OTRA VEZ

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Había días en la peluquería que parecían estirarse, interminables. Las tijeras no solo cortaban mechones de cabello, también desgastaban mi paciencia. 

Las peticiones de las clientas se volvían cada vez más exigentes, como si estuvieran dispuestas a desafiarme con cada corte. Algunas traían imágenes de modelos perfectas en sus teléfonos, esperando milagros; otras ni siquiera sabían lo que querían. Solo sabían que debía ser 'perfecto'.

Aún no era una profesional, y eso pesaba en mis manos cada vez que alzaba las tijeras. No tenía la confianza que parecía fluir en las estilistas más veteranas, esas que reían con sus clientas mientras trabajaban como si fuera lo más sencillo del mundo. En cambio, para mí, cada tijeretazo era una mezcla de nervios y esperanza, rezando en silencio para que el resultado se acercara a lo que ellas imaginaban, o al menos, que no salieran decepcionadas.

El espejo frente a mí reflejaba mis ojos llenos de concentración, las cejas ligeramente fruncidas. No podía dejar que notaran mis dudas. Sentía su mirada sobre mí, esperando el cambio milagroso. Los segundos se alargaban mientras el sonido del secador y las conversaciones se difuminaban en el fondo, convirtiéndose en un zumbido lejano. Solo existía el cabello entre mis dedos, y esa sensación punzante de estar siendo juzgada por cada movimiento."**


Un día, mientras barría los mechones de cabello del suelo, el teléfono de la peluquería sonó con insistencia. Me apresuré a contestar, tratando de sonar profesional, aunque el nudo en mi garganta siempre aparecía cuando tenía que atender llamadas.

—¿Hola? ¿Puedo hablar con Esther? —preguntó una voz femenina al otro lado de la línea. Sonaba joven, pero su tono era firme, seguro de sí mismo, y al mismo tiempo amable.

Asentí, aunque ella no podía verme, y llamé a Esther desde el fondo del salón. Al escuchar su nombre, su rostro se tensó ligeramente, pero se acercó al teléfono con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

La observé de reojo mientras hablaba. Esther mantenía la misma amabilidad de siempre, pero algo en sus ojos me decía que esta conversación era diferente. Cuando colgó, suspiró casi imperceptiblemente, y al girarse hacia mí, me ofreció una mirada que me congeló en el lugar. 

No era la mirada fuerte y serena que siempre llevaba puesta. Esta vez, era una tristeza profunda, casi desesperada, como si las palabras que había escuchado del otro lado del teléfono le hubieran arrancado algo importante.

Vamos a fumar fuera un momento," dijo Esther suavemente, mientras me acariciaba la espalda con una ternura que nunca antes había sentido. Era un gesto lleno de cuidado, pero también de algo que no lograba descifrar en ese momento. La seguí, sin hacer preguntas, aunque un extraño nudo comenzó a formarse en mi estómago.

Una vez fuera, el aire fresco me golpeó el rostro, pero no alivió el peso que sentía en el pecho. Esther encendió un cigarrillo, tomó una calada profunda y, antes de soltar el humo, me miró con esos ojos que siempre parecían esconder más de lo que decían.

—Leyla... —comenzó, con una voz mucho más suave de lo habitual—. He hablado con la jefa de la peluquería. —Hizo una pausa, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas—. Me ha dicho que no están contentas contigo. Este es tu último día, cariño.

El cigarrillo temblaba ligeramente en sus dedos mientras lo decía, y su mirada, a pesar de lo firme que trataba de ser, estaba cargada de tristeza. 

La palabra "cariño" resonó en mi mente como un golpe suave, pero certero. Me quedé en silencio, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. El mundo a mi alrededor siguió en movimiento, pero para mí, todo se detuvo en ese momento.


No me lo podía creer. Otra vez sin trabajo... 

Las palabras de Esther resonaban en mi cabeza como un eco distante, mientras mi mundo, una vez más, se desmoronaba. 

Quería decir algo, pero las palabras se ahogaron en mi garganta. ¿Cómo era posible que otra vez estuviera en esta situación? Las dudas y el miedo empezaron a apoderarse de mí, pero antes de que pudiera reaccionar, sentí los brazos de Esther rodeándome.

Su abrazo fue cálido, más cercano de lo que nunca había sido. Me sostuvo con una ternura que me desconcertó, como si intentara protegerme de un golpe aún más fuerte. Mi cuerpo, todavía en shock, se relajó en sus brazos. 

Esther estaba más cariñosa que nunca, como si quisiera hacer desaparecer mi angustia con cada caricia. Su mano subió lentamente hasta mi rostro, y antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, sentí sus labios presionándose contra los míos.

Mi mente quedó en blanco. Todo lo que sabía, todo lo que había imaginado de esa despedida, se desvaneció en ese instante. El suave roce de sus labios lo cambió todo, y el dolor que sentía por perder el trabajo se mezcló con una confusión aún mayor. El latido de mi corazón, antes lleno de tristeza, ahora se aceleraba por razones completamente distintas.

HISTORIA DE LEYLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora