No éramos más que unas veintiséis personas, Fernando, nuestro médico que no llegaba a los cincuenta años pero aparentaba algunos más, su mujer, tres familias más compuestas por tres parejas de hombres y mujeres con edades muy similares a Fernando y dos de ellas con dos hijos de menos de diez años una de aquella pareja y uno de ocho meses la otra, la última pareja estaba compuesta por Amador, el hombre que cuidaba de nuestros animales y su mujer Elena. También había tres chicos que portaban armas y que tendría edades muy similares a las de Bastian o Ulmer pero con menos experiencia que ellos, tres personas que aparentaban edades de más de sesenta años, dos ancianos con más de ochenta, dos adolescentes de menos de dieciocho años y cinco chicas ya que María se había quedado con ellos. Éramos un total de veintiséis personas ya que doce de ellas incluido mi amiga se habían quedado para luchar contra los gevos. Caminamos sin apenas descansar, solo nos detuvimos unos pocos minutos para comer algo y beber, yo había escrito en algunas hojas mensajes para Mauro para que las descifrase y supiese el camino a seguir, también había escrito el nombre de Tabsavit en algunas piedras y también lo había marcado en algunos árboles, esperaba que pudiese verlo, sabía que aquella palabra no tendría significado para nadie excepto para Mauro, confiaba en él porque sabía que mi amigo era el único que podía encontrarnos ahora que le había contado sobre mi último secreto. Esa noche la pasamos en el bosque rodeados de árboles y con la única luz que se filtraba entre ellos que era la de una luna llena. Era peligroso mantener iluminada la zona, varios de nosotros se alternaban para hacer guardia mientras los demás descansaban y dormían. Pasamos aquellas horas de oscuridad sin ningún altercado, me preocupaba que aún no nos hubiesen encontrado, habían pasado bastantes horas desde que empezaron los altercados, ¿qué es lo que estaba pasando para que aún no supiésemos nada de ninguno de ellos? En cuanto empezó a amanecer nos pusimos nuevamente en marcha, no teníamos ni idea de adónde íbamos, solo caminábamos y caminábamos con la esperanza de que acabásemos encontrándonos todos otra vez. Le pregunté a Elena si sabía a dónde nos dirigíamos, ella negó con la cabeza, fui en busca de Rodrigo y él me dijo que lo sabríamos en cuanto llegásemos. Aquel día el sol había apretado mucho, tuvimos que parar varias veces para beber y descansar, seguía dejando más mensajes para Mauro y seguía preocupada por no saber aún nada de ellos. Aquel día tampoco había ocurrido ninguna incidencia y eso hizo que mis pesadillas se alejasen por la noche y me dejase dormir casi tranquilamente. No tuvimos tanta suerte la mañana siguiente, solo habíamos caminado unas pocas horas cuando vimos a unos cuatro hombres cabalgando hacia nosotros, en cuanto empezamos a sacar las armas escuchamos un disparo seguido de un grito, miramos hacia la persona que había gritado y vimos a Rodrigo apoyado en una de las carretas quejándose de dolor, el tiro le había dado en su hombro derecho y la camisa se manchó de sangre, Fernando corrió hacia él, escuchamos otro tiro, esta vez se dirigió hacia uno de los sacos de la carreta, nos dijeron que levantásemos las manos y que tirásemos las armas, todos obedecimos , había muchas vidas en peligro, revisaron la mercancía de las carretas y nos pidieron que tirásemos nuestras mochilas al suelo, dos de ellos empezaron a acercarse a las chicas . Tres de los hombres tendrían entre treinta y cuarenta y pico años, el más joven no tendría más de diecisiete o dieciocho años. Mientras dos de los hombres daban vueltas a nuestro alrededor Rodrigo le gritó que nos dejasen en paz, el otro hombre se acercó a él y le apuntó a la cabeza mientras le decía que permaneciese con la boca cerrada si quería vivir. El que estaba más cerca de mí le susurró al oído algo a su compañero que luego se echó a reír, después cogió a Thaisa del brazo llevándosela hacia una arboleda a unos metros de allí, mientras ella intentaba golpearlo y soltarse , Rodrigo le suplicó que la dejase en paz y que le darían todo lo que llevaban pero el hombre que seguía apuntándole a la cabeza se rió diciéndole que no necesitaba hacer un trato con él ya que se llevarían todo lo que quisiesen igualmente y que tal vez también a las chicas. El hombre que me seguía mirando me cogió por un brazo y siguió el camino del que se había marchado con Thaisa unos segundos antes, forcejeé para que me soltase, mis pesadillas empezaban a salir otra vez, me arrastraba casi por los suelos, el primer hombre que caminaba con mi compañera unos metros delante de nosotros había atrapado a Thaisa después de que ella se hubiese soltado de su agarre, él se reía y ella le golpeó en la entrepierna, aquel hombre pegó un grito antes de golpearla y tirarla al suelo. Intenté soltarme pero el hombre que me agarraba era demasiado fuerte así que le golpeé en la nariz con el codo y luego hice lo mismo que había hecho unos segundos antes Thaisa, golpeé sus entrepierna, me tiró al suelo mientras se colocaba encima de mí y me llamaba puta, Ulmer nos había dicho que tener escondido alguna arma en una zona poco visible de nuestro cuerpo era la diferencia entre morir o tener una posibilidad para vivir, sentí como aquel hombre manoseaba mi cuerpo mientras yo intentaba agarrar el cuchillo que tenia escondido cerca de mi muslo derecho, lo saqué de la funda y se lo clavé en el cuello, aquel hombre paró de moverse mientras la sangre fluía con rapidez por su cuello y ropa, manchando la mía y también mi rostro. Lo aparté de mí y cogí su pistola, corrí hacia Thaisa, aquel hombre intentaba quitarle su pantalón mientras tocaba sus pechos y le pasaba la lengua por su rostro, mi compañera hacia todo lo posible por apartarse de él, el pulso me temblaba y no estaba segura de poder dispararle, Thaisa me miró suplicándome ayuda, a unos pasos vi un trozo de madera lo suficiente gruesa para golpearlo, la cogí y con todas mis fuerzas la bajé hasta su espalda, escuché un grujido después de un aullido, mi compañera pudo separarse de él y luego levantarse, el hombre se había dado la vuelta mientras nos miraba con odio, intentó coger su pistola pero Thaisa fue más rápida y se la quitó, iba a dispararle cuando le dije que aquello alertaría a los otros y pondría en peligro a nuestros amigos. Entonces me quitó el trozo de madera de las manos y empezó a golpearle, intenté que parase cuando el hombre dejó de gritar y se quedó inconsciente. Su rostro estaba tan destrozado y ensangrentado que tuve que girar mi cara para no vomitar.
_ ¡Déjalo ya, creo que está muerto!
_ Voy a asegurarme de eso.
Entonces cogió mi cuchillo cubierto de sangre y que había dejado en el suelo cuando agarré la madera y se lo incrustó en el pecho. Agarró nuevamente el arma y volvió a acuchillarlo un par de veces más antes de limpiarlo con la ropa de aquel hombre y devolvérmelo, buscamos entre sus bolsillos algo de valor, encontramos dinero y unas joyas, cogimos sus pistolas y caminamos hacia el otro para buscar también en sus bolsillos. Escuchamos como uno de ellos gritaba sus nombres, Thaisa se acercó por detrás y le disparó en la pierna al de más edad, en unos segundos pasaron de ser cazadores a ser cazados, les quitamos todo lo que llevaban, algunos querían matarlos pero al final decidimos atarlos a unos árboles y que fuese el destino que decidiese por ellos, nos llevamos sus caballos. Aquella noche volvieron de nuevo las pesadillas, Thaisa se acostó a mi lado, me preguntó cómo estaba y yo hice lo mismo, hablamos un rato de lo ocurrido luego decidimos dormir una cerca de la otra. La mañana siguiente la pasamos sin contratiempo, Fernando había logrado quitarle la bala a Rodrigo y necesitaba de unos días para volver a estar en forma. Thaisa caminaba a mi lado y empezamos a conocernos mejor, le pregunté si no estaba preocupada por los chicos, no saber noticias de ellos no era bueno, ella opinaba de la misma forma, algo tenía que haber pasado para que aún no nos dieran alcance, aquellas palabras me dejaron preocupada el resto de la tarde. Antes de que se pusiese el sol y buscásemos un lugar para acampar y pasar la noche nos encontramos a unos metros del camino por el que avanzábamos una familia descansando entre los árboles, mientras nos acercábamos Fernando nos detuvo y nos pidió que no nos moviésemos del lugar que estábamos.
_ No estoy seguro pero voy a comprobarlo, vosotros no os acerquéis, parece que el hombre está en muy mal estado, puede ser algo contagioso, su tono de piel no me dice nada bueno.
