EL ACANTILADO

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Leyla renunció al trabajo, una decisión que había estado meditando durante días. La oferta era para trabajar como tele operadora, un puesto que requería ocho horas al día de monotonía y llamadas interminables. Solo tendría un día de descanso, el lunes, y aunque su situación económica no era buena, su bienestar emocional se había convertido en una prioridad innegociable.

Al pronunciar las palabras de renuncia, sintió que un peso enorme se desvanecía de sus hombros. La sala de espera del centro de empleo se había convertido en un espacio de angustia, y cada día que pasaba allí le recordaba lo atrapada que se sentía. Los rostros de sus compañeros, que compartían la misma rutina sin entusiasmo, la miraban con una mezcla de sorpresa y admiración.

—¿Estás segura de lo que haces? —preguntó una colega, frunciendo el ceño.

Leyla asintió, aunque la incertidumbre le carcomía por dentro.

—No puedo seguir así. No puedo dejar que mi guerra interior consuma cada parte de mí.

Mientras salía del edificio, una sensación de libertad la envolvió. Por fin se había permitido dejar atrás una situación que le causaba más ansiedad que satisfacción. Pero esa libertad venía con un precio: la inquietante realidad de un futuro incierto y la lucha por encontrar su camino.


Cogió el móvil y marcó el número de Kika, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Había pasado días queriendo hablar con ella, anhelando aclarar lo que había entre las dos. Cuando la llamada se conectó, la voz de Kika sonó al otro lado, cargada de una mezcla de sorpresa y desconfianza.

—¿Hola? —dijo Kika, su tono distante haciéndole sentir un nudo en el estómago.

—Kika, soy yo, Leyla. Necesito hablar contigo —respondió, sintiendo cómo la ansiedad la invadía.

Hubo un silencio incómodo antes de que Kika finalmente accediera. Acordaron verse en su lugar habitual, el banco del acantilado, un sitio que solía ser su refugio. Era un lugar especial para ambas, donde compartieron risas, secretos y sueños en medio del viento del mar.

Cuando Leyla llegó, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosas. Se sentó en el banco, sintiendo la brisa marina acariciar su rostro, y con cada segundo que pasaba, la ansiedad se convertía en un torbellino de emociones.

Al poco tiempo, vio a Kika acercarse, su silueta recortada contra el horizonte. La expresión en su rostro era seria, pero Leyla también pudo ver un atisbo de curiosidad en sus ojos. Cuando se sentó a su lado, el ambiente se cargó de tensión, como si el aire estuviera esperando lo que tenían que decirse.

—No sabía si ibas a llamarme —dijo Kika, mirando al mar, evitando el contacto visual.

—Lo sé, lo he estado pensando mucho. Quería hablar de lo que pasó entre nosotras —respondió Leyla, su voz temblando ligeramente.

Kika suspiró, su mirada aún fija en las olas.

—¿Y qué hay que decir? Ya sabes lo que pienso. He hecho cosas que no son correctas, y lo he arruinado todo.

Leyla sintió un dolor punzante al escuchar esas palabras. Era cierto que había habido errores, pero no todo estaba perdido.

—Kika, todos cometemos errores. Solo quiero que podamos hablar, que aclaremos lo que sentimos.

Kika finalmente se volvió hacia ella, su mirada llena de conflicto.

—No sé si estoy lista para eso, Leyla. 

Mi vida ha sido un caos últimamente y no sé cómo encajar todo esto.

—¿Quieres decir que me vas a dejar? —gritó Leyla, la incredulidad y el dolor apoderándose de su voz. Las palabras salieron como un torrente, cargadas de una mezcla de rabia y tristeza que le llenó los ojos de lágrimas.

Kika, sorprendida por la explosión de emociones de Leyla, dio un paso atrás, como si las palabras de Leyla la hubieran golpeado.

—No, no estoy diciendo eso —respondió Kika, tratando de calmarla, pero su voz temblaba. —Solo... necesito tiempo para pensar. Todo esto ha sido muy abrumador.

—¿Tiempo? —replicó Leyla, sintiendo cómo su corazón se rompía en pedazos. —¿Cuánto tiempo más? ¡Ya hemos pasado por tanto juntas!

Kika bajó la mirada, evitando el intenso escrutinio de los ojos de Leyla, como si la culpa la consumiera por dentro.

—No es fácil, Leyla. No es solo tu culpa; he hecho cosas que nos han lastimado a las dos. No sé si puedo manejarlo.

Leyla sintió cómo la frustración se mezclaba con la tristeza.

—Siempre estamos hablando de lo que has hecho o no hecho, pero ¿qué hay de mí? No quiero perderte, Kika. Pero no puedo seguir así, esperando que todo se resuelva solo.

El silencio se instaló entre ellas, pesado y cargado de emociones no expresadas. Leyla sintió que su voz se quebraba cuando continuó.

—Te quiero, Kika. Pero no puedo seguir en esta relación si no hay claridad. Necesito saber si estás dispuesta a luchar por nosotras.

Kika, aún con la mirada baja, tomó un profundo respiro. Finalmente, levantó la vista, y en sus ojos había una mezcla de determinación y vulnerabilidad.

—No sé si tengo todas las respuestas, Leyla. Pero sé que me importas, y eso es lo único que sé con certeza.

El viento sopló entre ellas, y aunque la incertidumbre seguía presente, Leyla sintió que había un pequeño hilo de esperanza. 

Tal vez no había un camino claro hacia adelante, pero por primera vez, parecían estar dispuestas a recorrerlo juntas, sin importar cuán complicado fuera.

Las gaviotas surcaban el mar con rapidez, sus alas extendidas reflejando la luz dorada del sol poniente.

 Sus gritos se mezclaban con el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, creando una melodía que resonaba en el corazón de Leyla. En ese instante, mientras miraba a Kika a su lado, sintió que el amor que compartían volaba tan alto como aquellas aves, libre y lleno de posibilidades.

                                                                                                         FIN.


—¡Cásate conmigo, Leyla! —dijo Kika entre lágrimas, su voz entrecortada por la emoción

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—¡Cásate conmigo, Leyla! —dijo Kika entre lágrimas, su voz entrecortada por la emoción. Las palabras salieron de su corazón, cargadas de una mezcla de desesperación y amor que sorprendió a Leyla.

El tiempo pareció detenerse por un momento mientras Leyla procesaba lo que acababa de escuchar. Miró a Kika, cuyas lágrimas brillaban a la luz del atardecer, y su pecho se llenó de un torrente de sentimientos contradictorios: alegría, miedo, esperanza y dolor.

—¿Kika? —preguntó Leyla, su voz suave pero temblorosa. —¿Estás hablando en serio?

Kika asintió, con el rostro empapado de lágrimas.

—Sí, estoy hablando en serio. 

Quiero que esto sea real, quiero que luchemos por nosotras, no solo por un futuro, sino por un compromiso que nos una de verdad.


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