Las insistentes golpes a la puerta me sacaron bruscamente de los pensamientos que había estado alimentando desde hacía horas. **Mi casera otra vez.** El ruido retumbaba en el pequeño espacio de mi departamento, un eco que se mezclaba con la lluvia que seguía cayendo allá afuera. Por un momento, quise levantarme y abrir la puerta, decirle que no tenía el dinero, que la cafetería había cerrado y que, por ahora, no podía pagar. Pero no lo hice.
Me quedé inmóvil, sentada al lado de la ventana.
El sonido de los golpes se hizo más fuerte, más insistente, pero no me moví. Sabía que hablar con ella no cambiaría nada, solo empeoraría las cosas. No tenía respuestas, ni soluciones. **Mi mundo estaba colapsando, y no podía hacer nada para detenerlo.** La cafetería había cerrado para siempre, dejándome no solo sin trabajo, sino también sin un lugar donde perderme en la rutina diaria. Y ahora, sin un ingreso, las cuentas se acumulaban más rápido de lo que podía soportar.
**Los golpes continuaban**, pero mi cuerpo se sentía pesado, como si la desesperación hubiera drenado cualquier energía que me quedaba. No contesté. No podía enfrentarla. No tenía las palabras ni el coraje para explicarle que, aunque quisiera, no podía pagar el alquiler este mes... ni el próximo.
Finalmente, el sonido cesó. Escuché los pasos de mi casera alejándose por el pasillo, tal vez frustrada, tal vez resignada. Pero sabía que volvería. **Ella siempre volvía**, y cada vez sería más difícil ignorarla. El silencio que dejó su partida fue aún más aplastante. La habitación se sentía más vacía que nunca, como si el peso de mi situación me aplastara desde todos los ángulos.
Me levanté lentamente y caminé hacia la pequeña mesa de la cocina, donde estaban apiladas las facturas sin pagar, los avisos de corte de servicios y las cartas de advertencia. **Todo estaba ahí, enfrentándome, exigiendo soluciones que no tenía**. Me senté y pasé los dedos por el borde de una de las cartas. Podía sentir el papel áspero bajo mis dedos, un recordatorio físico de lo real que era esta situación.
El teléfono, que había dejado abandonado en la mesa horas antes, no había sonado en todo ese tiempo. No había mensajes de Mateo, ni llamadas de nadie. **El silencio, tanto de él como de mi vida, era una constante aplastante**.
Me apoyé en la mesa, dejando caer la cabeza entre mis manos. No podía seguir así, pero no sabía qué hacer. Quería gritar, llorar, algo que me liberara de esta sensación de estar atrapada en un callejón sin salida. **Había esperado un milagro que nunca llegó, y ahora solo quedaban las consecuencias.**
**La lluvia seguía cayendo afuera, como si el cielo compartiera mi tristeza.** El sonido de las gotas sobre el techo se volvió una especie de mantra, una banda sonora para la desesperación que crecía dentro de mí. ¿Cuánto tiempo más podría sostener esto? ¿Cuánto tiempo más antes de que todo se derrumbara completamente?
Me levanté, dejando las facturas sobre la mesa sin mirarlas de nuevo. No había ninguna respuesta allí. Ninguna salida. Solo más preguntas que no podía contestar. **Volví a la ventana y me senté otra vez en el borde**, mirando hacia las calles mojadas y vacías. Los coches pasaban de vez en cuando, pero no les prestaba atención. Estaba demasiado cansada para hacer algo más que observar, demasiado agotada para sentir otra cosa que no fuera una mezcla de tristeza y desesperanza.
**¿Y ahora qué?**
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HISTORIA DE LEYLA
Roman pour Adolescents**Después de recibir una segunda carta amenazante del banco, Leyla Banks ve cómo su vida comienza a desmoronarse como un castillo de naipes.** Con las deudas asfixiándola y el reloj marcando un ritmo implacable, Leyla se encuentra al borde de perd...