EPILOGO

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El tiempo había pasado, y las estaciones cambiaron de nuevo, llevando consigo las hojas doradas del otoño y los suaves susurros del invierno. Leyla se encontraba en la misma playa donde había compartido tantas risas y lágrimas con Kika y Esther. 

La brisa marina acariciaba su rostro, trayendo consigo el olor salado del mar, mientras sus ojos se perdían en el horizonte.

Desde aquel día en el que decidieron luchar por su amor, su relación había florecido en maneras que nunca habían imaginado. Habían aprendido a navegar por las tormentas y a celebrar cada pequeño triunfo. Kika había comenzado a construir su propio camino, desafiando las expectativas y abrazando su autenticidad. Leyla, por su parte, había encontrado su voz y su propósito, dedicándose a proyectos que la llenaban de pasión y satisfacción.

Ahora, sentada en la arena, Leyla reflexionaba sobre lo lejos que habían llegado. La vida no siempre era fácil, pero juntas habían aprendido a enfrentar cada desafío con valentía

Un sonido familiar la sacó de sus pensamientos. Leyla giró la cabeza y vio a Kika acercándose con una sonrisa radiante, sosteniendo en sus manos un pequeño ramo de flores silvestres que había recogido en el camino.

—Mira lo que encontré —dijo Kika, dejando caer las flores sobre la arena, creando un pequeño estallido de color en el paisaje.

Leyla sonrió, sintiendo cómo su corazón se llenaba de gratitud.

—Son hermosas, como tú —respondió, tomando la mano de Kika.

Kika se agachó y recogió una flor, colocándola detrás de la oreja de Leyla.


Escondida entre unas rocas, a pocos metros de distancia, Esther observaba la escena que se desplegaba ante sus ojos. Las risas de Leyla y Kika llenaban el aire, su alegría era palpable, y la conexión entre ellas brillaba con una intensidad que le partía el corazón. Las palabras de cariño que intercambiaban resonaban en su mente como ecos de lo que una vez había sido su relación con Leyla.

Se secó las lágrimas que brotaban involuntariamente de sus ojos, sintiendo cómo la tristeza la ahogaba. Aquella imagen de felicidad ajena le hacía recordar lo que había perdido, lo que había dejado escapar en un mar de malentendidos y suposiciones. El nudo en su pecho se hizo más fuerte, y comprendió que no podía seguir allí, atrapada entre el deseo de ser parte de sus vidas y el dolor de saber que eso ya no era posible.

Con un suspiro profundo, Esther se dio la vuelta y se alejó.

Mientras caminaba, se dio cuenta de que necesitaba seguir adelante, de que debía encontrar su propio camino. Las imágenes de Leyla y Kika se desdibujaron poco a poco en su mente, y aunque el dolor persistía, empezó a imaginar un futuro donde pudiera sanar y reencontrarse consigo misma.

                                                                                                  FIN.

HISTORIA DE LEYLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora