Leyla estaba sentada en su pequeño sofá, mirando sin ver las páginas de un libro que había intentado leer para distraerse. Pero su mente seguía dando vueltas a las cuentas de la cafetería, a las preocupaciones que parecían no darle tregua. El silencio en su apartamento era casi sofocante, roto solo por el ocasional golpeteo de la lluvia contra las ventanas.
De repente, un golpe fuerte en la puerta la hizo sobresaltarse, su corazón acelerándose en su pecho. No esperaba a nadie, y por un instante, su mente se llenó de pensamientos confusos. ¿Sería Mateo? ¿O quizá el gestor con más noticias?
Se levantó lentamente, su pulso aún acelerado, y se dirigió hacia la puerta. Al asomarse por la mirilla, vio la figura encorvada de la señora García, su casera, una mujer mayor que vivía en el mismo edificio. Algo en su postura rígida y en la expresión endurecida de su rostro le hizo sentir un nudo en el estómago.
Leyla abrió la puerta con cautela, forzando una sonrisa.
—hola, señora García —dijo, intentando sonar cordial.
La casera, sin devolverle la sonrisa, la miró con ojos entrecerrados, como si estudiara cada rincón de su alma.
—Buenos días, sí, claro —respondió la señora García, su voz cargada de sarcasmo—. No tengo tiempo para charlas, jovencita. He venido porque necesitamos hablar de tu alquiler.
Leyla sintió que su corazón volvía a latir con fuerza. Sabía lo que venía, y aunque no era una sorpresa, no estaba preparada para enfrentarlo ahora.
—Ah, sí, el alquiler... —comenzó a decir, pero la casera la interrumpió bruscamente.
—No me vengas con excusas, Leyla —soltó la señora García, cruzando los brazos—. Llevas dos semanas de retraso y no he visto ni un centavo. Ya estoy harta de esperar. No puedes seguir así, chica. Esto no es un refugio de caridad.
Leyla sintió que sus mejillas se calentaban por la vergüenza y la impotencia. Sabía que la señora García tenía razón, pero la combinación de las preocupaciones en la cafetería y la falta de ingresos constantes la habían llevado a este punto. Intentó explicarse, pero las palabras se le atragantaron.
—Lo sé, señora García, de verdad lo siento. Es solo que... he tenido algunos problemas en la cafetería y...
—¿Problemas? —interrumpió la casera, levantando una ceja con escepticismo—. Todos tenemos problemas, niña. Pero eso no significa que puedas dejar de pagar el alquiler. No sé cómo manejas tu negocio, pero no voy a permitir que arrastres tus problemas hasta aquí. Tienes hasta el final de la semana para pagar lo que debes, o ya sabes lo que pasará.
El tono de la señora García era cortante, implacable, y Leyla sintió que el nudo en su estómago se apretaba aún más. No podía culpar a la mujer; estaba en su derecho. Pero escuchar aquellas palabras con tanta frialdad la hizo sentir aún más sola.
—Lo entiendo, señora García —dijo finalmente, con la voz temblorosa—. Haré todo lo posible para pagar lo que debo antes del fin de semana. Solo necesito un poco más de tiempo...
La casera la miró por un largo momento, como si estuviera considerando sus palabras, pero finalmente asintió, aunque sin rastro de empatía en su rostro.
—Más te vale, Leyla. No tengo intenciones de perder dinero por tus problemas. Y no te olvides de que esta es tu responsabilidad. Nos vemos a final de la semana.
Sin más, la señora García se dio la vuelta y se marchó, dejando a Leyla en la puerta, sintiendo que el peso sobre sus hombros acababa de aumentar. Cerró la puerta con suavidad, apoyándose contra ella mientras una mezcla de frustración y angustia la invadía. Las preocupaciones parecían acumularse una tras otra, como una tormenta que no daba señales de detenerse.
Miró alrededor de su pequeño apartamento, que de repente le pareció más frío y más vacío. Sabía que tenía que encontrar una solución, y rápido. Con un suspiro, se apartó de la puerta y se dirigió al escritorio donde había dejado las cuentas la noche anterior. No podía permitirse seguir esperando. Tenía que resolver esto, y tenía que hacerlo ya.
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HISTORIA DE LEYLA
Подростковая литература**Después de recibir una segunda carta amenazante del banco, Leyla Banks ve cómo su vida comienza a desmoronarse como un castillo de naipes.** Con las deudas asfixiándola y el reloj marcando un ritmo implacable, Leyla se encuentra al borde de perd...