Fernando se había puesto unos guantes y un paño sobre el rostro cubriéndolo casi en su totalidad menos los ojos, cogió algo de comida que llevábamos en el carro y se acercó a aquella familia compuesto por cuatro miembros, el hombre estaba tumbado de forma fetal y la mujer se encontraba a su lado, la niña de unos once o doce años estaba detrás de la mujer y nos miraba con desconfianza, tenía agarrado de la mano a un niño de unos seis o siete años que lloraba desconsoladamente. En cuanto le entregó algo de comer lo devoraron con avidez, nuestro médico estuvo hablando con ellos mientras los examinaba uno a uno, cuando regresó se limpió las manos y habló con Rodrigo, éste último movió la cabeza de arriba abajo como aprobando algo y luego le ayudó a llevarle algo de comida y de abrigo, a pesar de que no íbamos sobrados de medicamentos Fernando les suministró algunos antes de regresar con nosotros. Yo me acerqué a Rodrigo y le dije que podíamos acogerlos en nuestro grupo, en la carreta aún había sitio para el hombre y la mujer, los niños podíamos cargarlos en los caballos, haríamos todo lo que estaba en nuestras manos para ayudarlos. El médico regresó de nuevo y cogió uno de los caballos que les habíamos quitado a los malhechores y se lo entregó a aquella familia, luego regresó con nosotros mientras aquella señora suplicaba que nos llevásemos a sus hijos.
_ ¿Qué ocurre, porque viene solo?
_ Vera no podemos hacernos cargo de ellos, están enfermos (me dijo con tristeza y lágrimas en los ojos Carla, la mujer del médico.
_ ¿Y qué pasa, vamos a abandonarlos?
Fernando se había acercado a nosotros y después de mirar a su mujer y caminar juntos nos dijo que avanzáramos, yo me puse a su lado, no podía creerme que nos fuésemos sin hacer nada más.
_ ¡Fernando no podemos abandonarlos, si los dejamos aquí estarán en peligro!, ¿ya has olvidado lo que nos ha ocurrido unas horas antes?
Me miró mientras avanzábamos, su rostro estaba serio.
_ ¿Crees que esto es fácil para mí?, ¡soy médico joder!, mira hacia atrás, ¿quieres poner a todos nosotros en peligro?, tienen una enfermedad contagiosa que puede terminar con la mitad de nosotros si continúan el viaje a nuestro lado, ese hombre no creo que pase de esta noche y su mujer ya está infectada, no sé si la medicina que les he dado servirá para algo, espero que sí pero no puedo asegurar que sus hijos no estén igualmente contagiados, les he dejado algunas para que puedan seguir vivos, nada me gustaría más que traerlos con nosotros pero no voy a arriesgar la vida de mi mujer y de los que estamos aquí, ¿lo harías tú, correrías ese riesgo?
Seguimos caminando, esta vez lo hacíamos todos en silencio hasta que empezó a oscurecer y nos preparamos para acampar, durante todo el trayecto no dejaba de pensar en aquellos padres y sus hijos, por varias veces estuve tentada a dar media vuelta y llevármelos con nosotros pero yo no decidía y no podía obligar a los demás a aceptar a aquella gente aunque nos pusieran en peligro, lo que habíamos hecho me parecía cruel y unas lágrimas aparecieron en mis ojos que limpié rápidamente antes de que resbalasen por mi rostro. ¿Dónde estaban Bastian, Mauro, Liam y los demás, que había ocurrido con ellos?, seguramente ellos sabrían que hacer y puede que tomasen una decisión distinta a la nuestra. Aquella noche llovió y tuvimos que cobijarnos entre los árboles. Colocamos una pequeña tienda de campaña para los mayores y los niños, las demás tiendas se habían quedado en el exterior de aquella roca que había sido nuestro hogar. Al día siguiente recogimos todo y volvimos a ponernos en marcha, no sabía cuánto más tendríamos que avanzar hasta llegar a un lugar seguro, no habíamos caminado mucho cuando nos encontramos con un control fronterizo, cuatro guardias nos impidieron seguir, nos hicieron varias preguntas, de dónde veníamos y a dónde íbamos, nos pidieron los papeles, algunos no los tenían pero al parecer tampoco les importaba mucho, registraron el carruaje y nos preguntaron que llevábamos en las carretas, también nos pidieron que vaciásemos nuestros, sacos, mochilas o lo que llevábamos encima, había sido una suerte que aquella noche con motivo de la lluvia yo escondiese los medicamentos debajo del carruaje, no quería ni que se mojasen ni que volviesen a atracarnos y se los llevasen, aquella mercancía era algo que todo el mundo ansiaba. Luego de mirarlo todo nos dijeron que teníamos que pagarles para que pudiésemos pasar, habíamos escuchado de gente corrupta entre la policía y de otros servicios que supuestamente prestaban ayuda a la ciudadanía, Rodrigo tenía preparado un fajo de billetes en el bolsillo para esos casos, les dio una parte de aquel dinero pero uno de los guardias no contento con eso se los quitó todos y luego dijo que no era suficiente para dejar pasar a tanta gente así se quedaron con una parte de nuestra mercancía, yo me sentía enfurecida, cabreada, al parecer nada había cambiado, habían empezado una guerra por culpa de cosas como esa, de cómo se explotaba a la gente, de la falta de libertad o del esclavismo monetario, de cómo nos sometíamos a todas las leyes, algunas absurdas… y todo parecía que volvía a ser igual, los grandes, los más fuertes seguían ganando, los derechos de los ciudadanos los seguían creando los poderosos, al parecer nadie había aprendido nada y aún así éramos muchos los que habíamos dejado atrás una vida de sufrimientos y de ausencia de seres queridos, estaba rabiosa y deseaba regresar atrás y golpear a aquellos guardias que con facilidad se habían apoderado de lo que con sudor nos había costado ganar, odiaba estas clases de situaciones en las que nada podías hacer. A unos pocos kilómetros se encontraba una ciudad de pocos habitantes pero de la que te podías abastecer de algunas mercancías esenciales. Dos de los chicos se fueron hacia allí, tenían que buscar la manera de que si llegaban ahí nuestros amigos supiesen que habíamos pasado por ahí, mientras esperábamos Rodrigo cogió uno de los caballos e inspeccionó la zona, necesitaba encontrar un lugar en el que pudiésemos acampar. Durante horas nos quedamos sin tres de los hombres que nos acompañaban y eso nos preocupaba, estábamos armados y en alerta por si alguien intentaba de nuevo atracarnos otra vez, mientras esperábamos Fernando tuvo que comprobar que Melisa estaba bien, se había desmayado mientras hablaba con otra compañera y aún seguía hablando con ella, luego un chico empezó a gritar y corrimos en su dirección, estaba agarrando a su abuelo que respiraba con dificultad y tosía sangre, nuestro medico dejó a Melisa y corrió en dirección a Andrés, era uno de los ancianos de más edad y casi no se sostenía en pie, empezó a temblarme las piernas, Thaisa y Lía se habían colocado a mi lado, tenían miedo de que aquella familia que habíamos dejado atrás nos hubiesen contagiado. Yo me acerqué a Fernando para preguntarle si necesitaba ayuda y me pidió que estuviese al lado de Melisa. Aquella chica estaba sudorosa y había vomitado un par de veces, nadie se atrevía a acercarse a excepción de Elena, la mujer de Fernando y uno de los hombres que rondaba los cincuenta años, algunos tenían miedo de que tuviese una enfermedad contagiosa, Thaisa junto con Carla, (la mujer del médico) estaban ayudando a Fernando, otros hacían guardia y yo le había pedido a Lía que me trajese un poco de agua, después de beber poco a poco aquella chica me dio las gracias.
_ No tienes que agradecérmelo, cualquiera lo haría.
_ No estoy muy segura de ello, míralos, algunos tienen miedo de que les pueda contagiar algo malo como ocurrió con aquella familia, pueden respirar tranquilos no estoy enferma, por lo menos de la manera en la que muchos piensan.
_ ¿Qué quieres decir?
_ Que mi malestar se debe a que estoy embarazada.
Antes de que pudiese seguir preguntando escuchamos el ruido de un caballo aproximándose a nosotros, los dos chicos que se habían ido a la ciudad ahora regresaban con un caballo menos. Habían cambiado el animal por otro tipo de mercancía que más tarde necesitaríamos, además ese caballo no era nuestro y no podíamos quedárnoslo, ya teníamos suficientes con los que nos habíamos quedado. Pasaron varias horas más sin saber que había pasado con Rodrigo, nos preocupaba que hubiese tenido algún altercado que le impedía llegar hasta nosotros, el señor Andrés seguía empeorando según pasaban las horas, alejarnos de las montañas y de aquella roca no había sido un buen comienzo y según pasaban las horas parecía que se complicaba aún más. Aquella noche apenas dormimos, no solo empeoraba la salud del abuelo André como casi todos lo llamaban, también nos preocupaba que Rodrigo no hubiese vuelto aún y no dejaba de pensar en Melisa y su actual estado, ¿quién era el padre?, ¿qué harían ahora que venía un hijo en camino?, quería hablar con ella para ayudarla en lo que podía, aunque por fuera parecía una chica fuerte cuando me contó que estaba embarazada le temblaba la voz. A pesar de que hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance por el anciano el abuelo André se despidió de nosotros aquella madrugada, algunos lloraron, otros estaban enfadados por cómo había sucedido todo y como habíamos llegado a esa situación, todos estábamos con caras tristes.
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TABSAVIT
Historical FictionEn un mundo de caos y de destrucción una chica lucha por sobrevivir junto a su mejor amigo Mauro y acaban en un campamento junto a otra gente que también huyen de una vida precaria, allí conoce el amor y el calor de una gran familia pero también e...