Los Rostros del Café

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Pasaron seis meses desde que empecé a trabajar en la cafetería de Don Felipe. Con el tiempo, se había convertido en algo más que mi jefe; era un amigo, casi un segundo padre. Su experiencia y sabiduría me habían enseñado mucho, no solo sobre el trabajo, sino sobre la vida.

Cada cliente que entraba era un desafío único, y Don Felipe tenía una habilidad especial para psicoanalizarlos nada más cruzar la puerta. Observaba con detenimiento a cada persona y luego se me acercaba, sonriendo, para compartir sus observaciones.

—¿Ves a ese hombre alto con barba? —me decía, señalando discretamente a un cliente que acababa de entrar—. Es profesor de inglés en un instituto, ¿qué te apuestas?

Yo solía responderle con escepticismo, disfrutando del juego.

—No lo creo, Don Felipe. Ese hombre parece salido de una novela de Stephenie Meyer. Parece un vampiro.

Nos reíamos juntos, disfrutando de esos momentos de complicidad. Sin embargo, Don Felipe rara vez se equivocaba. Al cabo de un rato, el "vampiro" empezaba a hablar con otro cliente, y escuchábamos que mencionaba su trabajo como profesor de inglés. Yo no podía evitar reírme y mirar a Don Felipe con admiración.

La cafetería era pequeña pero acogedora, con mesas de madera oscura y una vitrina llena de pasteles caseros. Cada rincón tenía su historia, y cada cliente era una nueva página en el libro de nuestras vidas. Con el tiempo, empecé a reconocer a los clientes habituales y a comprender sus rutinas y preferencias.

Un día, mientras limpiaba una mesa cerca de la ventana, vi entrar a una mujer joven con un niño pequeño. Ella tenía una expresión cansada y preocupada, y el niño parecía ansioso. Don Felipe me dio una mirada significativa y se acercó a ellos con su amabilidad característica.

—Buenos días, ¿qué les gustaría tomar? —preguntó con una sonrisa.

La mujer dudó un momento antes de responder.

—Un café con leche, por favor. Y un zumo de naranja para mi hijo.

Don Felipe asintió y se volvió hacia mí.

—El café con leche para la señora y el zumo para el pequeño. —Luego me susurró—. Ella está pasando por un momento difícil. Su esposo está en el hospital.

Me sorprendió la precisión de su observación, pero ya había aprendido a confiar en su intuición. Preparamos los pedidos y los llevamos a la mesa, asegurándonos de que se sintieran cómodos y bienvenidos. Con el tiempo, la mujer se convirtió en una cliente habitual, y cada vez que venía, Don Felipe encontraba la manera de alegrarle el día, aunque fuera con un simple gesto de amabilidad.

HISTORIA DE LEYLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora