Mateo

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Desde que Leyla me dijo lo del gestor, no he podido dejar de pensar en ella. Sé que esa llamada la ha dejado inquieta, aunque haya intentado disimularlo. La conozco lo suficiente para darme cuenta de que algo la está agobiando, algo más allá del cansancio de un día de trabajo. Cuando le pregunté si quería salir a tomar algo, lo hice con la esperanza de que se distrajera un poco, que se relajara y tal vez me contara lo que realmente pasaba por su cabeza. Pero cuando me dijo que prefería irse a casa, supe que algo andaba mal, que no era solo cansancio lo que la hacía rechazar mi invitación.

Me quedé un rato en la cafetería después de que se fue, pensando en qué podría estar pasando. Leyla siempre ha sido fuerte, pero también tiene esa tendencia a cargar todo sobre sus hombros sin pedir ayuda. Y eso me preocupa. No puedo dejar de pensar que debería haber insistido más, haberme asegurado de que estuviera bien antes de dejarla ir.

Más tarde, cuando ya estaba en casa, no pude resistir la necesidad de llamarla. Algo en su voz, cuando se despidió, me dejó intranquilo. Y cuando finalmente respondió, mi intuición se confirmó. Estaba en casa, sola, revisando las cuentas, tratando de encontrar ese error que la estaba volviendo loca. Pude escuchar la frustración en su voz, el cansancio. Me dolió saber que estaba pasando por todo eso sola, cuando podía haberme pedido ayuda.

Intenté hacerle entender que no tenía que lidiar con esto sola, que estábamos juntos en esto, pero también sabía que Leyla es terca. 

No iba a dejar de preocuparse hasta que encontrara una solución, y aunque entendía su necesidad de resolverlo por sí misma, me preocupaba que se estuviera sobrecargando. Por eso le insistí en que dejara los papeles y descansara. Sabía que si seguía así, no haría más que agotarse más y cometería errores que luego la frustrarían aún más. 

Cuando finalmente accedió a dejarlo para el día siguiente, sentí un alivio. Era un pequeño triunfo, pero importante. Le prometí que estaríamos juntos en esto, y mañana, cuando nos encontráramos en la cafetería, lo resolveríamos.

A la mañana siguiente, llegué a la cafetería antes de lo habitual. La lluvia de la noche anterior había dejado el aire fresco, pero el cielo seguía nublado, como si aún se estuviera decidiendo entre la tormenta y la calma. Al entrar, vi a Leyla sentada en una de las mesas, con los papeles listos frente a ella. Supe al instante que no había dormido bien, pero al menos estaba allí, lista para enfrentar lo que fuera que nos deparara el día.

Me senté a su lado sin decir nada, abriendo mi cuaderno, preparado para lo que estaba por venir. No iba a dejar que cargara con esto sola. Sabía que era importante para ella que la cafetería funcionara bien, pero también sabía que no había forma de hacerlo sin estar en paz con ella misma. 

Y para eso, estaba dispuesto a ayudarla a encontrar la paz que necesitaba, incluso si eso significaba pasar horas revisando cada detalle de esas cuentas.

—Vamos a resolver esto —le dije con la firmeza que ella necesitaba escuchar. 

Porque sabía que, pase lo que pase, no la dejaría enfrentar esto sola. Y en ese momento, mientras nos poníamos a trabajar juntos, sentí que, de alguna manera, todo saldría bien. Porque lo haríamos juntos.

HISTORIA DE LEYLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora