El reloj en la pared

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Los clientes habituales notaron su ausencia y preguntaban por él, y yo trataba de mantener la esperanza, tanto para ellos como para mí.

Una mañana, mientras preparaba el café, la puerta de la cafetería se abrió y entró Mateo. Se acercó con una expresión grave y me llevó aparte.

—Lo siento, pero Felipe no ha mejorado. Los médicos han hecho todo lo posible, pero parece que no va a despertar.

La noticia cayó como un golpe. Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras Mateo me abrazaba con compasión.

—Felipe te consideraba su familia —dijo suavemente—. Hablaba de ti como una hija. Sé que esto es difícil, pero él hubiera querido que sigas adelante, que continúes con la cafetería y cuides de los clientes como él lo hacía.

Asentí, aunque el dolor era casi insoportable. Don Felipe había sido mi pilar en los momentos más oscuros, y ahora debía enfrentar su pérdida con la fortaleza que él me había enseñado.

El reloj en la pared seguía marcando el tiempo, y aunque la tristeza permanecía, también lo hacía la certeza de que Don Felipe siempre estaría conmigo

HISTORIA DE LEYLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora