y vi a Eric, observándome con su expresión habitual de seriedad.
— ¿Todo bien, Aurora? — preguntó, su voz era baja y firme.
— Sí, señor Eric. Solo estoy terminando con la limpieza aquí —respondí, sintiéndome un poco incómoda bajo su mirada.
Eric asintió y se quedó allí por un momento, como si estuviera evaluando algo en su mente. Finalmente, habló de nuevo.
— Sabes, Adrián y yo valoramos mucho la discreción y la lealtad en nuestro personal. Esperamos que puedas cumplir con esas expectativas.
— Por supuesto, señor. Entiendo perfectamente y haré todo lo posible para cumplir con sus expectativas —dije, tratando de sonar lo más confiada posible.
— Bien —dijo simplemente antes de girarse y salir de la habitación.
Cuando se fue, me dejé caer en el sofá, sintiendo el peso de la tensión acumulada. Eric era ciertamente un hombre complicado, y no podía evitar preguntarme qué había detrás de su fachada imperturbable.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, pensé en lo diferente que era mi vida ahora. Había pasado de luchar por sobrevivir día a día a trabajar en una mansión lujosa con dos hombres que parecían sacados de una novela. A pesar de las dificultades, sentía una chispa de esperanza. Quizás, después de todo, esta nueva vida podría traer algo de luz a los días oscuros que mi hermano y yo habíamos vivido.
Los días siguientes transcurrieron con una rutina que, aunque intensa, se volvía cada vez más familiar. Las interacciones con Adrián y Eric seguían siendo escasas y formales, pero empezaba a notar pequeños detalles sobre ellos. Adrián, aunque relajado y amigable, tenía momentos en los que su sonrisa desaparecía y su mirada se volvía distante, como si cargara con algún peso invisible. Eric, por otro lado, era constante en su seriedad, pero de vez en cuando dejaba entrever una amabilidad sutil, como cuando ajustaba una silla desordenada o devolvía una sonrisa tímida a uno de los empleados.
Un día, mientras limpiaba la biblioteca, encontré un libro que parecía fuera de lugar. Lo abrí y descubrí que era un diario, con entradas escritas en una letra pequeña y apretada. Sentí una punzada de curiosidad, pero lo cerré de inmediato. Sabía que no debía entrometerme en las pertenencias de los señores. Sin embargo, no podía dejar de preguntarme de quién era el diario y qué secretos guardaba.
La vida en la mansión continuaba con su ritmo propio, y aunque mis interacciones con Adrián y Eric eran limitadas, cada encuentro me dejaba con más preguntas. Una noche, después de un largo día de trabajo, me encontré con Adrián en el pasillo. Parecía distraído, con una expresión que no había visto antes.
— Buenas noches, Adrián —dije, intentando sonar casual.
— Buenas noches, Aurora. ¿Cómo ha sido tu día? —preguntó, su voz era más suave de lo habitual.
— Ha sido bueno, gracias. Solo un poco cansada —admití, sintiendo un repentino deseo de conocer más sobre él y Eric.
Adrián sonrió, pero era una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
— Todos estamos un poco cansados. Pero espero que te sientas cómoda aquí.
— Lo estoy, gracias. Realmente aprecio la oportunidad que me han dado.
Nos quedamos en silencio por un momento, y luego Adrián asintió y se despidió. Mientras se alejaba, no pude evitar pensar en lo imponente que es. Eric, por su parte, seguía siendo un enigma, y cuanto más trataba de comprenderlo, más misterioso se volvía
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Trilogía del Deseo
RomanceEn la ciudad de New York, Adrián y Eric, una pareja esposos exitosos , buscan a alguien para unirse a su extenso equipo de personal doméstico en su elegante hogar. Aurora, una joven en necesidad urgente de empleo, es recomendada por un amigo y acept...