Mateo asintió, pero en sus ojos pude ver un destello de preocupación, como si quisiera preguntar más, como si supiera que algo me estaba agobiando. Pero no dijo nada, respetando mi silencio. Me quedé un momento en el umbral de la puerta, con las llaves en la mano, sintiendo el peso del día sobre mis hombros.
—Si necesitas hablar, ya sabes que estoy aquí —dijo Mateo suavemente, rompiendo el silencio.
Lo miré, agradecida por su comprensión, pero también sintiendo una punzada de culpa por no ser completamente honesta con él. Había algo en la forma en que me observaba, una mezcla de paciencia y preocupación, que casi me hizo cambiar de opinión y aceptar su invitación. Pero no podía. No cuando mi mente seguía atrapada en las palabras del gestor, en ese mal presentimiento que no me dejaba en paz.
—Gracias, Mateo. Lo sé —le respondí, forzando una sonrisa. Luego me acerqué para darle un abrazo rápido, como si eso pudiera aliviar la tensión que sentía.
—Cuídate, Leyla —me dijo mientras se apartaba, dejándome espacio para salir.
El aire fresco de la noche me recibió cuando abrí la puerta y di un paso hacia afuera. A lo lejos, los truenos retumbaban suavemente, y las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, haciéndome apurar el paso hacia mi coche. Mientras conducía hacia casa, el sonido del limpiaparabrisas acompañaba mis pensamientos, que giraban en torno a las cuentas de la cafetería y a lo que podría significar si algo realmente no cuadraba.
Cuando llegué a casa, todo estaba en silencio. Dejé las llaves sobre la mesa y me dejé caer en el sofá, con la mirada perdida en la ventana. La lluvia ahora caía con más fuerza, creando un ritmo constante que llenaba la habitación. Cerré los ojos, intentando ordenar mis pensamientos, pero la preocupación seguía ahí, persistente.
No podía dejar de pensar en lo que el gestor había dicho. ¿Y si había un error grave en las cuentas? ¿Y si estábamos perdiendo dinero de alguna manera que no habíamos notado? La idea de que algo tan fundamental pudiera estar fuera de mi control me ponía nerviosa. Y por más que quisiera confiar en que todo se resolvería, el miedo a lo desconocido se apoderaba de mí.
Mi mente volvió a Mateo, a su oferta de salir a despejarme. Tal vez había sido una mala decisión rechazar su compañía. Podría haber sido el momento perfecto para hablar de lo que me preocupaba, para compartir la carga. Pero en ese momento, todo lo que quería era estar sola, como si al hacerlo pudiera encontrar una solución por mí misma.
Pero ahora, sentada en mi sala, me di cuenta de que no podía seguir ignorando el problema. Tenía que enfrentar lo que fuera que estuviera mal, y pronto. Con un suspiro, me levanté y caminé hacia mi escritorio. Saqué los papeles de las cuentas de la cafetería y me senté a revisarlos, decidida a encontrar la raíz del problema, sin importar cuánto tiempo me tomara.
La lluvia seguía golpeando la ventana, pero en ese momento, su sonido me pareció menos amenazante y más como un recordatorio de que, aunque las cosas estuvieran nubladas, siempre había una manera de salir adelante.
Pasaron horas mientras revisaba una y otra vez los papeles esparcidos sobre mi escritorio. Los números se mezclaban en mi cabeza, las líneas de texto se volvían borrosas, y mis ojos ardían de tanto esfuerzo. Pero a pesar de todo, no lograba encontrar lo que estaba mal. Cada factura, cada recibo, cada transferencia parecía en orden, y sin embargo, las palabras del gestor seguían resonando en mi mente: "Los ingresos no coinciden con el saldo del banco".
Frustrada, apoyé la cabeza en mis manos, intentando no dejarme llevar por la desesperación. Sabía que había algo que estaba pasando por alto, pero no podía verlo. Pensé en llamar al gestor de nuevo, pero ya era tarde, y además, dudaba que pudiera ofrecerme algo más de lo que ya había dicho.
En medio de mi agotamiento, el teléfono vibró sobre la mesa, rompiendo el silencio de la noche. Lo tomé sin pensar, esperando que fuera algo sin importancia. Pero cuando vi el nombre de Mateo en la pantalla, una parte de mí se sintió aliviada.
—¿Leyla? —su voz sonaba suave, casi como si hubiera adivinado lo cansada que estaba—. No quiero molestarte, pero no podía dejar de pensar en ti. ¿Todo bien?
Por un instante, me quedé en silencio, tratando de encontrar la manera de decirle lo que realmente estaba pasando. Era como si todas las palabras que se habían quedado atrapadas en mi garganta finalmente quisieran salir.
—Mateo... estoy en casa, intentando revisar las cuentas de la cafetería —dije finalmente, dejando que todo el cansancio que sentía se filtrara en mi voz—. Pero no encuentro nada. No sé qué está mal, y me está volviendo loca.
Hubo una pausa en la línea, y luego escuché su voz, firme pero tranquila.
—No deberías estar lidiando con esto sola, Leyla. Es tarde, y no has parado en todo el día. Deja los papeles por ahora, y mañana lo vemos juntos, ¿vale?
—No puedo simplemente dejarlo —protesté, aunque en el fondo sabía que tenía razón—. No puedo dormir sabiendo que algo está mal y no sé qué es.
—Lo entiendo, pero también necesitas descansar —insistió—. No te ayudará nada seguir así. Mañana, con la mente fresca, todo tendrá más sentido. Y lo resolveremos, te lo prometo.
La firmeza en su voz me hizo sentir un poco más segura, como si, al compartir mi preocupación con él, el problema ya no fuera tan grande. Quizás tenía razón, quizás solo necesitaba descansar un poco para ver las cosas con claridad.
—Está bien —cedí finalmente, sintiéndome más derrotada por el cansancio que por mi propia voluntad—. Pero prométeme que mañana te vas a sentar conmigo a revisar todo.
—Prometido —respondió, y pude escuchar el alivio en su tono—. Mañana a primera hora estoy ahí. Ahora intenta dormir un poco, Leyla. Todo se resolverá.
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HISTORIA DE LEYLA
Teen Fiction**Después de recibir una segunda carta amenazante del banco, Leyla Banks ve cómo su vida comienza a desmoronarse como un castillo de naipes.** Con las deudas asfixiándola y el reloj marcando un ritmo implacable, Leyla se encuentra al borde de perd...