Por suerte, Mateo se ofreció como ayudante en la cafetería. Aunque al principio le dije que no hacía falta, él insistió. Así que, cada día, después de terminar su turno en el hospital, venía a echarme una mano.
Este hábito se convirtió en una rutina, una presencia constante que me ayudó a sobrellevar la ausencia de Don Felipe.
Mateo se adaptó rápidamente al ambiente de la cafetería.
Su carácter amable y su disposición para ayudar lo hicieron querido por los clientes. Pronto, dejó de ser solo el enfermero que me ayudaba, y empezó a convertirse en un camarero profesional. Se familiarizó con cada rincón del lugar y con cada cliente habitual, siguiendo el ejemplo de Don Felipe en cómo tratar a todos con amabilidad y comprensión.
Un día, mientras servíamos café durante una mañana particularmente ajetreada, Mateo se acercó a mí con una sonrisa.
—He estado pensando —dijo mientras limpiaba una mesa—. Quiero dejar el hospital y trabajar aquí a tiempo completo. Siento que aquí puedo hacer una diferencia, al igual que lo hacía Don Felipe.
Lo miré, sorprendida y conmovida. Había notado lo bien que se desenvolvía en la cafetería, pero no esperaba que quisiera hacer un cambio tan grande en su vida.
—¿Estás seguro? —pregunté, queriendo asegurarme de que comprendía la magnitud de su decisión.
Mateo asintió con firmeza.
—Sí, estoy seguro. Me gusta estar aquí, y siento que es lo correcto. Además, me gusta trabajar contigo. Hemos formado un buen equipo, y quiero continuar lo que Don Felipe empezó.
Acepté su decisión con gratitud. La transición fue sorprendentemente suave. Mateo no solo aprendió rápidamente las tareas de la cafetería, sino que también aportó ideas frescas y mejoras que hicieron que el negocio prosperara aún más.
Su experiencia en el hospital también resultó valiosa, ya que sabía cómo manejar situaciones de estrés y cómo tratar a las personas con empatía.
Por suerte, Mateo se ofreció como ayudante en la cafetería. Aunque al principio le dije que no hacía falta, él insistió. Así que, cada día, después de terminar su turno en el hospital, venía a echarme una mano.
Este hábito se convirtió en una rutina, una presencia constante que me ayudó a sobrellevar la ausencia de Don Felipe.
Mateo se adaptó rápidamente al ambiente de la cafetería.
Su carácter amable y su disposición para ayudar lo hicieron querido por los clientes. Pronto, dejó de ser solo el enfermero que me ayudaba, y empezó a convertirse en un camarero profesional. Se familiarizó con cada rincón del lugar y con cada cliente habitual, siguiendo el ejemplo de Don Felipe en cómo tratar a todos con amabilidad y comprensión.
Un día, mientras servíamos café durante una mañana particularmente ajetreada, Mateo se acercó a mí con una sonrisa.
—He estado pensando —dijo mientras limpiaba una mesa—. Quiero dejar el hospital y trabajar aquí a tiempo completo. Siento que aquí puedo hacer una diferencia, al igual que lo hacía Don Felipe.
Lo miré, sorprendida y conmovida. Había notado lo bien que se desenvolvía en la cafetería, pero no esperaba que quisiera hacer un cambio tan grande en su vida.
—¿Estás seguro? —pregunté, queriendo asegurarme de que comprendía la magnitud de su decisión.
Mateo asintió con firmeza.
—Sí, estoy seguro. Me gusta estar aquí, y siento que es lo correcto. Además, me gusta trabajar contigo. Hemos formado un buen equipo, y quiero continuar lo que Don Felipe empezó.
Acepté su decisión con gratitud. La transición fue sorprendentemente suave. Mateo no solo aprendió rápidamente las tareas de la cafetería, sino que también aportó ideas frescas y mejoras que hicieron que el negocio prosperara aún más.
Su experiencia en el hospital también resultó valiosa, ya que sabía cómo manejar situaciones de estrés y cómo tratar a las personas con empatía.
Una tarde, después de cerrar la cafetería, nos sentamos en una de las mesas a disfrutar de un café. El sol se ponía, bañando el lugar con una luz dorada.
—¿Recuerdas cómo empezamos? —dijo Mateo, sonriendo mientras miraba alrededor.
Asentí, pensando en todos los momentos difíciles y en cómo los habíamos superado juntos.
—Sí, claro que lo recuerdo. Y también recuerdo a Don Felipe, y cómo nos guió hasta aquí.
Mateo levantó su taza de café en un brindis silencioso.
—Por Don Felipe, y por todos los que nos apoyaron en el camino.
Levanté mi taza, sintiendo una profunda gratitud y una renovada esperanza para el futuro.
—Por Don Felipe, y por nosotros.
El reloj en la pared seguía marcando el tiempo, pero ya no como un enemigo implacable, sino como un recordatorio de todo lo que habíamos logrado y de todo lo que aún estaba por venir.
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HISTORIA DE LEYLA
Novela Juvenil**Después de recibir una segunda carta amenazante del banco, Leyla Banks ve cómo su vida comienza a desmoronarse como un castillo de naipes.** Con las deudas asfixiándola y el reloj marcando un ritmo implacable, Leyla se encuentra al borde de perd...