El bosque se cerró a mi alrededor como una boca oscura y hambrienta. Cada paso que daba me alejaba de la aldea, de los gritos, del caos, pero también de todo lo que conocía. Mis pulmones dolían, pedían un descanso que no me atrevía a darles. Tenía que alejarme, ir a lo más profundo y oscuro del bosque, donde nadie pudiera encontrarme.
Pero mi cuerpo comenzaba a traicionarme. El cansancio, acumulado tras horas de curar heridos y huir por mi vida, se filtraba en mis huesos como un veneno lento. Mis piernas, antes ágiles y seguras, ahora temblaban con cada paso. Me volví torpe, tropezando con raíces que parecían surgir de la nada, agarrándose a mis tobillos como dedos esqueléticos.
El aire, denso y húmedo, se pegaba a mi piel cubierta de sudor y sangre seca. Cada respiración profunda era un esfuerzo, como si el propio bosque intentara ahogarme. Los árboles, altos y antiguos, se inclinaban sobre mí, sus ramas retorcidas formaban sombras que danzaban en los bordes de mi visión.
De repente, un pensamiento aterrador se apoderó de mí: ¿estaba caminando en círculos? Los troncos, la disposición de las rocas cubiertas de musgo, incluso el patrón de la luz que se filtraba entre las hojas... todo parecía familiar y a la vez extraño. La desorientación me mareó, haciéndome tambalear.
Me detuve, apoyando una mano contra la corteza rugosa de un árbol cercano. El mundo giraba a mi alrededor, un torbellino de verdes y marrones que se fundían en una masa confusa. Cerré los ojos, intentando recuperar el aliento y el equilibrio, pero las imágenes de la aldea, de los heridos, del consejero y sus guardias, se proyectaban en la oscuridad de mis párpados.
—Vamos, Nefely —me susurré a mí misma, con una voz que no reconocía—. No puedes detenerte ahora.
Abrí los ojos, forzándome a enfocar. Tenía que seguir adelante. No importaba si estaba perdida, si cada paso me llevaba más lejos de casa o me hacía girar en un eterno círculo. Detenerme significaba ser capturada, y ser capturada... no quería ni pensar en lo que eso implicaría.
Con un esfuerzo que pareció consumir las últimas reservas de mi fuerza, me aparté del árbol y di otro paso. Y otro. Y otro más. Cada movimiento era una pequeña victoria contra el agotamiento, contra el miedo que amenazaba con paralizarme.
El bosque, indiferente a mi lucha, continuaba su sinfonía de susurros y crujidos. En algún lugar, un pájaro emitió un grito agudo que me sobresaltó, haciendo que mi corazón latiera aún más rápido. ¿Era una advertencia? ¿O simplemente otra criatura tan perdida y asustada como yo? Por un momento, me sentí conectada con esa voz desconocida en la vastedad del bosque. Ambas éramos pequeñas, vulnerables ante la inmensidad de un mundo que parecía haberse vuelto hostil de la noche a la mañana.
La realidad de mi situación me golpeó con una claridad brutal: ahora era una fugitiva. La palabra resonaba en mi mente, amarga y aterradora. Volver ya no era una opción; hacerlo significaría perderlo todo, incluso mi vida. La aldea que una vez fue mi hogar, las personas a las que había dedicado mi vida a curar ahora representaban un peligro mortal.
ESTÁS LEYENDO
El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...