Kika observaba a su alrededor, intentando encontrar algo que le diera un poco de calma, pero nada parecía tener sentido. Era como si el mundo estuviera diseñado para sofocarla, una y otra vez. Cada persona en su vida parecía demandar algo de ella: tiempo, esfuerzo, comprensión... sin dar nada a cambio.
En silencio, ella siempre daba todo lo que podía, pero al final se encontraba vacía, sin recibir ni siquiera una chispa de la empatía que tanto anhelaba.
Desde hacía años, se había acostumbrado a construir un muro entre ella y los demás, pero era una defensa que nunca parecía ser suficiente. Sentía que cada relación era una cadena, un lazo que la ataba y le arrebataba pedazos de sí misma.
A veces se detenía a pensar en cómo había llegado a este punto. ¿Había algo en ella que hacía que la gente la usara y luego la dejara atrás? ¿Era ella quien atraía a las personas equivocadas, o simplemente el mundo estaba lleno de personas incapaces de comprenderla?
Recordó una de las veces en las que intentó abrirse a alguien cercano. La idea de confiar era como lanzarse al vacío, pero necesitaba hacerlo.
Al principio, creyó que esa persona sería diferente, que escucharía sus palabras con verdadero interés. Sin embargo, apenas comenzó a hablar, se dio cuenta de que la respuesta no sería la que esperaba. Al igual que todos los demás, esta persona también la miraba con impaciencia, como si su dolor fuera una carga más que una confidencia.
A mitad de la conversación, se encontró con un silencio incómodo que decía más que cualquier palabra: la otra persona no entendía ni una fracción de lo que estaba sintiendo.
Después de ese intento fallido, algo en Kika cambió para siempre. Cada experiencia negativa era como un ladrillo en el muro que iba construyendo a su alrededor. Se convencía más y más de que el único camino para protegerse era alejarse.
Nadie podía lastimarla si no permitía que nadie se acercara. Pero al mismo tiempo, ese aislamiento la desgastaba en silencio. Sentía que cada día se volvía más y más invisible, no solo para los demás, sino también para ella misma.
Una noche, mientras intentaba dormir, el peso de sus pensamientos no la dejaba descansar. Las palabras de aliento que había escuchado en el pasado resonaban en su mente, pero ahora sonaban vacías y huecas, como un eco distante. "Eres fuerte", le decían, "esto también pasará", pero a Kika esas frases le parecían insultantes. Si ellos supieran lo que realmente sentía, si vieran los días en los que no encontraba razón para levantarse, seguramente no serían tan rápidos en juzgarla.
Al día siguiente, se levantó sintiéndose agotada, como si el sueño no hubiera tenido ningún efecto en ella. La idea de enfrentarse al mundo otra vez le resultaba insoportable, pero se preparó y salió, con su muro bien alto.
Caminó con pasos firmes y mirada fría, como si nada pudiera tocarla.
Sin embargo, detrás de esa máscara de indiferencia, seguía siendo la misma Kika vulnerable, la misma que aún esperaba que alguien viera a través de sus muros. Pero, hasta ahora, no había encontrado a nadie que pudiera hacerlo.
Pero el mayor conflicto para ella era darse cuenta de que, tal vez, estaba enamorada de dos personas a la vez: de Esther, su ex de cabello rubio y pasado compartido, y de Leyla, cuya belleza parecía desarmarla en cada encuentro.
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HISTORIA DE LEYLA
Подростковая литература**Después de recibir una segunda carta amenazante del banco, Leyla Banks ve cómo su vida comienza a desmoronarse como un castillo de naipes.** Con las deudas asfixiándola y el reloj marcando un ritmo implacable, Leyla se encuentra al borde de perd...