Intenté salir de la cama, pero aquella mañana no pensaba dejarme... Como las anteriores en realidad. Su mano, cálida y fuerte, se enroscó alrededor de mi tobillo como una serpiente. Con un movimiento rápido y decidido, tiró de mí para acercarme a su cuerpo, el roce de las sábanas de seda aumentó cada sensación.
Mi corazón se aceleró cuando, en cuestión de segundos, se colocó encima de mí. Su peso, familiar y seductor, me aprisionaba contra el colchón. Podía sentir cada centímetro de su piel contra la mía, cada músculo tenso. Sus ojos me miraban solo a mí.
Rozó sus labios con los míos con lentitud. Su aliento, cálido y dulce, se mezcló con el mío mientras sus manos recorrían mis costados.
—Un rey no puede pasarse todas las mañanas en la cama, Su Majestad —me burlé. Intenté que sonara como una broma, pero el temblor en mis palabras traicionaba el efecto que tenía sobre mí.
Sus labios se curvaron en una sonrisa peligrosa, depredadora. Se inclinó más cerca, su nariz rozó la mía, y sentí que el mundo se desvanecía a nuestro alrededor.
—¿Y quién dice que no puedo? —murmuró—. Soy el rey, después de todo. Puedo hacer lo que me plazca.
Sus dedos elevaron mi rostro exponiendo mi cuello. Descendió, trazando un camino de besos desde mi mandíbula hasta mi clavícula.
—Las responsabilidades... el reino... —intenté argumentar, pero las palabras se perdieron en un gemido cuando sus dientes rozaron un punto particularmente sensible en mi cuello.
Se apartó lo suficiente para mirarme a los ojos.
—El reino puede esperar. —Sus dedos trazaron el contorno de mis labios—. Ahora mismo, mi único deber es contigo.
—¿Y si alguien viene a buscarte? —susurré, mi último intento de resistencia se desvaneció rápidamente. Parte de mí sabía que debíamos ser prudentes, pero otra parte, cada vez más fuerte, anhelaba dejarse llevar por completo.
Una sonrisa traviesa iluminó su rostro.
—Que esperen. He dado órdenes estrictas de que nadie nos moleste.
Sus manos se entrelazaron con las mías, presionándolas contra la almohada por encima de mi cabeza. Se inclinó, sus labios a milímetros de los míos.
—Ahora, mi amor —murmuró contra mi boca—, déjame mostrarte lo que es verdaderamente importante.
Sin darme tiempo a responder, capturó mis labios en un beso profundo y demandante. Toda pretensión de resistencia se desvaneció mientras nuestras lenguas se encontraban.
Sus manos soltaron las mías, deslizándose por mis brazos y costados hasta aferrarse a mis caderas con urgencia. Arqueé mi cuerpo contra el suyo, ansiando más contacto, más fricción.
—Te necesito —jadeé cuando finalmente nos separamos para tomar aire—. Aquí. Ahora.
Una sonrisa depredadora se dibujó en su rostro.
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...